Su vida con el príncipe Guillermo y Kate Middleton. Un recuerdo de la boda real.

Los Windsor para siempre

Hace casi exactamente 100 años, las testas coronadas de Europa se dieron cita en Londres para la coronación de Jorge V, abuelo de la actual Reina. A pesar de la suntuosidad de la ocasión, muchos astutos observadores creyeron que el sistema vigente expuesto no tendría posibilidades de perdurar en el siglo XX.

Publicado en 28 abril 2011 a las 14:08
Su vida con el príncipe Guillermo y Kate Middleton. Un recuerdo de la boda real.

El dramaturgo George Bernard Shaw consideraba a la monarquía como una “alucinación universal” del pueblo que pronto llegaría a su fin. El radical novelista H. G. Wells advertía que la monarquía tenía tantas posibilidades de sobrevivir “como las que tiene el Lama del Tíbet de convertirse en Emperador de este planeta”.

Estas predicciones parecían perfectamente razonables. En los albores del siglo pasado, las antiguas monarquías de Europa eran feudales, absurdas y no estaban nada al corriente del espíritu democrático de la época. Además, en poco tiempo se demostró despiadadamente que los críticos tenían razón. Al cabo de pocos años tras la coronación de Jorge V, muchas de las grandes dinastías se habían destruido. El Archiduque Francisco Fernando, el supuesto heredero austríaco, fue asesinado en Sarajevo junto a su mujer Sofía tan sólo tres años después. El primo del rey, el Káiser Guillermo II, fue obligado a exiliarse a finales de la Primera Guerra Mundial. Los Romanov en Rusia fueron masacrados.

Sin embargo, entre toda esta carnicería, la familia real británica sobrevivió. Han vivido momentos difíciles, como la crisis de abdicación en 1936 y la convulsión popular que se produjo tras la muerte de Diana, princesa de Gales, en 1997, que fueron los sucesos más amenazadores. Pero la monarquía ha sabido salir adelante y rara vez ha proyectado una imagen tan sólida como la de esta semana, ahora que se acerca la boda del príncipe Guillermo y Catherine Middleton.

La monarquía define a los británicos como personas

Por ello es importante plantear la pregunta obvia: ¿cómo se explica la supervivencia de lo que a primera vista parecería un anacronismo tan evidente? Parte de la respuesta reside en un pragmatismo inteligente. A tenor de la creencia popular, los Windsors son estúpidos. Pero siempre han tenido un instinto para saber cuándo y cómo adaptarse y por ello los monarcas británicos modernos han sabido ceder, ya sea respondiendo ante las presiones y aceptando pagar el impuesto sobre la renta (tal y como hace la Reina desde 1993) o accediendo la semana pasada a considerar el cambio en las leyes de sucesión para que reflejen las nociones contemporáneas de igualdad de género (aunque el cambio para permitir que los católicos se casen con miembros de la familia real se haya descartado tras las objeciones de la Iglesia de Inglaterra).

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Sin embargo, estas políticas tácticas, por astutas que sean, no explican el poderoso afecto que sienten los británicos por la monarquía. Somos un país en el que apreciamos el ritual, las costumbres, las tradiciones. Somos profundamente conscientes de nuestro pasado a menudo glorioso, a veces trágico y en ocasiones vergonzoso. La monarquía es la expresión nacional de nuestra veneración común a la experiencia. Pero la relación entre la Reina y sus súbditos es mucho más profunda. Esto se debe a que la monarquía no nos define simplemente como una nación: nos define como personas. Nuestro respeto y afecto por la Reina está arraigado en nuestro inconsciente colectivo.

Es irracional. Es sentimental. Es absurdo. A veces es totalmente descabellado. Y aún así, la monarquía funciona. Porque humaniza lo que de otro modo puede parecer un Estado distante e impersonal. Las personas a las que les resulta difícil identificarse con una ley del Parlamento, con una directiva de Bruselas, con un magistrado superior o un secretario estatal (todos ellos elementos esenciales del Gobierno), entienden el concepto de la familia real. Comparten sus tragedias, sus alegrías y sus dramas familiares.

Uno de los motivos de la estabilidad política de los últimos 200 años

Sólo se queda fuera un grupo: el de los intelectuales. Tanto de derecha como de izquierda, siempre han despreciado la institución de la monarquía. Nunca podrá ajustarse de ningún modo a sus grandiosos y abstractos esquemas de transformación de la sociedad. A Tony Benn, el republicano más distinguido de Gran Bretaña, le encanta preguntar si confiaríamos en un médico o en un piloto de avión que haya heredado el puesto. No hay respuesta a esta pregunta. La institución no tiene lógica.

Pero eso no significa que la monarquía no cumpla un propósito. Todo lo contrario: ocupa el espacio público que de otro modo aprovecharían los partidos políticos rivales. La alternativa a la Reina como cabeza de Estado probablemente sería una Thatcher o un Blair y en cualquiera de los casos, sería una figura que dividiría al pueblo. La presencia de una familia real en el corazón de nuestros asuntos nacionales es uno de los principales motivos de la extraordinaria estabilidad política en Gran Bretaña en los últimos 200 años. Durante la Segunda Guerra Mundial, el escritor socialista George Orwell lo reconoció, al observar que la presencia de la realeza había contribuido a salvar a Gran Bretaña del fascismo durante la década de los treinta, repleta de crisis.

La izquierda intelectual (y la extrema derecha) no pueden asimilar estas verdades básicas. Por ello, en las últimas semanas, a medida que se aproxima el día de la boda, partes de la prensa, lideradas por The Guardian y The Independent, han descargado críticas de abuso y burlas hacia la familia real. La mayoría de los ataques son demasiado rastreros y desagradables como para repetirlos. Algunas de las aportaciones son ridículamente engreídas, como el desagradable artículo, lleno de desprecio e invectivas, de Joan Smith en The Independent, en el que se quejaba amargamente de que “en una ocasión, la Reina me dejó con el saludo en la boca cuando le dije 'hola' pero no le hice la reverencia”.

La descarada propaganda anti-monárquica de algunos medios

Pero hay otros elementos siniestros. The Guardian ha creado un plan de aprendizajesobre la monarquía dirigido a profesores de educación primaria, completado con diapositivas de PowerPoint, para que puedan utilizarlo en clase antes del gran día. Se trata de una descarada propaganda anti-monárquica y la autora no se avergüenza al declarar su objetivo: “La presentación de PowerPoint ofrece a los alumnos el vocabulario, la información y los argumentos para que formen sus propias ideas y estén preparados para contestar al reto final: ¿debería abolirse la monarquía?”.

La boda de esta semana será un gran día, pues el príncipe Guillermo y Catherine Middleton crearán la promesa de una nueva y más relajada era para la familia real. Pero entre toda esta oleada de buena voluntad nacional, la pareja real no deberá confiarse demasiado. Sus enemigos más inteligentes han llegado a la conclusión de que la causa republicana no tiene ninguna posibilidad mientras viva la Reina. Pero cuando fallezca, volverán a la carga. La familia real tendrá que recurrir a todas sus reservas de pragmatismo y sosegada prudencia si quiere perdurar en el siglo XXI.

Reacciones

Una opinión pública confusa

A pesar de todas las ondeantes banderas monárquicas y de las quejas por parte de los republicanos, los británicos no saben qué hacer respecto a la boda real,afirma el sociólogo Frank Furedi en Spiked. “Hay poca magia en el ambiente. En la actualidad, el público británico parece confundido e inseguro sobre si debe expresar sus afiliaciones culturales y nacionales”, añade.“El sentimiento de que ‘no estamos seguros de lo que debemos hacer’ se ha extendido mucho durante los preparativos de la boda. Esa es una de las razones por las que, a diferencia de ocasiones anteriores, ha habido un notable descenso en el número de solicitudes para organizar fiestas en la calle”.Una tercera parte de los ayuntamientos locales asegura no haber recibido ninguna solicitud, mientras que los restantes apenas han recibido cuatro o cinco. Frank Furedi señala que se ha permitido en los medios debatir sobre los aspectos negativos de la monarquía, algo que destacó por su ausencia cuando el príncipe Charles contrajo matrimonio con la fallecida princesa Diana en 1981.Sin embargo, eso no significa que Gran Bretaña vaya camino de la república. “Ninguno de esos argumentos cabe en la imaginación del público. Y la falta de entusiasmo por organizar fiestas en la calle tampoco debe interpretarse como un apoyo a una campaña republicana”.

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