A nadie le ha extrañado el “seismo” rojo. El jueves 4 de julio se celebraron las elecciones generales en el Reino Unido. Como era de esperar, el Partido Laborista (centro izquierda) de Keir Starmer ha salido victorioso con 411 escaños (33,8 % de los votos), contra 121 escaños (23,7 %) para el Partido Conservador (derecha) saliente. Un resultado irrevocable que supone una derrota estrepitosa para el ex primer ministro conservador, Rishi Sunak.

Aquel que ejerció un mandato caótico solo pudo asistir, impotente, a la pérdida de nada menos que 244 escaños para su partido frente a las elecciones de 2019. Así acaba el reino de la derecha británica, tras 14 años en el poder, definidos por el Brexit, una sucesión de escándalos políticos y una profunda crisis social y económica.

Ahora, los laboristas tienen la difícil tarea de levantar la situación socioeconómica del país. Entre otras cosas, su programa se centra en estimular el crecimiento, reformar la educación, nacionalizar el ferrocarril, reconstruir la sanidad pública… En definitiva, “reparar” los (numerosos) daños causados por sus predecesores. Casi nada.


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