Hoy es evidente que las consecuencias de la guerra provocada por Rusia trascenderán las fronteras ucranianas, y esto es particularmente cierto para el sector agroalimentario. En 2020, Ucrania y Rusia representaban entre ambas más de un cuarto de las exportaciones de trigo en el mundo. Sin embargo, desde el inicio de las hostilidades, el miedo a una penuria de la materia prima agrícola producida en la región ha provocado una fuerte alza en los precios.
Entre las sanciones económicas aplicadas al comercio ruso y las dificultades para garantizar el cultivo del trigo ucraniano en tiempos de guerra, sin olvidar las restricciones de acceso al mar de Azov y el cierre de los puertos, los factores que obstaculizan el acceso al grano ruso y ucraniano son numerosos, y, en las últimas semanas, han vuelto a suscitar la posibilidad de una crisis alimentaria mundial sin precedentes.
Esto es particularmente cierto para los países del Medio Oriente y de África del Norte, cuyo acceso al trigo depende principalmente, para algunos, de las exportaciones de uno de los dos países beligerantes, o a veces incluso de ambos. Un aumento en el precio del trigo podría empeorar la hambruna existente y desestabilizar a países donde el acceso al pan, protegido por subvenciones públicas, ya ha constituido un desafío político significativo en el pasado.
Un informe emitido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el 11 de marzo de 2022 estimó que entre 8 y 13 millones de personas adicionales podrían verse privadas de alimentos si la disminución de las exportaciones alimentarias rusas y ucranianas se prolongase.
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