Los acontecimientos de las tres últimas semanas han revelado definitivamente la hipocresía de la Unión Europea, que consiste en hacer creer que los Estados que la componen son iguales aunque sean distintos.
En primer lugar, la eurozona ha decidido reunirse, deliberar y tomar decisiones en comités restringidos. Sin los demás, y por lo tanto sin nosotros [los polacos]. Esto socava y limita tanto la función de la Comisión Europea, que se basa desde su creación en el principio de igualdad entre Estados, como la del Parlamento, cuyos escaños se distribuyen entre los países miembros en proporción a su población.
Si se adopta el Pacto Europeo de Estabilidad en su forma actual, se creará una unión dentro de la Unión. Por muchos motivos, esta unión limitada dictará sus condiciones a los demás, tal y como hace hoy el dúo "Merkozy".
Los 26 no podrán con Alemania
En segundo lugar, la decisión de rebajar las notas financieras de nueve países de la eurozona no tendrá necesariamente repercusiones en el coste de su deuda (la reducción de la nota de Estados Unidos no influyó en este sentido; en cuanto a la deuda de Italia, hoy es más barata que cuando el país gozaba de una mejor calificación).
Sin embargo, esta degradación sin duda influirá en la jerarquía informal entre los Estados miembros y el peso de su voto dentro de la Unión. De este modo, se consolida claramente el liderazgo de Alemania, que ha mantenido su nota. Al igual que la política alemana de una austeridad prudente. Alemania probablemente podrá pedir préstamos aún más baratos y estimular más el mercado, con lo que incrementará un poco más su ventaja económica con respecto al resto de Europa.
Por consiguiente, los criterios cuantitativos del Tratado de Lisboa (el cálculo de la mayoría cualificada dentro del Consejo Europeo sobre un criterio doble: el número de Estados y el peso demográfico) perderán importancia frente a la creciente función de los criterios cualitativos (calidad del Estado y de la economía).
Asistiremos incluso al declive del dúo "Merkozy", desequilibrado ahora por el peso de una Merkel demasiado poderosa ante Sarkozy. Resultará aún más difícil emprender cualquier cosa en Europa sin Alemania. En cuanto a los otros 26 países miembros, no podrán luchar contra Alemania (salvo si deciden hacer estallar la Unión).
Los procesos de decisión y de reparto de los votos en el seno del Parlamento, de la Comisión y del Consejo, tan laboriosamente negociados en el Tratado de Lisboa, vuelan en mil pedazos. Durante un tiempo, la Unión será como el fútbol en la época en la que todo el mundo jugaba pero sólo ganaba Alemania.
Nada que no se haya tolerado antes
En tercer lugar, el endurecimiento de la retórica y de las decisiones políticas hacia Hungría demuestra que en la Unión, a ciertos países se les permiten más cosas que a otros. Es cierto que Orbán mantiene una retórica detestable y que aplica una política económica estúpida. Pero institucionalmente, no ha hecho nada que no se haya tolerado en otros países.
Su asalto a los medios de comunicación no va más en contra de las libertades que lo que hizo primero Sarkozy con la televisión pública francesa y anteriormente Berlusconi con los medios de comunicación italianos. En cuanto a la BBC, desde siempre ha dependido directamente del Gobierno a la hora de nombrar a sus directivos.
De igual modo, el Banco Central Húngaro no dependerá más del Gobierno que el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal estadounidense. La comunidad internacional ha tolerado sin problemas y seguirá tolerando procesos similares en Francia, Italia, Inglaterra o Estados Unidos, no porque pasen desapercibidos, ni por la timidez ante las grandes potencias, sino sencillamente porque no ve en ellos nada que reprender.
Diferencias institucionalizadas
Las grandes y viejas democracias, al igual que las obligaciones alemanas, gozan del capital de confianza del que siempre han carecido las democracias jóvenes y pequeñas.
En cierta medida, estas diferencias siempre han existido y siempre han importado. La diferencia es que ahora se expresan abiertamente y no se duda en institucionalizarlas. No sabemos cuáles serán las consecuencias a largo plazo para Polonia y para la UE. Por lo general, la adaptación de la forma (institucional) al contenido (por ejemplo, económico) produce la racionalización de las instituciones. Pero hoy tenemos que lidiar con emociones, es decir, con la política.
Las diferencias amplificadas emocionalmente y políticamente, las diferencias divulgadas e institucionalizadas, resultan incómodas para todos. A muchos países les costará aún más aceptar la posición de Alemania en la Unión. A Alemania le costará aún más aceptar el mantenimiento de los esfuerzos de solidaridad y de las auto-restricciones.
Esto implica que además de las tensiones económicas y políticas internas, nos esperan grandes tensiones internacionales e importantes problemas a la hora de tomar decisiones. A menos que una nueva lógica sustituya a la hipocresía del mito fundador de la Unión, algo que no se conseguirá ni rápidamente ni estará exento de dificultades.