Ideas Crisis de los refugiados

Lo peor y lo mejor de Europa

Publicado en 11 septiembre 2015 a las 10:37

Uno podría haberse imaginado que en la fase más aguda de la crisis griega Europa había dado lo peor de sí misma. La brecha entre los defensores de la ortodoxia y los partidarios de la solidaridad, por simplificar, amenazó con la implosión de la zona euro, situó a unos europeos frente a otros y puso en peligro la construcción europea.

Con el tercer plan de ayudas aprobado la tensión se ha reducido, y la UE parecía dispuesta a seguir adelante cuando otra crisis, también anunciada, ha vuelto a ponerla en entredicho. La ola de refugiados que llegan por su flanco sur cobró impulso en la primavera, sobre todo con el agravamiento del conflicto en Siria. Con su componente de tragedias y de fríos números - casi 2.500 muertos (ahogados en su mayoría) los primeros ocho meses del año y más de 320 000 personas que han llegado a Europa, según la Organización Internacional para las Migraciones - sin duda pone a prueba la capacidad de acogida de los países de la Unión, pero sobre todo ha puesto de manifiesto las contradicciones de su política de asilo y la falta de coraje o compasión de algunos de sus líderes, sorprendidos por la magnitud de la crisis y más dispuestos a seguir los temores de sus ciudadanos, centrados en las cuestiones de seguridad del asunto, más que en hacer lo que es correcto. Y por encima de todo, ha hecho salir a la luz otra fractura en la UE, mucho más profunda y amenazante para el proyecto europeo.

Mientras que los países del sudeste, con Grecia, Italia y Hungría a la cabeza, están bajo presión debido a que tienen que hacer frente a la llegada de cientos, a veces miles, de refugiados al día, y algunos países europeos occidentales, liderados por Alemania, finalmente han decidido abrir sus puertas, otros, sobre todo miembros del Grupo de Visegrado, se niegan a acoger a más refugiados o a participar en cualquier sistema de cuotas no voluntario. Algunos incluso han expresado su disposición a acomodar sólo a los refugiados cristianos, más "integrados", en contraste con los musulmanes - un aspecto también planteado por los movimientos populistas y xenófobos en Europa Occidental.

Además de hacer una distinción a priori entre "buenos" y "malos" refugiados, lo cual es contrario a la letra y el espíritu del derecho de asilo, esta actitud revela una falta de conocimiento (¿o es de mala fe?) sobre la naturaleza de los que buscan refugio en Europa. Debido a que fundamentalmente no se trata de yihadistas, sino de familias de clase media que huyen de la guerra y de los regímenes represivos, muy similares a las que huían de los regímenes comunistas de Europa del Este y Europa Central y que Europa Occidental acogió con los brazos abiertos. El temor de ver sus países relativamente étnica y culturalmente homogéneos abiertos al multiculturalismo tal y como es vehiculado por los medios de comunicación, con su carga de desórdenes, de comunitarismo, o incluso de terrorismo, justifica a sus ojos la hostilidad a cualquier forma de apertura.

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Pero lo que es más grave es que revela una división dentro de la Unión en relación con la misma visión de lo que representa y de su futuro: ¿Está destinada a seguir siendo una comunidad de intereses principalmente económica o queremos ir más allá hacia un verdadero destino común basado en valores - la solidaridad, la apertura, el laicismo, la tolerancia, la libertad - que compartimos?

Ante el silencio de las élites europeas, Berlín lo ha roto con valentía dando ejemplo, y una parte de la respuesta ha venido de la sociedad civil, que ha sido capaz de responder dignamente para recibir a los refugiados. Por todas partes los alcaldes, las asociaciones, o los simples ciudadanos se están movilizando para brindarles apoyo material y moral y recordar que Europa es capaz de lo peor, pero también de lo mejor.

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