A menos de dos semanas para el arranque de las cruciales elecciones en Georgia, el aire está cargado de expectativas. Para la mayoría de la población estas elecciones no son solo políticas, sino también existenciales. La sociedad se ha dado cuenta de que estos comicios no son solo un ejercicio democrático, sino un referéndum sobre la identidad misma de Georgia.
El partido gobernante, Sueño Georgiano, ha erosionado sistemáticamente las normas democráticas al promulgar leyes que desafían descaradamente los valores europeos, como es el caso de la controvertida Ley de Agentes Extranjeros y de la legislación anti-LGBTQ, poniendo así en peligro las aspiraciones de Georgia a la UE. Para muchos, lo importante del 26 de octubre no es emitir un voto, sino tomar una postura.
Desde que llegó al poder en 2012, el giro del Sueño Georgiano hacia la retórica prorrusa se ha hecho más difícil de pasar por alto. Aunque en sus primeros días el partido se enmascaró tras figuras prooccidentales, con el paso del tiempo el fundador y presidente honorario del partido, Bidzina Ivanishvili, echó por tierra todas las apariencias. Lo que en un principio solamente se insinuaba, ahora se ha hecho innegable: el Sueño Georgiano está, por decirlo suavemente, muy influido por el Kremlin.
Esta orientación quedó clara en la promesa inicial de Ivanishvili de no convertir a Georgia en "una manzana de la discordia entre Rusia y Occidente". Pero fueron necesarias una serie de medidas y leyes antidemocráticas para que el público comprendiera plenamente sus implicaciones.
La debilidad de la oposición ha influido en el retraso con que se ha comprendido la verdadera situación, como también lo ha hecho la erosión gradual de la confianza en las instituciones políticas de Georgia. Pero incluso los ciudadanos más hastiados han acabado hartos. En 2014, el eurodiputado Raphaël Glucksmann advirtió: "Buenas noches, Georgia, y por favor deja de soñar pronto". Ahora, exactamente una década después, los georgianos finalmente están listos para despertarse.
El punto de inflexión llegó a principios de este año con la Ley de Agentes Extranjeros, un intento apenas disimulado de reprimir a los medios de comunicación independientes y a la sociedad civil. La ley, fiel reflejo de una legislación similar en Rusia, desencadenó protestas masivas y galvanizó a una población que se ha cansado de tantas maniobras políticas.
Al caminar hoy por las ciudades georgianas es difícil pasar por alto los signos de inquietud política. Los grafitis antigubernamentales y antirrusos cubren las paredes, y las conversaciones en cafés, taxis e incluso salones de belleza inevitablemente giran en torno a las próximas elecciones. Hay un aire casi festivo en la tensión, una energía propia de Nochevieja, con el 26 de octubre como botón de reinicio para un país a punto de recuperar su futuro. Se entiende que estas elecciones son más importantes que cualquier partido político, que este es el impulso necesario para hacer que Georgia despierte de un mal sueño.
La sociedad civil está más comprometida que nunca. Un número impresionante de georgianos se ha inscrito para actuar como observadores de las elecciones, al tiempo que una cantidad inaudita de expatriados se ha inscrito para votar desde el extranjero. Los ciudadanos han puesto en segundo término sus actividades cotidianas para lanzarse decididamente a la campaña, impulsados por la creencia de que esta es la última oportunidad de Georgia para asegurarse su puesto en Europa.
Tomemos como ejemplo a Elene Kaikhosroshvili, una activista feminista que ha dedicado los últimos meses a recorrer el país de punta a punta instando a votar a la ciudadanía. “El 26 de octubre es el día más importante para nosotros. Georgia debe formar parte de la UE. Esta es la razón por la que estoy haciendo todo cuanto puedo, e incluso más si cabe”, nos dijo. Su misión la ha llevado a zonas rurales donde la pobreza hace que la vida sea una constante lucha.
Un referéndum sobre si volver a Europa
Incluso allí, Kaikhosroshvili encontró el mismo espíritu de lucha que se extiende por toda la capital, Tiflis. Por todas partes, desde las calles de la ciudad hasta las más remotas aldeas, el pueblo está despertando a la realidad de lo que está en juego.
En estas zonas, donde la lucha diaria por la supervivencia frecuentemente relega la política a un segundo término, el mensaje de la integración europea está calando en la ciudadanía. Los votantes son plenamente conscientes de que los vínculos del Sueño Georgiano con Rusia solo servirían para prolongar su sufrimiento.

Las elecciones, tal como adecuadamente lo expone la presidente Salomé Zourabichvili, son un referéndum: ¿Desean los georgianos volver a Europa o seguir a la sombra de Moscú? La mayoría tiene claro que las leyes de estilo ruso promovidas por el Sueño Georgiano representan un peligrosísimo paso atrás.
¿Qué hace a los georgianos creer que pueden desbancar al Sueño Georgiano? Hay varias razones para ser optimistas. Primero, el talante generalizado que se percibe en las calles es de plena unidad contra el partido dirigente. La ciudadanía está hablando, organizándose y preparándose para que estas elecciones marquen un récord. Las encuestas, aunque no plenamente fiables en Georgia, muestran que el Sueño Georgiano está perdiendo terreno. Las únicas encuestas positivas proceden de fuentes controladas por el gobierno, lo que arroja dudas innegables sobre su credibilidad.
Los ciudadanos han puesto en segundo término sus actividades cotidianas para lanzarse decididamente a la campaña, impulsados por la creencia de que esta es la última oportunidad de Georgia para asegurarse su puesto en Europa
Pero el cambio más sorprendente se ha producido dentro del propio Sueño Georgiano. La campaña del partido estuvo plagada de errores. Su promesa de restaurar la integridad territorial reclamando Abjasia y la región de Tskhinvali (Osetia del Sur) fue invalidada por el Kremlin, que reafirmó su reconocimiento de la independencia de la región. Sus intentos de ganar apoyo por medio de la Iglesia Ortodoxa también resultaron fallidos porque el Patriarcado, temeroso de ver reducida su influencia, denunció públicamente que el gobierno pretendía hacer de la Ortodoxia la religión estatal.
Puede que el error más perjudicial para el Sueño Georgiano haya sido jugar la “carta de la paz” en un país que todavía no se ha repuesto del shock provocado por la invasión rusa de Ucrania. Los pasquines de la campaña, que yuxtaponían una Ucrania destrozada por la guerra con una pacífica Georgia, fueron considerados carentes de cualquier sentido e irrespetuosos con una nación que se identifica profundamente con la lucha de Ucrania.
La afirmación de Ivanishvili en el sentido de que los georgianos deberían pedir disculpas a los osetios del sur por la guerra de 2008 alienó más todavía a los votantes y reavivó la cólera en las familias de quienes murieron en el conflicto.
Sin embargo, la derrota de Sueño Georgiano dista mucho de estar segura. El partido todavía tiene cartas que jugar para influir en el resultado. Por primera vez se usarán máquinas para el voto electrónico, novedad que algunos temen que pueda abrir la puerta a la manipulación.
Más sobrecogedora es la historia que arrastra el partido a la hora de intimidar a los votantes, sobre todo en las zonas rurales donde las personas confían mucho en la asistencia del gobierno. Los sistemas electrónicos solamente harán más fácil para el Sueño Georgiano aducir que pueden ver por quién está votando la gente, sembrando así el miedo en las comunidades más vulnerables.
También existe la posibilidad de que el Sueño Georgiano sencillamente se niegue a aceptar la derrota. En este escenario, algunos temen la intervención rusa, un escalofriante eco de Venezuela, donde fuerzas externas irrumpieron para sostener un régimen decadente.
El profesor Lasha Dzebisashvili, experto en seguridad regional, es uno más de los muchos que están haciendo sonar las alarmas. “Si las fuerzas prooccidentales ganan, Rusia podría perder su férreo control sobre todo el Cáucaso meridional”, advierte. “Ese es un escenario que el Kremlin no aceptará sin moverse”.
La sociedad civil se ha movilizado como nunca lo hiciera antes
Pero a pesar de la incertidumbre, todavía hay esperanza. La sociedad civil se ha movilizado como nunca lo hiciera antes. Y hay una confianza tranquila pero poderosa que se extiende por todo el país, en conversaciones entre desconocidos, amigos y vecinos. Es como si los georgianos se estuvieran dando cuenta colectivamente de que no están solos en su deseo de cambio.
En pocas palabras, el estado de ánimo en Georgia es de un optimismo cauteloso. Aunque el fracaso del Sueño Georgiano parece inminente, la lucha está lejos de haber terminado. El pueblo está despierto, pero ahora debe mantenerse alerta.
Después de todo, ¿dónde estarán los georgianos en la noche del 26 de octubre? En las calles. Puede que de celebración, o quizás de protesta. Pero estarán allí, como siempre han estado cuando el futuro de su país estaba en juego.
🤝 Este artículo se ha publicado dentro del marco del proyecto colaborativo Come Together.
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