El monarca Jorge VI se dirige a la nación a través de la radio el 4 de septiembre de 1939, el día después de que Gran Bretaña declarase la guerra a la Alemania nazi.

El discurso del Rey: un cuento de hadas nacional

El recién estrenado largometraje, uno de los claros favoritos para los Oscars, confirma que la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en un mito para los británicos; y la Reina es el único vínculo vivo con este episodio de la Historia.

Publicado en 21 enero 2011 a las 10:49
El monarca Jorge VI se dirige a la nación a través de la radio el 4 de septiembre de 1939, el día después de que Gran Bretaña declarase la guerra a la Alemania nazi.

En esta temporada de galardones cinematográficos, merece la pena recordar a los actores que entran en la quiniela de premios. Si no has interpretado a un personaje que sufre alguna discapacidad o enfermedad mental, una historia de abusos y/o algún acento extranjero o, como mínimo, una sobre homosexualidad, olvídate de los Oscar: ni en tus sueños.

No obstante, existe una subcategoría que los actores británicos deberían tener en cuenta: el camino a los Oscar pasa por Sandringham, Windsor y el lujoso sur londinense. Todo británico que ansíe una estatuilla debe haber encarnado a algún miembro de la realeza o, como poco, de la aristocracia. Ya sea Helen Mirren interpretando a la Reina o Julian Fellowes sirviendo elegantes platos escaleras arriba y abajo en Gosford Park, fingir la sangre azul es el secreto del éxito.

La última beneficiada por este fenómeno es, por supuesto, El discurso del Rey, que protagoniza muchas de las apuestas para la noche de los Oscar. ¿Por qué los estadounidenses siguen deleitándose con este tipo de cosas? La psicología para aficionados sugiere que se trata de un caso colectivo de proyección. Los estadounidenses escogen un aspecto de sí mismos que no les gusta —en este caso, la jerarquía y la diferencia de clases— y lo reflejan en otro pueblo, en este caso, en nosotros, los británicos. En Estados Unidos es imposible que exista una férrea jerarquía de clases porque, fíjate, existe en el Reino Unido. En esta concepción, Gran Bretaña es tierra de desigualdades y estancamiento social y EE.UU. se siente tácitamente adulado con este contraste. Claro está, se deshacen en aplausos: estas historias les complacen puesto que muestran lo atrasada que está la nación que un día dejaron atrás.

Un mundo que no sólo pertenece al pasado

Que la película de Tom Hooper sea un placer para el espectador ayuda, de eso no cabe duda, pero ésta también adula a su audiencia, elogiando de forma implícita las actitudes más avanzadas que ostentamos a día de hoy. El Discurso del Rey plasma un mundo doblegado que se desmorona, cada escena desemboca en la sorprendente e improbable situación de un monarca tartamudo que necesita la ayuda de un logopeda plebeyo y entabla amistad con éste. Puesto que la acción transcurre hace más de 70 años, tenemos la certeza de que, aunque puede que fuéramos así en su momento, ya no lo somos. La rigidez, el esnobismo; son cosas del pasado.

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Salvo que el mundo de El discurso del Rey no queda totalmente en el pasado. Por ejemplo, el actual primer ministro, el alcalde de Londres y muchos de nuestros actuales maestros fueron educados de un modo claramente reconocible para los hombres que gobernaron en 1939. En deferencia a la monarquía, para la que parece que no pasa el tiempo: recordemos el pánico que provocó el reciente rumor que apuntaba a posibles huelgas el día de la boda del Príncipe Guillermo. ¡Cómo pueden tan siquiera plantearse los sindicatos tamaña traición!

Por supuesto, existen grandes diferencias entre el pasado y el presente. Hubo una época en la que la autoridad de los monarcas se basaba en la grandeza y la fortaleza (encarnada en la película por Jorge V). Más adelante, en la posguerra, la realeza cambió de tercio: se presentaba como una suerte extraordinaria de familia al uso, un espectáculo de domesticidad que tocó techo en 1969 con el documental televisivo “La familia real” sobre la vida diaria de la monarquía; documental que fue retirado con gran discreción después de que la Reina decidiera que arrojaba demasiada luz sobre la magia de su entorno.

Una película que define a una nación

El discurso del Rey sugiere que, hoy en día, la realeza puede ganarse nuestro afecto del modo al que tanto recurren muchos famosos: mostrando cómo luchan contra la adversidad. De este modo, "Bertie" nos empieza a caer bien cuando conocemos su infancia fría y llena de abusos: le maltrataban por ser zurdo, su malévola niñera le hacía pasar hambre, etc. Así pues, la película amplía la Dianificación de la monarquía dos generaciones atrás, y nos pide que aclamemos a Jorge VI no por su realeza sino por su vulnerabilidad.

Sin embargo, el núcleo emocional de la película reside en otro aspecto, concretamente, en la Segunda Guerra Mundial. Si el rey sólo estuviera ensayando para su coronación, poco nos importaría. Que se esté preparando para dirigirse a la nación con motivo del inicio de la guerra es lo que aporta fuerza moral a la historia. El discurso del Rey viene a confirmar que la última guerra se ha convertido en la narrativa que define a nuestra nación, casi en nuestro mito de la creación. 1940 es a los británicos lo que 1789 es a los franceses o 1776, a los estadounidenses: nuestro mejor momento, cuando nos mantuvimos firmes contra la amenaza nazi. Hoy, nuestros hijos van al colegio pero la historia anterior, incluida la del imperio, está cada vez más borrosa. Cuando se nos pide que escojamos a nuestro británico más célebre, todos pensamos en Winston Churchill.

Da la casualidad de que los Windsor no son el exponente ideal de este capítulo de la historia de nuestra isla. Tal y como la película deja patente, Eduardo VIII —el monarca anterior— admiraba a Hitler. Lo que no deja tan claro es que el santificado Bertie envió un mensaje al secretario de Asuntos Exteriores, Lord Halifax, en la primavera de 1939, en el que expresaba su deseo de que se impidiera la entrada de judíos al país —quienes, por aquel entonces, estaban desesperados por huir de Alemania—. Halifax escuchó a su rey y envió un mensaje a Berlín instando al gobierno nazi “a vigilar la emigración no autorizada” de judíos.

La Reina como símbolo del pasado

No obstante, Jorge VI no es el miembro de la realeza que más importa en El discurso del Rey. Ese honor lo ostenta un personaje que apenas pronuncia una palabra: la joven Princesa Isabel. Su aparición en el largometraje es sorprendente y nos recuerda que la Reina de nuestros días estuvo presente en unos acontecimientos célebres no tanto a nivel histórico como mítico. Piensen en esto: la Reina se ha reunido semanalmente con doce primeros ministros y el primero de ellos fue Churchill, una figura tan relevante y remota para la mayoría de los jóvenes británicos como Nelson o Wellington.

Esto es fundamental para el magnetismo que la Reina continúa ejerciendo en nuestra imaginación colectiva: es el vínculo vivo con el acontecimiento que ha pasado a convertirse en nuestra piedra angular, de hecho, es la última figura pública del mundo que está realmente vinculada a la Segunda Guerra Mundial. Ésta, junto con una longevidad que la convierte en una extraña constante en el recuerdo de jóvenes y mayores por igual, es una de las razones por las que los republicanos nunca apoyarían ningún movimiento en su contra.

El discurso del Rey pone al descubierto la magnitud del desafío para aquellos que algún día, cuando la Reina falte, deseen sustituir la monarquía por una alternativa justa y democrática. No sólo tendrán que enfrentarse a todos los argumentos habituales sobre sistemas y votos, sino que también tendrán que desplazar a los Windsor de su papel de buques insignia de nuestra memoria nacional.

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