Ningún sacrificio sin esperanza

Los europeos serían más transigentes con los esfuerzos que se les piden si la legitimidad de la Unión Europea estuviese intacta. Incluso podrían ver cómo sus propios intereses salen beneficiados.

Publicado en 16 noviembre 2012 a las 16:33

En una reciente entrevista, el presidente francés François Hollande dijo algo de crucial importancia, pero que frecuentemente se olvida: puntualizó que existen límites al nivel de sacrificio que se puede exigir a los ciudadanos de los países del sur de Europa que atraviesan problemas financieros. Para evitar convertir a Grecia, Portugal y España en “reformatorios” colectivos, razonó Hollande, las personas necesitan esperanza más allá del horizonte de recortes de gastos y medidas de austeridad que cada vez se extienden más.

Incluso el conocimiento más elemental de la psicología apoya la evaluación de Hollande. Es poco probable que se logren las metas a través de refuerzos negativos y gratificaciones diferidas a menos que se perciba una luz al final del túnel – una recompensa en el futuro por los sacrificios de hoy.

El pesimismo del público en el sur de Europa es en gran parte atribuible a la ausencia de tal recompensa. A medida que la confianza de los consumidores declina y el poder adquisitivo de los hogares profundiza la recesión, los pronósticos sobre cuándo la crisis llegará a su fin se alejan en el tiempo de manera repetitiva, y los que sufren los embates de la austeridad están perdiendo la esperanza.

Ofrendas sangrientas

A lo largo de la historia, el concepto de sacrificio ha fusionado la teología con la economía. En el mundo antiguo, las personas hacían ofrendas, a menudo sangrientas, a las divinidades; dirigían sus ofrendas a quienes ellos creían que les recompensarían con, por ejemplo, buenas cosechas o protección del mal. El cristianismo, con su creencia de que Dios (o el Hijo de Dios) se sacrificó para expiar los pecados de la humanidad, invierte la economía tradicional de sacrificio. En este caso, el sufrimiento divino sirve como ejemplo de la humildad desinteresada con la cual las desgracias terrenales se deben soportar.

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A pesar de la secularización, la creencia de que las recompensas o logros requieren sacrificio se ha convertido en una parte integral de la conciencia cultural europea. La idea de un “contrato social” – que surgió durante la Ilustración con el fin de abordar, sin tener que recurrir al derecho divino, la legitimidad de la autoridad del Estado sobre sus ciudadanos – autoridad que se basa en la premisa de que los individuos renuncian a un cierto grado de libertad personal con el objetivo de garantizar paz y prosperidad para todos.

Como resultado, los líderes políticos a menudo han pedido a los ciudadanos que sacrifiquen sus libertades y comodidades personales en nombre de entidades espirituales secularizadas, como por ejemplo, la nación o el Estado – y los ciudadanos con ilusión accedían a esto. En su primer discurso ante la Cámara de los Comunes en calidad de Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill infundió esperanza a una nación atribulada, cuando pronunció su célebre frase declarando que él – y por lo tanto Gran Bretaña – “no tenía nada más que ofrecer que sangre, ímprobo esfuerzo, sudor y lágrimas”

Sacrificios carentes de sentido

Teniendo en cuenta estos innumerables precedentes, pudiera ser sorprendente que ya se demostró que la retórica del sacrificio, bajo la bandera de la austeridad, es muy ineficaz en la actual crisis de Europa. Algunos observadores culpan a la disminución de los niveles de compromiso con cualquier situación que trascienda al individuo, e inclusive que trascienda al sistema político.

Pero la resistencia a la austeridad en el sur de Europa no tiene sus raíces en una hostilidad general hacia el sacrificio. Por el contrario, los europeos han llegado a creer que sus líderes están exigiendo sacrificios que no conducen al progreso de sus intereses. Churchill dio a los británicos algo que desear con ansias: la victoria. Cuando no existe una finalidad clara que lo justifique, el sacrificio se torna sin sentido.

Se suponía que la prosperidad iba a legitimar a la Unión Europea. Después de que el período de rápido crecimiento económico llegó a su fin, los líderes europeos llegaron a depender, en cambio, en la amenaza de que podría ocurrir un mal mayor que la austeridad: una mayor desestabilización en los países deudores, misma que conduce a la moratoria, a la expulsión de la eurozona y al colapso económico, social y político.

Pero la retórica del miedo está perdiendo influencia, debido a que el “nuevo acuerdo” que toma forma a lo largo y ancho del sur de Europa ofrece más represión y menos protección, violando los principios fundamentales del contrato social. En efecto, mientras que a los ciudadanos europeos se les está pidiendo sacrificar su nivel de vida – e incluso sus medios de vida – por el bien de la “economía nacional”, las corporaciones transnacionales están prosperando.

Injusticia exacerbada

Las condiciones impuestas por la "troika" – la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional – equivaldrían a un retraso indefinido tanto en el abordaje de las necesidades de aquellos a quienes se les pide sacrificarse, como en la reparación de las deshilachadas redes de seguridad social. Y, es más, los gobiernos nacionales aún continúan aplicando políticas que exacerban la injusticia. Por ejemplo, el presupuesto del año 2013 de Portugal reduce el número de tramos de impuesto de ocho a cinco – un desplazamiento que va a devastar a la clase media.

El sacrificio solía involucrar liberal al cuerpo – de sus placeres, necesidades básicas, e incluso de su vitalidad – por el bien del espíritu. No obstante que el discurso del sacrificio persiste, se ha abandonado la lógica que lo ha apuntalado durante milenios. Los líderes europeos deben imbuir en sus ciudadanos esperanzas renovadas. La legitimidad de la Europa “post-nacional” – basada en la obligación consagrada en el Tratado de Lisboa de la Unión Europea en cuanto a promover “el bienestar de su población” – está en juego.

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