Christine Lagarde y Angela Merkel en la Cancillería en Berlín, en octubre de 2011.

Merkel-Lagarde, un equipo vencedor

El cambio de guardia en las principales instituciones de la UE el próximo año le proporciona a Bruselas la oportunidad de nombrar unos líderes fuertes que hagan recuperar la fe en el proyecto europeo. ¿Por qué no dejamos que la directora del FMI y la canciller ocupen los cargos más altos?, argumenta el columnista Tony Barber.

Publicado en 31 octubre 2013 a las 16:52
Christine Lagarde y Angela Merkel en la Cancillería en Berlín, en octubre de 2011.

Imagine una UE liderada, dentro de doce meses, por Angela Merkel y Christine Lagarde. Eso atraería la atención mundial. Los americanos y los asiáticos se preguntarían si por fin Europa empieza a actuar conjuntamente.

Lamentablemente, eso no sucederá. Bajos los excéntricos métodos de nombramiento de los cargos más altos, eso no puede suceder. Con esas nociones tan contradictorias y turbias sobre el papel internacional de Europa, es casi seguro que los 28 líderes nacionales de la UE no querrían que tal cosa sucediese.

Lo cual es una oportunidad desaprovechada. La señora Merkel, tras su reciente victoria en las elecciones parlamentarias de Alemania, y satisfecha de ser la principal responsable a la hora de tomar decisiones en la crisis de la eurozona, es una candidata extremadamente bien cualificada para sustituir a Herman Van Rompuy como presidenta del Consejo Europeo, el cual agrupa a los jefes de Gobierno de la UE.

La señora Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional y ex ministra de Economía del Gobierno francés, es un excelente candidata para ocupar el puesto de José Manuel Barroso como presidenta de la Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la UE.

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Entregarle las riendas de la UE a ese dúo sería un golpe maestro. Le otorgaría poderes a dos de las políticas más respetadas de Europa a nivel internacional. Significaría una declaración audaz de la actitud de Europa con respecto a las mujeres en la vida pública. Y finalmente constituiría un símbolo de la sociedad franco-alemana sin la cual la UE es como un caballo desbocado.

No hacer sombra a los líderes nacionales

Para comprender por qué eso es un sueño imposible, hay que pensar en las palabras del señor Van Rompuy. En un momento de descuido, en cierta ocasión dijo que su carisma estaba “infravalorado frecuentemente”. Tras poner de nuevo los pies en la tierra, afirmó que la perspicacia esencial del presidente del Consejo Europeo nunca fue la de ser alguien que aspire a eclipsar a los líderes nacionales del bloque, ya que lo devorarían a él o a ella antes de servir el tercer plato de una de las cenas cumbre de la UE. Por el contrario, el presidente de la UE debe ser una persona que “busque soluciones, compromisos, un facilitador y un intermediario”.

Sobre ese tema, el señor Van Rompuy, un filósofo cristianodemócrata belga, sabe de lo que habla. Es la única persona que ha ostentado la presidencia de la UE a jornada completa, un puesto que se creó en 2009. Los líderes europeos le nombraron porque querían un presidente, no un director ejecutivo. [[También preferían alguien de un país pequeño o mediano que no fuese demasiado engreído]]. Una persona reconocida a nivel mundial como Tony Blair, el ex primer ministro británico, era precisamente lo que no querían. Por esa misma razón, la señora Merkel no es tampoco la más adecuada, aunque tampoco ha sugerido que quiera serlo.

Las cuestiones de equilibrio geográfico, nacional, político y de género son fundamentales cuando la UE decide, cada cinco años aproximadamente, distribuir los cargos más altos. Por ejemplo, con Mario Draghi de Italia ocupando la presidencia del Banco Central Europeo, es muy difícil imaginar a Mario Monti, ex primer ministro italiano y comisario de la UE, sustituyendo al señor Van Rompuy, ni a Franco Frattini, ex ministro de Asuntos Exteriores italiano y también ex comisario, sustituyendo al danés Anders Fogh Rasmussen como secretario general de la OTAN (otro puesto que estará disponible el año próximo y que siempre recae en un europeo). En cualquier caso, ¿sería sensato por parte de la UE nombrar al señor Monti, un brillante burócrata cuya breve carrera política cayó espectacularmente, o presionar la causa del señor Frattini, un ex monaguillo del condenado delincuente Silvio Berlusconi?

Los líderes nacionales controlarán el proceso de selección para sustituir al señor Van Rompuy, pero les será muy difícil imponer sus elecciones para el presidente de la Comisión y el alto cargo de la política exterior de la UE, un cargo que se le concedió a Catherine Ashton en 2009. De acuerdo con el tratado de gobernanza de la UE, el nombramiento de los líderes requerirá la aprobación del Parlamento Europeo. Por tanto, los líderes deberán escuchar a las partes representadas después de las elecciones del próximo mes de mayo.

“Gracias, pero no”

Eso puede parecer un buen signo para la responsabilidad democrática, pero en la práctica supondrá un grave riesgo de confusión y una serie de nombramientos anticlimáticos. Cada uno de los cuatro partidos políticos más importantes a nivel nacional —centro-derecha, centro-izquierda, liberales y ecologistas— planea en las próximas semanas y meses proponer un candidato para la presidencia de la Comisión. Después de las elecciones, el partido vencedor instará a los líderes nacionales a aceptar su candidato. [[Bajo el muy elaborado sistema de distribución de puestos, el cargo de la política extranjera irá a una persona del partido que haya salido en segundo lugar, o puede que en tercero]]. La presidencia del Parlamento Europeo (la UE tiene una gran cantidad de presidentes) también se distribuirá.

Por supuesto, es posible que los líderes nacionales no quieran al candidato del partido vencedor como presidente de la Comisión. El resultado sería un enfrentamiento bastante desagradable entre los jefes de Gobierno y el Parlamento Europeo, una perspectiva que con seguridad alejará a los europeos de las instituciones de la UE, ya consideradas como narcisistas e intocables. También es posible que el candidato destinado para la política extranjera rechace el cargo porque tenga los ojos puestos en premios supuestamente mayores en la política nacional. En el año 2009, el grupo socialista eligió a David Miliband, el entonces secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido. Habría sido una elección admirable, pero él respondió que gracias, pero no. Simulando una toma de decisiones muy meticulosa, los líderes de la UE eligieron a la señora Ashton, que no tenía ninguna experiencia en política exterior y que ni por asomo se habría considerado a sí misma como posible candidata.

Mientras que los líderes nacionales ansíen acaparar la atención y el tira y afloja defina el proceso de nombramientos, la UE seguirá haciendo elecciones extrañas para los cargos más altos. Quizá los líderes lo prefieran así, pero como dice una antigua viñeta estadounidense, vaya forma de hacer las cosas.

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