En la década de los noventa, cuando Yugoslavia se desintegraba, Radovan Karadzic lideró a los serbios de Bosnia para que declarasen su propia república. Con la ayuda del gobierno de Slobodan Milosevic en Belgrado, emprendió una brutal guerra contra los musulmanes de Bosnia. Trece años después de ser acusado por parte del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia o ICTY (por sus siglas en inglés, International Criminal Tribunal for the former Yugoslavia) de genocidio y crímenes contra la humanidad y un año después de su detención y transferencia a La Haya, Jack Hitt en la edición dominical de The New York Times escribe sobre este hombre que, en su huida, apareció en Belgrado en 2005 como el curandero “new age” Dragan Dabic.
Totalmente disfrazado, según un testigo “como un monje que hubiera hecho algo inapropiado con una monja”, Karadzic se convirtió rápidamente en un personaje conocido dentro del extraño mundo de la medicina alternativa, trabajó con un terapeuta sexual interesado en el rejuvenecimiento del esperma y dirigió un negocio de pastillas de vitaminas con sede en Connecticut, Estados Unidos. Según Hitt, su legado para los serbios es ambiguo. Considerado antes como “el audaz defensor de la pureza serbia”, muchos echan de menos al “dócil espiritualista” que amaba la vida hasta el extremo de afirmar que “defendería a las abejas”.