Dejemos que Europa tiemble

Con los Estados endeudados y las instituciones internacionales zozobrando, nadie sabe qué nos deparará el futuro. Pero tal y como expone un economista checo, con la crisis debe surgir un nuevo pensamiento.

Publicado en 2 junio 2011 a las 11:00

El último CD de la etérea dama del punk británico P.J. Harvey, que cosecha el aplauso de los críticos, se llama Let England Shake (Dejemos que Inglaterra tiemble). El último libro del “filósofo más peligroso de hoy”, el esloveno de izquierdas Slavoj Žižek, se titula “Living in the End Times” (Vivir el fin de los tiempos).

Ambos salen a la luz en un momento en el que no sólo el mundo financiero se tambalea. Las organizaciones políticas, nacionales y en última instancia, las organizaciones supranacionales como la UE y el FMI también zozobran. Las grandes certezas se vienen abajo. Si a esto se añade la convulsión en el mundo árabe, ya tenemos la imagen del panorama actual. Lo extraño es ver lo perdidos que están los expertos y las élites de la sociedad.

Lo que está claro es que estamos luchando contra un demonio cuyo nombre realmente desconocemos y no tenemos ni idea de cómo derribarle. El mundo, en resumen, está temblando y no hay indicios de que el temblor vaya a calmarse en breve. Al igual que ocurrió con la crisis financiera, ninguno de los expertos esperaba la revolución árabe, e incluso hoy seguimos leyendo artículos académicos que exponen el mismo tema: ¿cómo hemos podido estar tan ciegos? Lo único que logramos ver es que no vemos dónde acabará. Al parecer, el mundo no se acaba (al contrario de lo que nos habían hecho creer este mes), pero el sistema que conocíamos sí ha llegado a su fin.

Aunque sabemos por Tomáš Halík [cura checo católico, intelectual y sociólogo] que lo que no tiembla no es sólido, seguimos planteándonos estas preguntas: ¿nuestras raíces son firmes? ¿Hasta qué punto es resistente nuestro sistema y hasta qué nivel pueden llegar las sacudidas antes de que se derrumbe? Los temblores menores son asumibles e incluso son una parte (sana) de la vida de cualquier sistema. Pero pocos calificarían los últimos temblores de menores o sin importancia. El temblor, o mejor, la implosión inflacionaria, se puede observar claramente incluso en la filosofía y en las ciencias sociales.

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Un concepto de bancarrota que es en sí mismo la bancarrota

La filosofía, en mi opinión, se ha fastidiado a sí misma con su deconstrucción hiper-post-moderna, con lo que en cierto modo se deconstruyó a sí misma. Se descompuso de tal modo, que el filósofo está ahora tan alejado de la vida real y tan absorto en una vida simulada (modelada) que a menudo no tiene nada constructivo que decir sobre los eventos actuales. Cuando surgen las grandes preguntas, estos grandes campos de conocimiento no hacen otra cosa sino dejar a los políticos plantados.

La pregunta fundamental es cómo poner nombre al sistema actual. El concepto de deuda nacional se desmorona, porque ya sabemos desde hace tiempo que la deuda griega no ha sido simplemente la deuda griega. Cuando el temblor sacudió a Europa, la deuda se convirtió en la deuda de los alemanes, de los franceses, en resumen, la deuda de todos nosotros y todos nosotros la garantizamos. Al final, incluso los préstamos de las instituciones de los Estados soberanos (?) en realidad están garantizados implícitamente por el resto de Estados.

Vivimos con un concepto de bancarrota que es en sí mismo la bancarrota, es decir, vivimos en una situación en la que la bancarrota casi no se admite, porque de hacerlo tendría un efecto de onda expansiva devastadora en el resto. Lo que antes estaba separado (como Europa y China) ahora está unido y casi de forma indisoluble. Los países lejanos se han convertido en vecinos por la globalización, que tiene sus ventajas, pero también sus desventajas, porque todos nos hundimos juntos. Esto no ha ocurrido nunca en la historia. El resultado es que nuestro sistema de responsabilidad y garantía mutuas debe cambiar. ¿Cómo? Ahí está la cuestión principal.

O bien Europa se une y lucha unida, con Estados o sin Estados, con deuda o sin deuda, o el mundo se desconecta y da un paso atrás en el entramado de la globalización. La situación en la que un Estado incrementa sus deudas pero no asume su responsabilidad es también insostenible. Hasta ahora hemos tenido la suerte de que las economías que han caído en la bancarrota eran pequeñas. Pero es algo que probablemente cambiará a corto plazo. Ante tal posibilidad, sería inteligente contar con un plan B o C de rescate federal de emergencia, algo de lo que, me temo, los políticos no tienen ni idea. Cuando llegue el momento y ya no tengamos más tiempo de margen, será curioso ver la turbación aguda que se producirá.

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