Quai de Conti, en París, días después de la masacre del 17 de octubre de 1961. Pintado en el muro: "aquí se ahoga a los argelinos".

La larga historia de una masacre olvidada

Hace 50 años, entre 100 y 200 argelinos que se manifestaban pacíficamente en París fueron asesinados por la policía. Hecho que fue durante largo tiempo ocultado por el poder, el 17 de octubre de 1961 entra a formar parte de la memoria colectiva poco a poco.

Publicado en 17 octubre 2011 a las 15:41
DR Jean Texier  | Quai de Conti, en París, días después de la masacre del 17 de octubre de 1961. Pintado en el muro: "aquí se ahoga a los argelinos".

Durante los años setenta y ochenta, el recuerdo del 17 de 1961 se envolvió en un grueso sudario. ¿Quién se acordaba entonces de que un día de otoño, hombres, mujeres y niños que se manifestaban en familia, desarmados, por las calles de París fueron asesinados a golpes por la policía, arrojados vivos al Sena o encontrados ahorcados en los bosques? "Se trata de una de las contadas ocasiones desde el siglo XIX en las que la policía ejerció la fuerza contra los obreros de París", constata el historiador Benjamin Stora. En las semanas posteriores, se rescataron en el Sena decenas de cadáveres de argelinos con los rostros tumefactos. Benjamin Stora cree que la represión causó un centenar de muertos, el historiador inglés, Jim House "como mínimo" 120 o 130, Jean-Luc Einaudi, autor de La batalla de París, más de 150.

Ese día, los "franceses musulmanes de Argelia" se manifestaban tras la llamada de la federación de Francia del FLN contra el toque de queda que les había impuesto el prefecto de la policía de París, Maurice Papon. Relegados a los barrios de chabolas de los suburbios, más de 20.000 hombres, mujeres y niños desfilan pacíficamente por las calles del barrio latino, por los Grandes Bulevares, por las inmediaciones de los Campos Elíseos. La violencia policial que se ejerció fue inaudita: los agentes les esperan a la salida del metro y en las calles para molerles a golpes e insultarles. "Se cebaban con los más débiles, los que ya estaban ensangrentados, hasta matarles, yo lo vi", contó Saad Ouazen en 1997. Aunque no oponen ninguna resistencia, decenas de manifestantes son asesinados a disparos, a otros les ahogan en el Sena. En total, detienen a más de 11.000 argelinos y los transfieren al Palacio de Deportes o al Estadio Pierre-de-Coubertin.

El silencio ocultará la verdad

Apiñados durante varios días en condiciones higiénicas espantosas, son golpeados con violencia por los policías, que los califican de "moros sucios" y de "ratas". En el Palacio de Deportes, los detenidos, aterrorizados, ya no se atreven a ir al servicio, porque la mayoría de los que se arriesgan a ir son asesinados. Al día siguiente por la mañana, la jefatura contabiliza oficialmente tres muertos, dos argelinos y un francés de la metrópoli. La mentira se afianza. El silencio ocultará la verdad. Durará más de veinte años.

Esta larga ausencia en las conciencias de la masacre del 17 de octubre de 1961 no sorprende a Benjamin Stora. "En esos años, en Francia existía una inmensa ignorancia de lo que se denomina el indígena o el inmigrante, es decir, el otro. Cuando se tiene esa percepción del mundo, ¿cómo quiere que la gente se interese por los inmigrantes que viven en los barrios de chabolas de la región parisina? Los argelinos eran los "invisibles" de la sociedad francesa".

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En los meses posteriores al 17 de octubre, a esta indiferencia de la opinión pública se añade la operación de disimulo que llevan a cabo los poderes públicos. Se censuran los relatos que ponen en duda la versión oficial. La amnistía que acompaña a la independencia de Argelia en 1962 sella posteriormente en silencio de la sociedad francesa: todas las denuncias se archivan.

A pesar del silencio, la memoria del 17 de octubre sobrevive por un lado y por otro, fragmentada, rota, enterrada. Sigue viva, por supuesto, entre los inmigrantes argelinos de la región parisina. "Estos hombres hablaban entre ellos, pero la mayoría no transmitió la memoria de este suceso a sus hijos", explica el historiador inglés Jim House. "En los años ochenta, son conscientes de que sus hijos se van a quedar en Francia y tienen miedo de poner en peligro su futuro al contarles las violencias policiales que sufrieron".

Las autoridades se aferran a la verdad oficial

Será necesario llegar a la edad adulta de la segunda generación de la inmigración argelina para dar forma al paisaje de la memoria. Estos jóvenes asistieron al colegio de la República, son electores y ciudadanos franceses, pero intuyen que los prejuicios y las miradas despectivas de las que son víctimas están relacionados con las guerra de Argelia.

Poco a poco, la memoria se despierta: en los años ochenta, Jean-Luc Einaudi emprende un inmenso trabajo de investigación. Cuando se publica su libro, año del treinta aniversario del 17 de octubre, llega la conmoción: La batalla de París, que recoge hora por hora el desarrollo de los hechos y el silencio posterior, suscita un debate sobre la represión contra los argelinos.

Con este y otros libros, la memoria del 17 de octubre de 1961 empieza a adentrarse en el espacio público. Más tarde, dos documentales alimentan más la memoria del 17 de octubre: El silencio del río, de Agnès Denis y Mehdi Lallaoui, en 1991, y Un día que desapareció, de Philip Brooks y Alan Hayling. Sin embargo, las autoridades de la época se aferran a la verdad oficial.

La justicia entra en escena

Después de los historiadores y los militantes de la memoria, la justicia es la que entra en escena: durante el proceso en 1997 del antiguo responsable de Vichy en Burdeos, los magistrados se detienen sobre lo acontecido el 17 de octubre de 1961. El ex prefecto de la policía, enfrentado a Jean-Luc Einaudi, acaba admitiendo "quince o veinte muertes" durante esa "fatídica noche", aunque los atribuye a ajustes de cuentas entre argelinos. Por primera vez, el poder realiza un gesto positivo: el primer ministro, Lionel Jospin, abre los archivos. Al basarse en un solo registro de entrada del Instituto médico-jurídico, pues la mayoría de los archivos de la prefectura y de la brigada fluvial desaparecieron misteriosamente, en 1998 reconoce la existencia de al menos 32 muertos.

Dos años más tarde, Maurice Papon decide demandar a Jean-Luc Einaudi por difamación. Esta vez, Papon admite una treintena de muertes, pero el tribunal no le da la razón: al considerar el carácter "serio, pertinente y completo" del trabajo de Jean-Luc Einaudi, los jueces constatan que "algunos miembros de las fuerzas del orden, relativamente numerosos, actuaron con una violencia extrema, bajo el dominio de una voluntad de represalias".

A partir de entonces, se hace pedazos la versión oficial del 17 de octubre. Llegó el momento de la conmemoración. Durante el 40 aniversario, en 2001, el alcalde de París, Bertrand Delanoë, colocó en el puente Saint-Michel una placa "en memoria de los numerosos argelinos asesinados durante la sangrienta represión de la manifestación pacífica del 17 de octubre de 1961". En la región parisina, una veintena de placas o de estelas graban ahora esos días de otoño en la memoria colectiva. El rompecabezas de la memoria colectiva acabó por reconstruirse, pero para muchos aún falta una pieza: el reconocimiento por parte del Estado.

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