Revista de prensa Travesía por el Noroeste

Irlanda y la Casa Blanca: exportaciones fantasmas, deportes de combate y fracking

La visita del primer ministro irlandés a la Casa Blanca ofreció un vistazo al futuro de la turbia práctica comercial de las multinacionales y de la política energética europea.

Publicado en 9 abril 2025

Por razones comprensibles, la visita del primer ministro irlandés Micheál Martin a la Casa Blanca el 12 de marzo no protagonizó tantos titulares como las visitas de Volodímir Zelenski y de Emmanuel Macron. En lugar de abordar un tema de muy alto riesgo como la guerra en Ucrania o la OTAN, en este caso, el objetivo principal de la administración de Trump fue lo que Howard Lutnick, secretario de Comercio de Estados Unidos, llama la “estafa tributaria” de Irlanda, mediante la cual las multinacionales estadounidenses se aprovechan del bajo impuesto de sociedades de Irlanda para evitar pagar impuestos en Estados Unidos.

“Tienen toda la PI [propiedad intelectual] de nuestra gran tecnología”, sostuvo Lutnick en un popular podcast financiero del mes de marzo. “Todas nuestras grandes compañías tecnológicas y farmacéuticas la utilizan ahí porque los impuestos son bajos y a nosotros no nos pagan. Les pagan a ellos. Hay que poner fin a esto”.

El 1 de enero de 2024, el impuesto de sociedades de Irlanda, conocido por equivaler a un agradable 12,5 %, aumentó al 15 %, el porcentaje mínimo de la OCDE. Este sigue siendo suficientemente bajo para atraer a las multinacionales de las que depende la economía irlandesa (según Tax Foundation, en Europa, el impuesto de sociedades medio en 2024 era de aproximadamente un 21,3 %, “ligeramente inferior a la media mundial”). Como explicó Karla Adam en el Washington Post, la supresión de los ingresos procedentes del impuesto de sociedades convertiría en déficit el superávit presupuestario de 21 900 millones de euros, líder en Europa

Tres cuartos de esos ingresos fiscales provienen de multinacionales estadounidenses, que la administración de Trump pretende deslocalizar. Además, como informa Lisa O'Carroll para The Guardian, también se teme que Irlanda deba vivir una pérdida de 80 000 empleos si Donald Trump sigue adelante con su amenaza de guerra comercial contra la Unión Europea.

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No obstante, según informa O'Carroll, es mucho más probable que se “repatríen” las ganancias de las multinacionales estadounidenses y no los empleos, por lo menos a corto plazo. Como explicó el economista Dermot O'Leary a O'Carroll, “desde un punto de vista industrial, encontrar el terreno, implementar el plan, conseguir la planificación, construir la fábrica y adquirir las competencias necesarias en realidad toma mucho más tiempo que un mandato presidencial de cuatro años. Lo que puede darse con mucha más rapidez es todo lo relacionado con las ganancias generadas y la propiedad intelectual”.

Al hablar con O'Carroll, el economista político Aidan Regan describió el precario sistema irlandés de “traslado de beneficios” y “exportaciones fantasmas” que podría reducirse a cenizas si Trump implementase las reformas de impuestos internos. Si bien los datos oficiales indican que cada día Irlanda exporta al mundo entero medicamentos con un valor total de alrededor de 50 000 millones de euros, Regan explica que una gran parte de esos medicamentos “nunca llegan a suelo irlandés” debido a “una práctica conocida como ‘traslado de beneficios’, mediante la cual las compañías producen las medicinas fuera de Irlanda de manera parcial o en su totalidad. Pero, como la propiedad legal o la propiedad intelectual yace en Irlanda, los beneficios se contabilizan ahí”. De acuerdo con Regan, “se podría decir que hasta la mitad del impuesto de sociedades en Irlanda es volátil y está basado, para ser sinceros, en exportaciones fantasmas”.

Combate diplomático

Como lo demostró el choque con el presidente ucraniano, para la administración de Trump, la democracia es un tipo de deporte de combate. Por ejemplo, en el National Post, un periódico conservador de Canadá, Michael Murphy describe a Micheál Martin preparándose para el encuentro “como un luchador en rumbo a un combate por el premio”. Y pese a haber catalogado minuciosamente todos los momentos en los que el primer ministro irlandés contradijo declaraciones pasadas o asintió mientras Trump escupía falsedades, el artículo de Murphy concluye que “el dirigente irlandés mostró al mundo cómo manejar al presidente Trump”. 

En su entrevista con Shawn Pogatchnik para Politico Europe, el profesor irlandés de política internacional Scott Lucas sostiene que, cuando se trata de temas como la situación Israel-Palestina o la de Ucrania, “Irlanda no tiene el lujo de proclamar sus principios en un momento en el que su seguridad económica se encuentra en verdadero peligro. [...] Incluso debatir puntos objetivos sería imprudente para Irlanda ante el MAGAverso”.

Hablando de pugilismo, el otro “representante” de Irlanda en la Casa Blanca para la celebración del Día de San Patricio de este año fue el luchador de MMA Conor McGregor. Este fue un “cómodo” evento en el que se le dio rienda suelta a McGregor para que atacase el “jaleo” de migración y asilo de su país natal. Para Keith Duggan, en The Irish Times, esto fue “suficiente para cuajar numerosas pintas de cerveza negra en ambos lados del Atlántico”, en especial teniendo en cuenta que hace poco el luchador fue declarado culpable de violación sexual ante un tribunal civil. “Sería ingenuo creer que el equipo de Trump no le informó sobre la sentencia contra McGregor en el juicio por violación que tuvo lugar en Dublín en noviembre. Durante este juicio, Nikita Hand dio un desgarrador y valiente testimonio”, escribe Duggan. “Para ella, para todas las víctimas de violencias sexuales, el acicalamiento del lunes debió de haber sido más que angustiante”.

“Drill, baby, drill”

Si bien tales intervenciones no favorecen en nada a la imagen de la derecha populista en Irlanda y en el extranjero, “Trump y compañía” sí parecen estar presionando (o permitiendo) a los gobiernos existentes para que encaucen sus políticas energéticas hacia una dirección potencialmente devastadora.

En el trasfondo de la visita de Martin estaba la decisión, tomada tan solo unas semanas atrás, de aprobar la importación desde Estados Unidos de gas natural licuado (GNL) extraído mediante fracking, o fracturación hidráulica. Como informó Daniel Murray en el Business Post a inicios de marzo, “el gobierno irlandés abandonó su oposición oficial a las importaciones de gas extraído mediante fracturación hidráulica, allanando el camino para el GNL proveniente de Estados Unidos, el mayor productor de este tipo de gas, para impulsar la nueva terminal estatal de GNL de 300 millones de euros”.

Al mismo tiempo, Caroline O'Doherty de The Irish Independent informa que el desplome del Partido Verde en Irlanda (miembros de la coalición del gobierno anterior) y el aumento de miembros parlamentarios independientes ha conducido a un “rápido cambio de perspectiva” en cuanto a los combustibles fósiles. 

Dylan Murphy de Not Here Not Anywhere explica a O'Doherty que “esta decisión abre las compuertas para que las entidades comerciales puedan importar un nuevo combustible fósil a Irlanda que, según estudios recientes, tiene una huella de carbono un 33 % peor que la del carbón”. En otro artículo, O'Doherty también informa sobre los esfuerzos del personal médico y activistas en Estados Unidos para disuadir a Irlanda de “importar su sufrimiento”, a saber, el daño ambiental y los riesgos para la salud humana asociados a la fracturación hidráulica.

Desde Nueva Escocia hasta Alaska, y desde Irlanda hasta Países Bajos, la incertidumbre geopolítica ha incrementado la presión —y el consentimiento político— para “drill, baby, drill” (que se puede traducir como “perforar, nena, perforar”). En Le Grand Continent, Aurélien Saussay advierte que, para la Unión Europea, escoger el GNL estadounidense significaría renunciar definitivamente a sus objetivos climáticos de 2030. “Al precipitarse hacia el paraguas energético estadounidense”, escribe Saussay, “Europa está escogiendo prolongar su dependencia de una fuente de combustibles fósiles que es todavía menos compatible con sus objetivos climáticos que el gas ruso”. Europa está haciendo frente a un “trilema”: “cómo garantizar nuestra seguridad energética sin comprometer la descarbonización de nuestra economía ni limitar la disponibilidad de una energía de bajo coste para la población y la industria europeas”.

La única respuesta, sostiene Saussay, es el desarrollo acelerado de energías renovables. “Para Europa, la única gran potencia que no dispone de una reserva significativa de combustibles fósiles en su territorio, la transición energética es la piedra angular de su transición geopolítica: no solo es un imperativo para el clima, sino también, y sobre todo, una estrategia clave para dar cuerpo a su autonomía estratégica”.

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