Deje su comentario (euroescéptico)

Después de que un alegato a favor de Europa suscitara una avalancha de comentarios furiosos de los lectores, un periodista del diario Zeit decide citarse con uno de ellos. ¿Por qué se genera esta cólera contra Bruselas? La respuesta es sorprendente y preocupante a la vez.

Publicado en 19 agosto 2011 a las 14:31

Conozco a M. al leer uno de los comentarios de un artículo de Die Zeit. Un compañero entrevistó a Klaus Kinkel, el último ministro de Exteriores de Helmut Kohl, que defiende a Europa y piensa que Alemania debe avalar a los países más desfavorecidos de la unión monetaria. La entrevista suscitó cerca de 200 comentarios.

El número 105 lo firma M.: “Esto es lo que pasa cuando dejamos a la gente que nos vacile y nos tome el pelo”. Las críticas se dirigían a Kinkel. Según M., Europa ante todo ha abierto las puertas de par en par a “los que piensan que sólo son responsables de su cuenta bancaria”. Y los que están arriba ¿cómo tratan a los de abajo? “Como basura”.

Hago clic en el perfil del usuario. Los lectores adoptan pseudónimos como “maligno”, “porra” o “prensa mentirosa”. Por su parte, M. eligió “jgmischke” [iniciales y nombre]. Había publicado 500 comentarios. Bajo un artículo que anunciaba que la Comisión Europea quería indemnizar a los agricultores que habían sufrido pérdidas por la epidemia de la bacteria Escherichia coli, comenta: “La eurocracia no deja de caer cada vez más bajo, hasta el punto de parecerse cada vez más a un autoservicio”. Entre los comentarios sobre la crisis del euro, sin duda la mayoría se expresan en contra de la moneda única. Pero ¿cuál es el origen de esta decepción y esta ira?

Envío a M. un correo electrónico para preguntarle si podríamos conocernos, ya que me gustaría saber por qué está tan enfadado con Europa y la política. Su respuesta llega después de dos horas. Al principio, M. pensó que mi mensaje era un spam o una broma. Pero luego la idea le gustó. Y me envía su dirección: vive en una pequeña población de la Alemania profunda, en Westfalia. Al montarnos en su Fiat, me sorprende. Me lo había imaginado distinto, quizás menos normal, más agresivo. Quizás me había esperado a un parado, alguien a quien le va todo mal y me avergüenzo de haberlo pensado.

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"Nos gobierna una panda de idiotas"

M. tiene 53 años. Me cuenta su vida, un tanto emocionado y sin ironía. Antes de irse a vivir al campo, trabajaba en Düsseldorf, en la administración financiera, un trabajo que no le apasionaba mucho. Un día, su mujer y él compraron un número de la revista Geo que publicaba una clasificación de todas las ciudades alemanas en función del nivel de contaminación; Düsseldorf registraba la peor clasificación, mientras que Westfalia tenía una puntuación bastante positiva. “Por eso nos trasladamos aquí”.

Para él fue un cambio radical de vida. Se instaló por su cuenta como programador y luego nacieron sus dos hijos. M. trabajaba en casa y estaba ahí “cuando había que hacer los deberes e imponer disciplina”. Al contarlo, parece una época bonita. Actualmente sigue trabajando como programador, pero contratado en una empresa de tamaño medio.

En cuanto a la política, hace años que M. tiró la toalla. Llegó a presentarse con su hijo al consejo municipal. En la candidatura de los Verdes. Pero sin esperanzas: el pueblo es un bastión de la CDU desde hace decenas de años. M. se expresa sin pelos en la lengua: “Nos gobierna una panda de idiotas. Ahí está el problema”. Cuando habla de política, se enfurece y su discurso revela casi tanta ira como sus comentarios..

Bruselas parece estar muy lejos

¿Por qué se muestra tan furioso? “A la larga, la impotencia genera ira”, me responde. Tiene la impresión de que apenas le preguntan su opinión. “Es como si fuéramos en un tren cuyos conductores están borrachos y nos estampan directamente contra un muro. Las puertas están cerradas y nadie puede bajarse del tren”. Cuando le oigo hablar de Europa aquí, en este salón de Westfalia, Bruselas parece estar muy lejos. “No se discute la normativa sobre las bombillas”, denuncia; todos esos textos simplemente se “elaboran”. Y siempre ha sido así, primero con el euro y ahora con Grecia, Portugal e Irlanda.

M. opina que debería controlarse mejor a los políticos. Y que deberían incluso ser sancionados cuando tomaran una mala decisión. Sería necesario contar con más especialistas y con equipos que tomen decisiones objetivamente buenas, no decisiones políticas. Cuanto más hablamos con él, más nos damos cuenta de que no tiene nada que ver con una persona marginal. De hecho, es más bien un alemán medio, uno de nosotros. No tiene ningún problema en especial, tiene trabajo, varios vehículos, como la mayoría de los alemanes.

¿Hay que compadecerse de él? ¿Comprenderle? ¿Reprocharle que tenga una opinión demasiado simplista? Después de todo, no sólo ha sido la política quien se ha alejado de él, también M. se ha apartado de ella; delegó la política a los dirigentes políticos para luego denigrar su trabajo. A veces, me confía al final de nuestra entrevista, se sube al tejado de su casa y observa las estrellas con un telescopio. Y se da cuenta de lo pequeño que es nuestro planeta y hasta qué punto las cosas que le interesan son insignificantes. En el camino de vuelta, no dejo de recordar esta frase: “Soy demasiado pequeño para cambiar el mundo”.

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