Noticias ¿Cuál es el futuro de Europa? / 3
Ilustración de Joep Bertrams publicada en Het Parool (Amsterdam).

Nuestro destino impone la acción

A imagen de la canciller alemana, los dirigentes europeos parecen esconderse detrás de la voluntad de sus pueblos para explicar su inercia. Sin embargo, el filósofo Jürgen Habermas argumenta que sólo la voluntad política nos permitirá afrontar la crisis y dar vida a la idea europea.

Publicado en 26 mayo 2010 a las 14:48
 | Ilustración de Joep Bertrams publicada en Het Parool (Amsterdam).

Días decisivos: el 8 de mayo Occidente celebra la victoria sobre la Alemania nacionalsocialista, Rusia lo hace el 9 de mayo. Este año, los ejércitos de las fuerzas aliadas desfilaron conjuntamente para celebrar la victoria. En la Plaza Roja de Moscú Angela Merkel estaba al lado de Vladímir Putin. Su presencia reforzaba la impresión de una Alemania “nueva”.

La canciller llegó de Bruselas, donde había desempeñado un rol totalmente distinto y donde había presenciado una derrota de una categoría muy distinta. La imagen de la conferencia de prensa en la que se anunciaba la decisión de los jefes de Gobierno de la UE sobre el fondo de rescate común para el frágil euro dejaba ver una mentalidad crispada que no es la de la nueva Alemania, sino la de la Alemania de hoy. La tensa foto muestra las caras absortas de Merkel y Nicolas Sarkozy, unos jefes de Gobierno agotados que no tienen nada más que decirse. ¿Acabará siendo esa foto el referente iconográfico del fracaso de una visión que, durante medio siglo, marcó la historia de la Europa de posguerra?

En Moscú, Merkel se atenía a la tradición de la antigua República Federal, mientras que este 8 de mayo pasado, en Bruselas, la canciller tenía detrás semanas enteras de forcejeo con implacables grupos de presión que defendían los intereses nacionales del Estado económicamente más poderoso de la UE. Apelando al ejemplo de la disciplina presupuestaria alemana, Merkel había bloqueado una acción conjunta de la Unión que habría respaldado a tiempo la credibilidad de Grecia frente a una especulación que buscaba la quiebra del Estado. Una serie de estériles declaraciones de intenciones evitaron una acción preventiva conjunta.

La canciller no cedió hasta que se produjo la última conmoción bursátil, presionada por el “masaje mental” colectivo del presidente de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. El miedo a las armas de destrucción masiva de la prensa sensacionalista parece haberle hecho perder de vista la potencia de las armas de destrucción masiva de los mercados financieros. No quería de ninguna manera una zona euro de la que el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, pudiera decir que: “si los Estados no quieren la unificación de las políticas económicas, entonces deben olvidar también la Unión Monetaria”.

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Desde entonces, todos los afectados empiezan a comprender el alcance de la decisión tomada el 8 de mayo de 2010 en Bruselas. A partir de ahora, los créditos en los mercados son contratados por la Comisión en representación de la Unión Europea en su conjunto; de este modo, este “mecanismo de crisis” se convierte así en un “instrumento común” que transforma el contrato sobre el que se funda la Unión Europea.

Nadie es consciente de esta profunda ruptura

Hoy ya nadie puede rechazar sin más la sugerencia formulada por el presidente del Fondo Monetario Internacional de crear un “gobierno económico europeo”, con la excusa de que es poco razonable. No se trata únicamente de las “trapacerías” griegas o de la “ilusoria prosperidad” española, sino de una homogenización de los niveles de desarrollo dentro de un espacio monetario con economías nacionales heterogéneas.

Sin embargo, no hay rastro de una conciencia de que se haya producido una ruptura profunda. Unos minimizan la conexión causal entre la crisis del euro y la crisis bancaria, y atribuyen el desastre exclusivamente a la falta de disciplina presupuestaria. Otros se afanan por reducir el problema de la falta de coordinación entre las políticas económicas nacionales a una mera cuestión de gestión.

La Comisión Europea pretende perpetuar el fondo de rescate del euro, actualmente de duración limitada, y así controlar los planes presupuestarios nacionales antes de su adopción. No es que estas propuestas carezcan de sentido. Pero es una insolencia pretender que semejante intervención de la Comisión en el derecho presupuestario de los parlamentos no afecta a los acuerdos europeos y no agrava de forma inaudita el déficit democrático europeo que se arrastra desde hace largo tiempo. Una coordinación eficaz de las políticas económicas debe ir de la mano de un refuerzo de las competencias del Parlamento Europeo. Ya no se trata de una “vigilancia recíproca de las políticas económicas” (Trichet), sino de una actuación común. Y la política alemana está mal preparada para eso.

Tras el Holocausto, hicieron falta décadas de esfuerzos -desde Adenauer hasta Kohl, pasando por Brandt y Helmut Schmidt - para que la República Federal se reintegrara en el círculo de las naciones civilizadas. Hizo falta una laboriosa transformación de la mentalidad de los alemanes. Por otro lado, lo que terminó de ganarse la actitud conciliadora de nuestros vecinos europeos fue en primer lugar la transformación de las convicciones normativas, así como el cosmopolitismo de las generaciones más jóvenes, crecidas en la República Federal.

Los alemanes occidentales parecían abocados a resignarse a la división nacional. Teniendo presentes los excesos nacionalistas del pasado, no les parecía tan penoso renunciar al restablecimiento de sus derechos de soberanía, como tampoco ejercer el rol de primer contribuyente europeo y, en caso necesario, efectuar pagos anticipados que igualmente redundaban en beneficio de la República Federal

En tiempos de crisis, los individuos pueden hacer historia

La reunificación alteró la perspectiva de una Alemania que había crecido y se ocupaba ya de sus propios problemas. Pero más importante aún fue la quiebra de las mentalidades que se produjo tras la marcha de Helmut Kohl. De hecho, desde la toma de posesión de Gerhard Schröder [1998] gobierna una generación impotente en el plano normativo, que se dejar arrastrar por una sociedad cada vez más compleja hacia una gestión basada en la inmediatez de los problemas del día a día. Consciente de la reducción de su margen de maniobra, renuncia a cualquier objetivo o visión organizadora, y no digamos ya a un proyecto como la unificación de Europa.

Hoy las élites alemanas disfrutan de la estabilizada normalidad de su Estado nacional. Ha desaparecido aquella ansiedad por integrarse en constelación posnacional de un pueblo vencido también moralmente y obligado a la autocrítica. En un mundo globalizado, todos deben aprender a incorporar la perspectiva de otros a la propia. Podemos encontrar un síntoma político del retroceso de la disposición a aprender en las sentencias sobre los tratados de Maastricht [en 1993] y Lisboa [en 2009] del Tribunal Constitucional alemán, apegadas a dogmatismos jurídicos superados acerca de la soberanía. La mentalidad egocéntrica, vacía de ambición normativa de este ensimismado coloso centroeuropeo ya no es ni siquiera garantía de que se mantendrá el inestable status quo de la Unión Europea.

No hay nada reprochable en la evolución de las mentalidades en sí, pero la nueva indiferencia tiene un impacto sobre la percepción política del desafío actual. ¿Quién está realmente listo para aprender las lecciones de la crisis bancaria que la cumbre del G-20 de Londres plasmó en bellas declaraciones de intenciones... y a luchar por ellas?

Los expertos han puesto sus propuestas sobre la mesa. No es que la regulación de los mercados financieros sea tarea sencilla. Pero las buenas intenciones tropiezan menos con la “complejidad de los mercados” que con la pusilanimidad y falta de independencia de los Gobiernos nacionales. En el asunto de la ayuda a Grecia, los cambistas y especuladores en divisas creyeron más en el hábil derrotismo empresarial de Ackermann [presidente del Deutsche Bank] que en la incómoda aprobación de Merkel al fondo de rescate del euro; no tienen confianza alguna en la disposición a cooperar de los países de la zona euro, lo que no deja de ser realista. ¿Cómo podría ser de otra manera en una Unión que derrocha sus energías en peleas de gallos que se saldan con la promoción de las figuras más insípidas a los cargos más importantes?

En épocas de crisis, incluso los individuos pueden hacer Historia. Nuestra indolente élite política, que se atiene en general a los titulares del Bild, no puede pretender que son las poblaciones las que impiden una unificación europea más profunda. Hasta ahora, no tenido lugar en ningún país una sola elección europea o un solo referéndum donde se haya decidido sobre algo que no sean temas nacionales. Con un poco de voluntad política, sin embargo, la crisis de la moneda común podría tener como resultado aquello que algunos esperaron en algún momento de la política exterior europea: la conciencia de compartir un destino europeo común, por encima de las fronteras nacionales.

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