La lección europea de Andrzej Stasiuk

¿Por qué les cuesta tanto entenderse a los alemanes y a los polacos? ¿Cómo se reconoce a un polaco? ¿Cómo se puede ayudar a Alemania a dominar de forma positiva la UE? El inclasificable escritor polaco nos da algunas pistas.

Publicado en 26 diciembre 2011 a las 11:00

TOMASZ MACHAŁA: En Polonia, ¿qué connotaciones tiene la palabra "Alemania"?

ANDRZEJ STASIUK: Muy negativas, empezando por la etimología de la palabra "alemán" [Niemiec, en polaco], es decir, alguien mudo [niemy], con el que uno no puede comunicarse por su idioma incomprensible. Y tenemos multitud de refranes, como éste: "Por viejo que sea el mundo, un alemán nunca será hermano de un polaco"; o incluso la imagen popular del diablo disfrazado de alemán. A este se añaden infinidad de ejemplos. Podemos afirmar que, durante mucho tiempo, esta palabra ha tenido una pésima connotación, difícil de aligerar después de tantos siglos.

¿A pesar de la Unión, de las subvenciones, de la ausencia de fronteras?

Realmente lo han intentado y lo siguen intentando y lo digo sin ironía y con cariño. La connotación es tan negativa que llega incluso a una generación que, en condiciones normales, debería haberse liberado del trauma histórico. Cuando nuestra hija estaba en segundo o tercero de primaria, recitó ante nuestro amigo alemán las palabras de "Rota" [un canto patriótico polaco], con la frase: "El alemán no nos va a escupir en la cara". Como es evidente, no lo hizo de mala fe. En absoluto. Simplemente quería complacer a nuestro invitado citando el único verso que conocía sobre la germanidad. Albrecht se quedó pasmado y no llegaba a creerse que aún se enseñara eso en el colegio. Pues sí, lo hacemos.

En Alemania ¿ocurre lo mismo con la palabra "polaco"?

No lo sé. Pero aunque suceda algo similar, son demasiado educados como para mostrarlo. De todos modos, creo sinceramente que la relación de los alemanes hacia nosotros es tan compleja como la nuestra hacia ellos. Simplemente, la ocultan. Nos excluyen un poco de su conciencia.

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Un polaco en la Unión Europea, ¿es un socio al mismo nivel o a un nivel inferior?

Cada vez resulta más difícil diferenciarle por la calle por la vestimenta que lleve, o por el comportamiento. Existe un mimetismo transeuropeo. Pero para el ojo experto, siguen siendo legibles ciertos trazos antropológicos. Ese rostro eslavo imborrable. Antes, hablando en la calle, un polaco tendía a bajar la voz. Hoy ya no es así. Al menos en Berlín. Aunque Berlín no es Alemania, es la Torre de Babel.

¿Ocurre lo mismo en París, Hamburgo, Londres o Roma?

Hace unos años, en la plaza de San Pedro en Roma, reconocía sin dudarlo a mis compatriotas, sobre todo a los de sexo masculino (claramente más rígidos desde el punto de vista de la imagen): una especie de pantalón a mitad de la pantorrilla, sandalias, calcetines; un poco más arriba, un vientre prominente; un bigote en la cara y por supuesto, una videocámara. Creo que la división entre la vieja y la nueva Europa seguirá vigente durante mucho más tiempo.

Esta vieja Unión ¿tiene algo que aprender de nosotros?

No somos nosotros los que les hemos acogido, sino ellos los que nos han integrado. A costa de volvernos como ellos, o al menos de intentarlo. No existe reciprocidad. Apenas les interesa cómo somos, lo único que quieren es que no molestemos demasiado. No es algo que me incomode personalmente. Al mantenernos al margen, tenemos más libertad.

¿Teme a la dominación alemana? ¿A una hegemonía de Berlín?

Cuando existe un grupo, debe haber alguien que domine, es así de sencillo. Está claro que los polacos preferirían asumir esa función, pero es lo que hay y Alemania será la que domine. Intentamos evitarlo con un tal tratado de Versalles y ya sabemos cómo acabó.

¿La dominación es forzosamente negativa y peligrosa?

Todo depende del arte de incitar a los dominantes a "dominar bien". Durante mucho tiempo, lo hemos logrado más o menos: por su mala conciencia, su historia y su culpabilidad, intentaban a toda costa dominar con suavidad. Los "malos alemanes" se convirtieron en "buenos" y no hay que buscar la ironía en mis palabras. Pero ¿cómo convencerles de que continúen con esta "buena dominación"? Toda Europa debería ponerse manos a la obra. Necesitan ser los mejores en todo y lo que hace falta es encauzarles hacia un buen liderazgo. En otras palabras, necesitan una cierta vigilancia.

Para usted, ¿la Unión tiene un valor superior o inferior al Estado nación?

La Unión es un sistema administrativo. Mire, yo escribo libros, textos. Mi herramienta es el idioma y desde esta perspectiva percibo el mundo. La Unión no es una realidad compleja, no existe un "idioma de la Unión". Es el primer elemento que tengo en cuenta. En segundo lugar, pienso en la historia. Como es evidente existe una historia universal o la historia europea. Pero muéstreme a alguien con sentido común y que se identifique con la historia universal. Tenemos historias distintas, que nos definen del mismo modo que el idioma. Todos esos relatos de la "casa común europea" suenan maravillosamente bien, pero es más bien propaganda.

¿De dónde viene su admiración por Alemania?

Admirar... Volvemos a los grandes términos. Alemania me gusta por su contraste, por ser un mundo opuesto al nuestro. Allí me siento bien para pensar en la historia, la civilización, todas las superioridades y las inferioridades. Alemania ha sublimado de un modo bastante interesante mi "polonitud", que por lo general apenas me preocupa. Sin embargo, una vez que estoy en Unter der Linden o en la Potsdamer Platz, resurge. No admiro a Alemania. Me gusta ir allí de vez en cuando y observar cómo se domestica y se ordena la materia.

¿Toda Europa debería ser más como Alemania: ordenada, trabajadora, cuidada, respetuosa con las leyes?

¿A quién serviría de ejemplo? No, no se puede hacer algo así. No, Europa es una cuestión de diversidad. De todos modos, resulta increíble que en esta pequeña península en el extremo de la enorme Eurasia, hayan logrado surgir tantas naciones, tantos idiomas y tantas culturas. Por favor, observe en un mapa esa pequeña cosa europea. ¿Y bien? ¿La próxima etapa será Escandinavia con su idilio social? No. Europa debería ser más griega. La prosperidad y la tranquilidad acaban con ella. Antes sí existía, porque sabía asumir riesgos, salir al mar para hacer fortuna. Hoy lo único que hace es amontonar y temer las pérdidas. No me identifico con los Estados nacionales. No me identifico con los Estados en absoluto. Para mí, el idioma es primordial. Polonia ha sobrevivido a divisiones, ocupaciones, gracias al idioma, a la cultura. La religión también fue un elemento bastante importante en la afirmación de la conciencia nacional. La iglesia católica sustituyó al presupuesto, al ejército y a los impuestos. Hoy intenta hacer un poco lo mismo... Pero para mí, lo fundamental es el sentimiento de una singularidad, de una unicidad, por la que merece la pena hacer sacrificios. De lo contrario ¿por qué no convertirse en alemán por comodidad, en ruso por fantasía o en judío para contradecir a todo el mundo? Esa "polonitud" sin duda debe ser una forma de sentimiento de superioridad. ¿No cree? Sí, un sentimiento de superioridad. Por supuesto que no justificada. Pero superioridad en cualquier caso.

¿Teme que Alemania se convierta en un Estado peligroso?

Sí y está muy bien, porque mi país se reafirma más cuando alguien le amenaza. Sin peligros, sin preocupaciones, Polonia está menos viva y es un poco más inexistente. En cambio, cuando un nacionalismo señala a sus puertas, de repente mejora, vuelve en sí y recupera todo su vigor. Así que, larga vida al nacionalismo alemán. Aunque esto no signifique que no debamos estar atentos.

Andrzej Stasiuk

El narrador de Europa del Este

Andrzej Stasiuk, uno de los escritores contemporáneos polacos más famosos y populares en el extranjero, es poeta, ensayista, crítico literario, militante pacifista (estuvo un año y medio en prisión por deserción) y gran viajero. Nació en Varsovia en 1960 y vive desde hace muchos años en las montañas al sur de Polonia, donde cría ovejas y llamas. Es autor de El cuervo blanco (1996), Cuentos de Galitzia (El Acantilado, 2009) y De camino a Babadag (El Acantilado, 2008).

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