Un fotograma de la película "1984" de Michael Anderson (1956). Still from 1984 Orwell movie (1956)

Bienvenidos a una Europa que ni el mismo George Orwell podría haber imaginado

El actual relato dominante en el mundo se centra en el "interés nacional", las fronteras seguras, la protección de "nuestros" productores y las raíces religiosas; los derechos humanos, el multiculturalismo, la ecología, el sindicalismo y el feminismo han pasado de moda. ¿Se dirige la Europa contemporánea hacia la distopía del autor de 1984?

Publicado en 5 septiembre 2024
Still from 1984 Orwell movie (1956) Un fotograma de la película "1984" de Michael Anderson (1956).

Una imagen de George Orwell está circulando por las “redes sociales”. En ella se le ve leyendo un libro, titulado 2024, y parece espantado, por no decir aterrado. ¿Tan mala es la situación? ¿Puede resultar 1984, la obra de Orwell publicada por primera vez en 1949, una guía para el mundo actual?

Se podría pensar que la integración europea no ha muerto con el Brexit y el ascenso al poder de políticos soberanistas como Giorgia Meloni, Viktor Orban y Robert Fico, en Italia, Hungría y Eslovaquia respectivamente. Se podría añadir que las recientes elecciones al Parlamento Europeo dieron, una vez más, una clara mayoría a los partidos de centroizquierda y de centroderecha. Algunos podrían incluso sostener que los políticos populistas canalizan las esperanzas y los temores de la “gente común” mejor que los liberales.

Sin embargo, no se puede negar –y aquí es donde aparece la alargada sombra de Orwell– que el relato y la práctica de la política han cambiado drásticamente en toda Europa, sin importar quién esté en el poder en las distintas capitales. Las normas y conductas liberales están en declive y las alternativas iliberales y nativistas están en auge.

Después de la caída del muro de Berlín, los partidos ganadores de las elecciones en Europa dieron una especial importancia a los valores liberales: libertad, tolerancia, imparcialidad, Inclusión, moderación y autocrítica. No sólo se valoraba la democracia, sino también el imperio de la ley y los derechos humanos. Las fronteras abiertas al capital, los bienes, los servicios y las personas se consideraron una oportunidad más que una amenaza.

Los hechos históricos y científicos no fueron muy cuestionados y los medios de comunicación dominantes se negaron a difundir opiniones escandalosas, incluso a costa de los beneficios y el entretenimiento. La tolerancia cultural y la neutralidad religiosa se daban por sentadas. Las organizaciones no gubernamentales que hacían campaña por causas sociales, humanitarias o ecológicas fueron consideradas excelentes aliadas para sostener el orden liberal. El multilateralismo, basado en la igualdad, la inclusión, la confianza y la cooperación, se consideraba un medio para garantizar la paz y la prosperidad.

La integración europea era la joya del proyecto liberal. Se consideró que la Unión Europea, encarnación de la integración, era un eficaz instrumento para gestionar la globalización, un valeroso experimento de democracia transnacional, una ingeniosa forma de estabilizar entre sí a tan diversos vecinos y un vehículo ideal para fortalecer la posición de Europa en el mundo.

Quizás nunca experimentemos el “final de la historia” proclamado por Francis Fukuyama poco antes de la caída del muro, pero el consenso liberal unió a los partidos gobernantes de centroizquierda y centroderecha por toda Europa. Hoy en día, los valores liberales están cuestionados o incluso han sido abandonados, no solo por los partidos marginales sino también por los integrantes de la corriente principal y sus electorados.

El nuevo relato se centra sobre todo en el “interés nacional”, las fronteras seguras, la protección de “nuestros” productores y nuestras raíces religiosas. La globalización, el multiculturalismo, el multilateralismo y la integración europea están sufriendo toda clase de ataques. Los derechos humanos y los derechos de las comunidades minoritarias ya no están de moda. El ecologismo, el sindicalismo e incluso el feminismo están considerados ahora movimientos radicales, cuando no activistas, a los que no hay que prestar atención, sino domeñarlos por la línea principal de pensamiento.


El nuevo relato se centra sobre todo en el “interés nacional”, las fronteras seguras, la protección de “nuestros” productores y nuestras raíces religiosas


“La ley y el orden” son ahora la prioridad, en vez de serlo el estado de derecho. Los debates se centran más en la preparación para la guerra, en vez de hacerlo para la paz. Los políticos compiten por ganar el premio al mejor orador demagógico en vez de procurar ser el mejor negociador. Entre los enemigos del estado se incluyen ahora los jueces y los activistas de la sociedad civil que otrora fueron tratados como celebridades por los liberales. Las personas de uniforme (y a veces las de sotana) están recuperando importancia.

El nuevo relato va seguido por la acción. El puño de hierro del Estado se aplica cada vez con mayor frecuencia; no solamente contra las personas en movimiento sino contra las ONG que tratan de ayudarlas. Las comunidades LGBT+ y las ecologistas están controladas por agencias de seguridad y se ven hostigadas de diversas formas. Los profesionales de la comunicación que tratan de mantener su independencia son despedidos o relegados.

No me estoy refiriendo aquí a China o Rusia sino a Estados miembros de la UE (algunos de los cuales están gobernados por partidos liberales). En Polonia, que tiene un gobierno encabezado por el que fuera presidente  del Consejo Europeo, al autoproclamado liberal Donald Tusk, se está debatiendo una nueva ley que podría dar a los soldados “una licencia para matar” a las personas que trataran de cruzar la frontera desde Bielorrusia. De poco consuelo sirve el hecho de que el anterior gobierno polaco todavía fuera peor.

¿Es esta imagen demasiado cruda, demasiado contrapuesta? Después de todo, los liberales de los partidos de centroizquierda y centroderecha que llevan las riendas de Europa desde 1989 dicen una cosa y hacen la contraria. Iraq fue invadida en nombre de la “libertad” y la entusiasta aplicación de su pretendida variante económica (especialmente en Europa central y oriental) despojó de sus derechos a muchos trabajadores normales y corrientes.

Además, hoy en día no todos los políticos antiliberales están dispuestos a disparar contra potenciales solicitantes de asilo; Meloni es un buen ejemplo, a pesar de las raíces neofascistas de su partido. También se podría argumentar que siempre ha habido un cierto racismo oculto en el electorado europeo, y la principal diferencia es que hoy los xenófobos hacen oír su voz a través de las redes sociales creadas por Internet. Algunos incluso podrían atribuir el nacionalismo renaciente y la intolerancia religiosa a la amnesia cultural de los liberales.


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Además, no podemos hacer caso omiso del resurgimiento de la Rusia imperialista, porque el miedo a la guerra hace que la gente cierre filas y valore la seguridad más que cualquier otra cosa. La guerra híbrida que está librando probablemente explica por qué el 67 % de los polacos apoya ahora las devoluciones ilegales en la frontera. Las “fronteras abiertas” no nos salen gratis: ¿no están “matando” a nuestros propios productores las importaciones procedentes de estados que no respetan las normas laborales y de seguridad? ¿No está la barata mano de obra migrante erosionando los derechos de los trabajadores nacionales?

Todos estos son argumentos y explicaciones legítimas para la nueva retórica y la nueva política. Sin embargo, la transformación en sí no puede negarse. Las percepciones de lo que es bueno y malo, verdadero o falso, normal o anormal, han cambiado. Lo que solía ser escandaloso e inaceptable hace algunos años es ahora una nueva "normalidad". Lo que nos lleva de nuevo a Orwell y sus demonios.

Los demonios de Orwell

La distopía del futuro de Orwell no trata solo del mal uso del poder y los efectos de la tortura. También trata, acaso de forma muy principal, de un viaje mental desde un sistema coherente de valores hacia otro conjunto completamente diferente. La impersonal autoridad represiva del "Gran Hermano" en 1984 no sólo quiere que las gentes se comporten como se les dice; quiere que piensen que la guerra es paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es fuerza.

Hubo un tiempo en que creíamos que todos los seres humanos deberíamos disfrutar de un compendio de derechos humanos básicos. Hoy en día se nos da a entender que otorgar esos derechos a los “migrantes” pone en peligro el bienestar, la seguridad y la cultura. También hubo un tiempo en que creíamos que las personas deberían ser libres de poner en práctica sus tradiciones y hábitos étnicos, sexuales o religiosos.

Hoy en día se prescribe un modelo de familia, se da por muerto el multiculturalismo y el Islam se considera una amenaza. Hubo un tiempo en que creíamos que los derechos de los trabajadores, la transición verde y el desarrollo sostenible eran señales de sabiduría y modernidad. Hoy en día todo esto se nos presenta como eslóganes ideológicos rayanos en la locura.

Hubo un tiempo en que creíamos que para conseguir algo en un mundo interdependiente era necesario que cooperáramos, o mejor aún que nos integráramos. Hoy en día nadie hace caso de las Naciones Unidas y los estados miembros de la UE quieren recuperar el poder que les fue absorbido por Bruselas. Y también hubo un tiempo en el que creíamos que el desarme, la diplomacia y el comercio podían asegurar la paz. Hoy en día una nueva carrera armamentística, unas sanciones económicas y unas amenazas políticas están a la orden del día; y todo ello en el nombre de la misma “paz”.

“Doblepensar”

Por supuesto, los individuos no necesariamente se adhieren exclusivamente a uno u otro de estos polos opuestos. Sin embargo, Orwell encontró una palabra para describir esto también: “doblepensar” era el poder de retener simultáneamente dos creencias contradictorias en la mente y aceptar ambas. El doblepensar a menudo caracteriza a los liberales que ceden a la tentación iliberal bajo la presión de los acontecimientos o las exigencias del poder.

Se podría afirmar que un político liberal irrelevante era aún mejor que una figura iliberal convencida. Sin embargo, mucho me temo que para los iliberales la estrategia es, como dijo Orwell, la de “romper las mentes humanas en pedazos y volver a unirlos en nuevas formas de su propia elección”.

Esto es lo que significa la nueva normalidad en la política europea.

Esta es una publicación conjunta de Social Europe e IPS-Journal.
👉 Artículo original en Social Europe

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