Las naciones salvarán a Europa

Los políticos han cedido el poder a la economía al rechazar la construcción de una Europa federal en torno a la moneda única. Según expone un historiador polaco, para volver a recuperarlo y compartirlo con los ciudadanos, los líderes deben construir hoy una federación de naciones.

Publicado en 16 febrero 2012 a las 14:21

La Europa unida es un OPNI (objeto político no identificado), decía en la década de los noventa Jacques Delors, uno de los iniciadores de la moneda única europea. Así describía a una Europa sumida en la incertidumbre con respecto a las rutas que podían seguirse para su integración: mediante la unificación de los mercados o mediante la construcción de una unión política con vistas a una futura federación. La situación actual es producto de esta problemática y de la elección realizada por la Unión.

Europa apostó por el mercado, pues consideró que esta forma de integración era satisfactoria. Nos dejamos llevar por la ilusión de que el mercado comunitario lograría aquello para lo que los políticos europeos no estaban preparados: crear una unión política a través de los vínculos económicos.

Renunciamos a crear instituciones políticas sólidas. Luego, sin que sorprendiera a nadie, llegó la crisis y la Unión resultó ser muy vulnerable políticamente. En cuanto a los mercados, que se suponían que favorecerían su integración, hoy la pisotean.

Los mercados en lugar de la política

El punto débil de la UE, es decir, dar preferencia al mercado con respecto a la política, no sólo la vuelve impotente ante la crisis, sino que sobre todo le impide pensar en el futuro. ¿Acaso la política no es una forma de controlar el futuro?

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Hoy no existe ninguna visión que impulse el futuro de Europa. La crisis no tiene nada que ver. La capacidad de esquivar la cuestión de su transformación siempre ha sido el punto fuerte de la UE.

¿Por qué cambiar algo que no funciona tan mal, sobre todo cuando el crecimiento económico garantizaba la estabilidad de Europa? Teníamos la impresión de que el tiempo se había detenido y que lo controlábamos. ¿Por qué pensar en el futuro, cuando tan sólo era una simple extensión del presente?

Y sin embargo, el que cree dominar el curso de los acontecimientos a menudo resulta ser la primera víctima. Es una lección de historia de sobra conocida, pero que nunca han asimilado los dirigentes europeos, a juzgar por la forma con la que la Unión lucha contra la crisis, construyendo poco a poco el escenario de una catástrofe política.

Desintegración entre el centro y la periferia

La Unión tan sólo reacciona, y además con indolencia, ante los problemas inmediatos, absteniéndose de dar un paso adelante, ni siquiera para demostrar que los principales dirigentes europeos siguen pensado en la Unión como una sola entidad. Hoy asistimos a la tendencia contraria: la de la desintegración de la Unión entre el club de los países más fuertes y el de los más débiles, entre el centro y la periferia.

Como es evidente, los políticos europeos no desean un hundimiento así. Saben de sobra que constituiría una catástrofe de civilización. Pero no logran librarse de la forma habitual de actuar, aunque la consideren obsoleta.

Afirman que quieren calmar a los mercados, pero de forma que los mecanismos sigan intactos y que después de la crisis, los mercados ocupen de nuevo el lugar de la política y de la integración política.

El mayor problema en nuestras sociedades europeas es que los dirigentes políticos gobiernan cada vez menos, dejando un gran vacío en el lugar del ejercicio del poder a la antigua usanza.

La solución: confiar el poder a la UE

Vivimos en una democracia dispersa e individualizada, en la que a los dirigentes les cuesta descifrar las aspiraciones ciudadanas, tan caóticas e incoherentes. Por lo tanto, resulta difícil determinar con claridad los objetivos de una comunidad ciudadana.

Mientras crece el sentimiento de alejamiento entre los dirigentes y los ciudadanos, el poder y la política en general escapan de las manos de los líderes políticos, sin que llegue a los ciudadanos.

La Unión es una expresión flagrante de estas tendencias. No sólo ha perdido sus antiguas aspiraciones, al convertirse en una tierra sin futuro, sino que, peor aún, para un gran número de ciudadanos se ha vuelto una tierra de promesas traicionadas.

Con el incremento dramático del paro, sobre todo entre los jóvenes, la Unión Europea ya no es la garantía de una vida decente y estable. El Estado del bienestar europeo, uno de los pilares tradicionales de la democracia, sufre un desmantelamiento progresivo, a veces inmediato.

Recuperar la voluntad de los pueblos

Las crecientes desigualdades avivan la ira. El miedo a la pobreza y a la degradación social se extiende incluso a las sociedades relativamente inmunes a la crisis.

Hoy carecemos de ideas sobre cómo salir indemnes. En esta situación, la mejor opción es volver a los orígenes, en este caso, a los de la Unión. La Europa unida era desde el inicio el proyecto político de la unificación del continente. Un proyecto para construir una federación de naciones y por un proyecto de futuro, dice el filósofo Marcel Gauchet.

Lo que tenemos que hacer es construir una federación de naciones. Una buena parte del poder se confiaría a la UE, bajo el control de las naciones. Resulta vital esta inversión de la relación con la Unión, que hoy escapa al control de los pueblos. La Europa unida se construyó con la voluntad de los pueblos, de los que sin embargo se ha desviado. Sólo logrará sobrevivir si los recobra.

Hoy no sólo se trata de salvar el crecimiento económico, sino también, o quizás sobre todo, de salvar la democracia de la Unión. Los ciudadanos europeos son los únicos que pueden hacerlo y lo harán si están convencidos de que merece la pena. Si se les propone un futuro y una política justa.

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