Manifestación contra la ley sobre los medios, el 27 de enero en Budapest.

La fractura húngara

¿Qué pasa en Budapest? Mientras Europa se pregunta sobre la política nacionalista del gobierno de Orbán, el semanario checo Respekt ha entrevistado a intelectuales y periodistas. La conclusión es que la sociedad está dividida en campos irreconciliables.

Publicado en 1 febrero 2011 a las 15:42
Manifestación contra la ley sobre los medios, el 27 de enero en Budapest.

"Por lo general, el pueblo no expresa los motivos de su voto. Pero está claro que está harto de la corrupción, de la pobreza y de las promesas incumplidas por parte de los gobiernos postcomunistas y de los liberales de los años noventa. Cree en Orbán porque él sí tiene una visión", concluye András Lánczi, profesor de filosofía política.

Desde su despacho de diseño moderno, situado en uno de los edificios de la Universidad Corvinus de Budapest, disfruta de unas vistas infinitas sobre el Danubio. Aunque como universitario se defiende de cualquier opinión preconcebida, se le considera una de las principales figuras intelectuales del Fidesz [el partido liberal-conservador del primer ministro Viktor Orbán]. Durante la entrevista, su teléfono suena tres veces.

En todas las ocasiones, se trata de solicitudes de entrevistas de televisiones extranjeras. "Es por todo el escándalo alrededor de la ley sobre los medios de comunicación", comenta excusándose. Pero se muestra impasible ante las críticas de Bruselas y el alboroto suscitado en toda Europa.

Rencores que atraviesan toda la escena política húngara

"Es simplemente porque Occidente no se fía de los nuevos miembros de la UE. Pasó igual con Eslovenia y República Checa, cuando ocuparon la presidencia de la UE. De inmediato fueron el blanco de todas las críticas", afirma Lánczi. Pero entonces, ¿cómo explica que los temores y las críticas más duras también procedan de las personalidades húngaras de primer nivel? Ante esta pregunta, Lánczi, un cincuentón amable de rostro redondo, alza bruscamente la voz: "¿Quiénes son esos críticos? ¿Paul Lendvai, que en Viena denunciaba a gente a los comunistas húngaros? ¿György Konrád, que se presenta como antiguo disidente, pero que podía viajar libremente en los años 80? ¿Miklós Haraszti, que simplemente odia a Orbán? ¡A Orbán, que tal y como atestiguan claramente los documentos de los archivos, fue perseguido por el régimen comunista!".

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Y sucede lo mismo en las demás conversaciones. Revelan que el rencor personal hacia los adversarios políticos, tanto de derecha como de izquierda, está presente en toda la escena política húngara.

Para él, el germen de la victoria aplastante de Orbán se encuentra en la historia de Hungría, tanto en la más lejana como en la más reciente. En los últimos 80 años, los húngaros han sufrido una serie de derrotas, con las dos guerras mundiales primero y luego en 1956, con la insurrección de Budapest. El famoso "socialismo del gulash" de János Kádár hundió después al país en un endeudamiento del que aún le cuesta salir al Estado. "La gente quiere liberarse de una vez por todas de esa trampa", señala Lánczi. "Orbán les da la esperanza de poner orden, de hacer justicia y crear un Estado fuerte". Por ello, el nuevo gobierno ha rechazado el préstamo del FMI y ha decidido someter a los bancos y a las empresas, en especial a las extranjeras, a un exigente régimen de impuestos.

Nos dirigimos ahora a otro barrio de Budapest y a otra universidad. La Universidad de Europa Central. Es curioso que János Kis, el célebre disidente e intelectual influyente en los "círculos liberales", a veces dé la razón a Lánczi, su adversario ideológico. En su opinión, "la situación actual se explica ante todo por motivos de orden político y no sociológico ni histórico". El principal motivo se debe a la debilidad y a la corrupción de la izquierda [en el poder de 2002 a 2010]. Esto es lo que ha producido su "hundimiento moral".

Orbán se ha convertido en la principal figura de la vida política húngara. Con él a la cabeza, la derecha siente que tiene una oportunidad histórica de transformar profundamente el Estado. Pero "si sus medidas fiscales impuestas a los bancos eran populares, no ocurre lo mismo con la nacionalización de los fondos de pensiones ni con su ofensiva contra el Tribunal Constitucional. Y cuando se dé cuenta de que su modelo económico no funciona, Orbán se enfrentará a grandes dificultades".

Una guerra mediática desde hace 20 años

Con los restaurantes que parecen adormecidos y sus calles medio vacías, Budapest puede dar la imagen de una aldea de provincia. La vida virtual, la de los medios de comunicación, parece mucho más frenética, brutal y rencorosa. Los medios de comunicación de derecha y los de orientación liberal están separados por un muro infranqueable. Los periodistas nos se hablan entre ellos y no leen los diarios de sus colegas.

"Esta guerra mediática dura ya 20 años", indica Péter Csermely, redactor jefe de Magyar Nemzet, el principal diario húngaro de derecha. Nos cuenta cómo, sin motivo alguno, los medios de comunicación de tendencia liberal, en Hungría y en el extranjero, tratan a la derecha y al gobierno de fascistas y de antisemitas. "Pero en octubre de 2006, cuando los policías aporrearon y torturaron a los manifestantes durante esa memorable concentración organizada contra el antiguo gobierno, estos medios de comunicación se callaron [durante el quincuagésimo aniversario de la insurrección de 1956, la policía cargó contra los participantes de una concentración de extrema derecha, pero también contra los manifestantes pacíficos]. Después de esto, ¿les sigue sorprendiendo que la nueva ley sobre los medios de comunicación exija una cobertura equilibrada?".

Pero ¿no resulta igualmente sorprendente que el diario de Csermely defienda esta ley, en la medida en la que confiere al nuevo Consejo de los medios de comunicación (cuyos 5 miembros han sido elegidos por el Fidesz) el poder discrecional de imponer multas financieras e instaurar, entre otras medidas, la obligación de grabación de los medios de comunicación sometidos a su aprobación? ¿No deberían los medios, independientemente de su etiqueta ideológica, defender, por el interés común, la libertad de expresión más amplia posible? Csermely lo ve del siguiente modo: "Quizás sea una ley severa, pero quien la ha adoptado es un parlamento constituido tras unas elecciones libres".

Una política fundada en el odio

Como si se tratara de un símbolo, la sede de la redacción de Népszabadság, el principal diario de izquierda, se encuentra muy lejos de allí, al otro lado del Danubio. Un equipo de televisión austríaco acaba de salir del despacho de Károly T. Vörös, el redactor jefe del diario. Mientras hace entrar a los nuevos visitantes, concluye rápidamente la entrevista en un alemán fluido: "Si la sociedad actualmente está dividida, es resultado de la política de Orbán, que se basa en el odio". "Pero, entre nosotros", añade Vörös, "los húngaros forman una nación un tanto particular". "Tienen la sensación de vivir desde hace siglos bajo dominación extranjera, turca, austriaca y luego rusa, y hoy, incluso 20 años después [de 1989], aún no han entendido que son libres. Y además, no les gusta el capitalismo. En la actualidad, aunque con motivos distintos, los cuatro partidos representados en el Parlamento se declaran anticapitalistas".

A principios de enero, Népszabadság publicó su portada con una página en blanco, en la que sólo había escrita una frase en húngaro, repetida en todos los idiomas oficiales europeos: "La libertad de prensa en Hungría toca a su fin". El diario pretende recurrir próximamente al Tribunal Constitucional. Cree que puede ganar el caso. Pero Vörös no espera ningún apoyo por parte de los redactores jefes de los medios de comunicación de derecha.

Visto desde Varsovia

Orbán no es Lukashenko

Las reacciones a las políticas de Victor Orbán cada vez son más histéricas, tanto en Polonia como en el resto de Europa. Incluso el intelectual liberal búlgaro Ivan Krastev se ha permitido hace poco un comentario emocional cuando dijo que el primer ministro húngaro está dinamitando los pilares de la democracia liberal. No le importa a Krastev que Orbán esté reduciendo los impuestos de los ciudadanos hasta un 16 por ciento y de los pequeños negocios hasta un 10 por ciento. De acuerdo con los comentaristas liberales, esto no es liberalismo. Las pequeñas empresas no deben ser apoyadas. Lo que se debería hacer es subir los impuestos a las personas normales y a las pequeñas empresas y rebajárselos a las grandes corporaciones. Esto es lo que se entiende por liberalismo en Europa hoy en día.

En cambio Orbán ha tomado una decisión. Ha actuado como un verdadero político. Cuando las arcas del Estado estaban vacías, tuvo que buscar el dinero. Y lo encontró. El trabajo de un político es, después de todo, elegir y actuar con decisión. Esto es precisamente por lo que estamos culpando a los gobiernos de Grecia, España y Portugal - en lugar de llevar a cabo reformas atrevidas se han comprometido felizmente con la contabilidad creativa. Hoy toda Europa está juntando dinero para ellos - y eso se supone que concuerda con la filosofía del liberalismo.

He escuchado personalmente al presidente de la Comisión Europea José Manuel Durao Barroso decir en Budapest que la UE debía considerar seriamente introducir una tasa bancaria para luchar contra la crisis. Orbán ya está luchando contra la crisis, con audacia, pero sus reformas, en lugar de ser elogiadas, han conseguido que se le cuelgue la etiqueta de enfant terrible de la política europea. Si alguien en la actualidad equipara a Orbán con Vladimir Putin o Alexander Lukashenko, que envía policías antidisturbios a tratar con manifestantes pacíficos y encarcela a sus oponentes políticos, o bien carecen de conocimientos elementales y de la habilidad de pensar de manera independiente, o sencillamente están actuando con maldad. Igor Janke, Rzeczpospolita, (extractos).

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