Este siglo tenía ya un año cuando comenzó. Los ataques terroristas de Nueva York y de Washington, el 11 de septiembre de 2001, dieron paso a un nueva era geopolítica en la que los Estados Unidos se comprometieron a largo plazo con un "arco de crisis" que abarca desde Oriente Medio hasta el Sur de Asia, pasando por el Golfo Pérsico, y a una nueva era para nuestras sociedades, centrada en el peligro terrorista y en el discurso de un choque de civilizaciones que llegaría hasta nuestros países en pleno cambio demográfico.
Aunque, tal y como plantea muy acertadamente Timothy Garton Ash, los diez años que han transcurrido desde el “11-S” han sido también, y sobre todo, años en los que se ha producido un movimiento tectónico de largo recorrido que modifica radicalmente los equilibrios planetarios: el auge de China y de Asia y el debilitamiento de Occidente acelerado por la crisis.
Entre ambos entramados históricos, ¿dónde queda Europa? Plantearse la cuestión supone, en parte, responderla, puesto que nuestro continente parece incapaz de orientar el rumbo del mundo. Y, sin embargo, de esta década se pueden extraer muchas lecciones.
En 2001, la UE contaba únicamente con 15 miembros, y la ampliación a 25 y después a 27 se hizo teniendo en cuenta el recorrido de una línea de falla reforzada por el 11 de septiembre: la relación con los Estados Unidos. Hay que recordar que en 2003 el eje París-Berlín-Moscú se oponía a la guerra de Irak frente al eje Londres-Roma-Madrid que se apoyaba en los países del antiguo bloque soviético que se disponían a adherirse a la Unión. Si la política exterior de Europa se decidía por mayoría, como exigía la lógica comunitaria, la bandera europea ondearía junto a la estadounidense en Irak.
El 11 de septiembre también aceleró la pérdida de interés de Estados Unidos hacia Europa y cuestionó la pertinencia de la Alianza Atlántica tal y como estaba concebida, sin que los Veintisiete tuviesen la oportunidad de elaborar una visión estratégica propia que se apoyase en una verdadera política de defensa. Sirva como ejemplo cómo Washington consiguió implantar el escudo antimisiles en suelo europeo, sin concertarlo con la UE; o la abstención alemana a la hora de intervenir en Libia.
En 2001 – ¿quién se acuerda? –los Quince crearon también la [Convención sobre el futuro de Europa](http:// http://european-convention.eu.int/bienvenue.asp?lang=ES&Content=). Diez años después, tras un proyecto de Constitución nonata y un Tratado de Lisboa adoptado con sufrimiento, es necesario constatar que Europa no habla todavía con una única voz potente y que nadie, incluidos sus dirigentes políticos, es capaz de proponer un proyecto que responda a la nueva realidad mundial. En el momento en que algunos plantean una respuesta a la crisis a través de un nuevo tratado, esta constatación no resulta nada desdeñable.