Digna hija de su padre. Marine Le Pen en 2006.

La cara más humana de la extrema derecha

Tras 38 años a la cabeza del Frente Nacional francés, Jean-Marie Le Pen pasa el testigo a su hija Marine. Detrás de esta sucesión dinástica se perfila una estrategia de modernización a imagen de sus homólogos europeos. Objetivo: las presidenciales de 2012.

Publicado en 14 enero 2011 a las 10:58
Digna hija de su padre. Marine Le Pen en 2006.

El Frente Nacional ya no es lo que era. Lejos quedan ya los tiempos de la Francia de chistes verdes de Jean-Marie Le Pen sobre las cámaras de gas “fruslería de la Segunda Guerra mundial”, sobre los “leprosos” y “sidosos”, sobre los camiones militares atestados de sin papeles… Ocho años más tarde, su hija Marine lija lentamente las asperezas del agresivo partido de extrema derecha. ¿Su finalidad? Llegar a un mayor número de personas, disfrazando al FN de partido de derechas populista, más “respetable”.

Marine Le Pen considera que el futuro de la extrema derecha francesa está en su apertura. El patriarca se ha posicionado del lado de su hija tras haber defendido la ortodoxia doctrinal del FN. Es el actual número 2 del partido, Bruno Gollnisch, quien, a partir de ahora, pasará a defender esta línea. Este frentista de nacimiento, que lleva en las filas del FN 27 años, se disputa la sucesión con la hija del jefe. El 15 de enero, en el congreso de Tours, los militantes elegirán a su nuevo jefe tras 38 años de reinado del patriarca. Jean-Marie Le Pen desea que la dinastía perdure.

Una joven divorciada y un viejo profesor

Marine Le Pen y Bruno Gollnisch tienen dos estilos diferentes, dos estrategias diferentes y pertenecen a dos generaciones diferentes. La joven divorciada y moderna contra el viejo profesor de universidad. Al patriarca le gusta decir de estos dos que él es el cerebro y ella la relaciones públicas. Marine Le Pen asegura comprender a las mujeres que deciden abortar, Gollnisch desea federar las corrientes ultras: negacionistas, antisemitas, colonialistas, integristas católicos. Es un liberal, ella preconiza el proteccionismo frente al “totalitarismo económico y financiero”. Él huele a polvo, ella sale a la luz y recorre incansablemente los mercados de Hénin-Beaumont, la patibularia ciudad [del norte de Francia] que estuvo a punto de llevarse. Sobre todo, tiene la marca, es una Le Pen, es decir, lo es todo en un partido jerarquizado al extremo y sometido a la autoridad del jefe.

Marine Le Pen es una mujer de sus tiempos. Le dan absolutamente igual las obsesiones de su padre sobre la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Argelia. Quiere poner al día el FN y hacer de él un partido de gobierno construido a imagen de los partidos de la derecha populista europea: la derecha radical escandinava, la Liga Norte italiana, el PVV del holandés Geert Wilders o la extrema derecha sueca que acaba de llegar al Parlamento.

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Según la especialista en extrema derecha Nonna Mayer, “el discurso de las derechas populistas europeas consiste en decir: los musulmanes no comparten nuestros valores, no toleran a los homosexuales, las mujeres y los judíos. Dándole la vuelta al argumento: los ‘racistas’ son ellos”. Primer paso para Marine: prohibir las demostraciones racistas ostentosas que tanto agradaban a su padre. Su línea roja: el antisemitismo. ¿Su nuevo objetivo? El Islam, que ha reemplazado al tema de la inmigración lanzado en 1978 por el FN y recuperado por Sarkozy al que, por otro lado, no le ha funcionado demasiado bien.

Tres cuartas partes de los franceses rechazan categóricamente el FN

¿Su arma? El laicismo. “Es un argumento más presentable, más respetable para deslegitimizar el Islam”, comenta Nonna Mayer antes de añadir: “Pero en el fondo, la esencia del discurso es la misma: la preferencia nacional. Lo único que cambia es el argumentario”. Un nicho de mercado en expansión. La colonización ha sido reemplazada por el choque de civilizaciones y el 11 de septiembre es el mejor ejemplo. La fobia al mundo islámico está justificada por la actualidad: la iraní Sakineh, los atentados contra los coptos en Egipto, entre otros.

De acuerdo con la última encuesta de la CNDH (Comisión Nacional de los Derechos Humanos), el 23% de los franceses siente una aversión por el Islam basada no en el rechazo del otro, sino en la defensa de los valores progresistas: laicismo, feminismo e igualdad entre hombres y mujeres. Marine Le Pen responderá con esto a la AFP tras su polémica comparación entre los rezos musulmanes en la calle y la Ocupación: "cada vez me llegan más testimonios que hablan de que, en algunos barrios, no es agradable ser mujer, ni homosexual, ni judío, ni incluso francés o blanco”.

¿Una estrategia provechosa? Según los últimos sondeos, Marine Le Pen tiene entre un 27% y un 33% de opiniones favorables, pero está en su mano que estos datos se concreticen en las urnas. La intención de voto se sitúa entre un 12 y un 15%. La hija de Le Pen todavía no ha conseguido derribar los muros que cercaban a su partido: las tres cuartas partes de los franceses lo rechazan categóricamente. Pero tratándose del FN, hemos aprendido a desconfiar.

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