El 7 y 8 de mayo se reunieron en Varsovia los ministros de Asuntos Exteriores de la UE para un consejo informal. El principal asunto de la agenda era la situación en la Franja de Gaza, devastada por la guerra y exangüe tras dos meses de bloqueo humanitario.

Si bien los jefes de la diplomacia expresaron su indignación ante la conducta de Israel, no consiguieron llegar a una declaración común. Sin embargo, se propusieron algunas iniciativas. El ministro de Asuntos Exteriores neerlandés, Caspar Veldkamp (NSC, centroderecha), pidió reexaminar el acuerdo de asociación entre la UE e Israel. Kaja Kallas, la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores (ERE, centroderecha) ya ha anunciado un aumento de la ayuda del bloque europeo a las ONG afectadas por un proyecto de ley que se debate actualmente en la Knéset.

Para su predecesor Josep Borrell, quien abandonó sus funciones el pasado 1 de diciembre, la UE no está haciendo lo suficiente para impedir lo que describe como “la mayor operación de limpieza étnica desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. Una crítica displicente que plantea una pregunta: ¿ha llegado tarde la preocupación de los diplomáticos europeos?


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