El gran negocio del chantaje ecológico

La detención de un militante ecologista que exigía dinero al Estado para abandonar recursos judiciales en los que se oponía a proyectos inmobiliarios ha desvelado una nueva modalidad de chantaje. Una práctica a la que se entregan a escala mundial los “grandes capos” de la ecología, según afirma el escritor Ivan Brezina.

Publicado en 25 enero 2010 a las 14:38

Unos días antes de Navidad, Lubomír Studnička, miembro de la Asociación de Protección de la Naturaleza de Litoměřice(una ciudad checa situada en Bohemia del Norte) fue arrestado por chantaje. Según la policía, este autoproclamado “ecologista” utilizaba un método muy simple: Studnička emprendía en Litoměřice acciones legales contra todos los proyectos privados a su alcance bajo el pretexto de proteger la naturaleza. De esta forma, consiguió torpedear el proyecto para la construcción del nuevo puente sobre el río Elba y retrasar las obras de la autopista D8, que une Praga con Litoměřice. A cambio de abandonar la vía judicial contra esos inversores y sus proyectos, exigía “obsequios patrocinados”. Hasta el día en el que a los empresarios víctima de sus sobornos se les acabó la paciencia. Poniendo cara de aceptar el trato, uno de ellos informó a la policía, que hizo llegar a Studnička unos billetes falsos… Así fue como se hizo público el primer gran caso de soborno ecológico en la República Checa. Pero ésta es una práctica corriente entre las ONG ecologistas; la ley otorga a los “obstructores profesionales” importantes medios de presión sobre los inversores.

La detención de Studnička no es más que la punta del iceberg. ¿Cuántos casos similares jamás saldrán a la luz? El constructor de automóviles surcoreano Hyundai quería instalar una fábrica en la zona industrial de Nošovice Este. Los militantes ecologistas prepararon el terreno emprendiendo acciones legales, alegando que el proyecto supone una amenaza contra el medio ambiente, y contrataron los servicios de un gabinete de abogados especializados en “derecho medioambiental”. Saben perfectamente que explotando los vericuetos del procedimiento judicial y otros detalles administrativos, pueden congelar durante años cualquier proyecto inmobiliario. Los coreanos temían que la construcción de la fábrica se retrasase. A los activistas les bastó presentarse, con la mano extendida, diciendo: “¡Venga! Si somos gente razonable, seguro que llegamos a entendernos…” Y los coreanos estuvieron encantados de tener que financiar “un fondo de asignación para apoyar las iniciativas ciudadanas” gestionadas por los activistas, en el que han invertido 20 millones de coronas (alrededor de 750.000 euros). Oficialmente, ese dinero debe sufragar “proyectos que despierten la conciencia sobre la problemática del medio ambiente y su protección”.

Una multitud de vínculos lucrativos

Mientras el chantajista ecologista de base pide dinero discretamente, su alter ego globalizado (en una versión más maliciosa) exige sus sobornos abiertamente. Pero los peces pequeños, como los inversores locales, no interesan al maestro chantajista. Sabe que hasta que no haya sobornado a toda la humanidad, podrá seguir ganando, no ya millones, sino miles de millones de euros. No actúa sirviéndose de amenazas, sino jugando con el sentimiento de culpabilidad. Tomemos el ejemplo de Al Gore, el apóstol de las “verdades incómodas”. Con el fin de retrasar el calentamiento global del planeta, nos invita a adoptar un estilo de vida ''carbónicamente neutro”. Una de las empresas más influyentes en este negocio de la “redención del carbono”, que cuesta varios miles de millones, es la compañía londinense Generation Investment Management, cuyo fundador no es otro que el ex vicepresidente de Estados Unidos.

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Les doy otro ejemplo. A finales de diciembre, en el momento en el que Lubomír Studnička era detenido, el periódico británico The Daily Telegraph describía con todo lujo de detalles las actividades privadas de Rajendra Kumar Pachauri, presidente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático(IPCC). A los ecologistas y a los medios de comunicación les encanta presentar este organismo como “el grupo mundial de expertos independientes más importante del mundo”. Sin embargo, está comprobado que Pachauri no es un climatólogo, es ingeniero ferroviario. Y que además tiene un estrecho lazo económico con lo que llamamos “la industria de la protección del clima”: trabaja como consultor para numerosos fondos de inversión “verdes” y empresas dedicadas a la tecnología sostenible. De hecho, ocupa un puesto en el comité de vigilancia de la Bolsa del Clima de Chicago, que se dedica a comerciar con cuotas de carbono

Alemania

Ecologistas contra la energía verde

La energía verde, que cuenta con el apoyo de tres cuartas partes de la población alemana, se topa con un nuevo enemigo: los vecindarios. Según Spiegel, cada vez existen más iniciativas ciudadanas para protestar contra la instalación de aerogeneradores, centrales de biogás o paneles solares. "Pocos alemanes cuentan con una central convencional en sus alrededores. Sin embargo, las de energías renovables pueden surgir en cualquier lugar", lo que revela la parte negativa de la energía verde: el ruido, el olor o la modificación del paisaje.El semanario presenta a un militante bávaro, fiel elector de los Verdes, que intenta movilizar a sus vecinos contra la instalación de módulos solares. "Desde el punto de vista energético, es una estupidez para la RFA", afirma y se pregunta si las centrales nucleares no podrían permanecer en servicio durante más tiempo. También recoge el testimonio de un habitante de Brandeburgo que pone en duda la eficacia de la energía solar en Alemania, discute el almacenamiento subterráneo de CO2 y ha recogido 27.000 firmas contra los aerogeneradores. En Schleswig-Holstein, una población repleta de habitantes ecologistas ha impedido la instalación de una central de biogás.

El denominador común de todas estas iniciativas es el temor a sacrificarse por los demás sin obtener ningún beneficio y la ausencia de un verdadero plan energético. La conclusión de Spiegel es que la mayoría de las poblaciones aceptarían los inconvenientes, como "el aumento de tráfico, el olor y la reestructuración", si se tratara de producir energía para ellas mismas.

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