Un inmigrante senegalés en Rabat (Marruecos), en agosto de 2013.

Atrapados en tránsito

Para muchos emigrantes subsaharianos que intentan entrar en la UE, el viaje hacia Europa termina con una estancia semipermanente en Marruecos, donde la policía, financiada por los programas de la UE, viola los derechos humanos, escribe un periodista encubierto.

Publicado en 10 septiembre 2013 a las 11:44
Un inmigrante senegalés en Rabat (Marruecos), en agosto de 2013.

Ibrahim, de Gambia, remó hacia lo que creyó que eran aguas españolas y telefoneó a la guardia costera para pedir que lo rescatasen. Ellos lo entregaron a los guardacostas marroquíes, y ahora se encuentra en Tánger. Amadou, de Camerún, intentó escalar la valla fronteriza y entrar en el enclave español de Melilla. “La policía marroquí nos golpeó con las porras”, dice. Lo llevaron al otro lado de la frontera con Argelia, a 120 kilómetros de la ciudad de Uchda, y lo dejaron allí junto con otros 35 emigrantes. De vuelta en Marruecos, vive en la calle, acampado en un bosque, y depende de la mezquita local para conseguir un poco de comida.

Recopilar información de esas personas, y de otros como ellos, no resulta fácil. Se ocultan en los barrios marginales y en los bosques. Tienen las cicatrices características que he visto a todos los emigrantes indigentes en todas las fronteras europeas: cicatrices por las palizas de los racistas; cicatrices por correr entre los escombros huyendo de la policía. Tienen la ropa raída y ese cansancio que causa vivir sin un techo sobre sus cabezas.

Marruecos se ha convertido en una de las principales rutas de la emigración ilegal procedente de la África subsahariana con destino a Europa. Según el último informe de Frontex, la agencia europea de inmigración, [[aproximadamente unas 1.000 personas nadaron, cruzaron o lograron entrar en España durante el primer trimestre de este año. Pero hay otras 20.000 atrapadas]] en lo que el Instituto de Investigación de Políticas Públicas denomina el “mito del tránsito”.

Violaciones de los derechos humanos

En la actualidad, la UE paga eficazmente a Marruecos decenas de millones de euros al año por evitar que los emigrantes entren en su territorio. Un portavoz de una comisión europea se negó a especificar la cantidad exacta, y me dijo que el dinero se utiliza para “mejorar la capacidad de respuesta de las autoridades marroquíes… en diferentes áreas de la emigración, incluida la gestión fronteriza”.

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El problema radica en que la policía marroquí viola de forma consistente los derechos humanos de los emigrantes. Las bandas organizadas son las que traen a los emigrantes, ya sea a través de Mauritania hasta la costa marroquí, o a través del sur de Argelia vía Nigeria o Mali. El trayecto más caro es subirse en una patera procedente de Tánger. El viaje cuesta 450€, que se abonan a los comerciantes locales (el paquete incluye un salvavidas y un remo), y supone una travesía desesperada en plena noche que comienza en una playa justo al norte de la ciudad. Todos los emigrantes con los que hablé en Tánger me dijeron que conocían a alguien que se había ahogado.

Para narrar la historia de los emigrantes tuve que trabajar en secreto. Se necesita un permiso para utilizar una cámara de vídeo en Marruecos y, aunque lo solicité en mayo, las autoridades me pidieron en repetidas ocasiones que les diese “más tiempo para organizarlo”. Cuando llegué a la ciudad de Nador, al noreste de Marruecos, me di cuenta de lo que habían estado organizando. El ejército está llevando a cabo una importante operación de limpieza en los bosques montañosos cercanos a la frontera, donde los emigrantes se han acampado. En la sinuosa carretera que corre paralela a la valla fronteriza vi muchos soldados, había patrullas cada pocos cientos de metros, supervisando cada curva y cada alcantarilla, con un soldado apostado entre patrulla y patrulla vigilando atentamente. Por encima de ellos había secciones desplazándose en línea para buscar entre la vegetación.
Un informe publicado este año por Médicos Sin Fronteras mencionaba “un gran incremento de los abusos, las vejaciones y la violencia” por parte de la policía y las bandas de crimen organizado, incluido un aumento “sorprendente” de los abusos sexuales. Los emigrantes que conocí me comentaron que eso solo servía para aumentar su determinación de escapar al norte.

La UE debe responder ante dos prácticas

Dos prácticas específicas exigen una respuesta por parte de la UE, ya que financia esa operación. La primera es el supuesto regreso al territorio marroquí de las personas que son recogidas en una patera en aguas españolas, lo cual supone una violación contra el derecho de asilo. La segunda es dejar a los emigrantes detenidos en Marruecos en la zona baldía que hay al otro lado de la frontera argelina, lo cual es ilegal. Lo irónico es que Marruecos es una gran fuente de emigración en la UE, tanto legal como ilegal. Las miles de casas vacías que se encuentran en los suburbios de las ciudades son una prueba de que se han marchado 4,5 millones de ciudadanos. Muchas de ellas se convierten en hogares ya preparados para los emigrantes.

Con la tetera hirviendo, y unos 12 hombres tirados sobre los raídos cojines y mantas en una de esas casas de un barrio marginal de Tánger, me preguntan: [[“¿Por qué están los europeos tan decididos a no dejarnos entrar?”. Les respondo con la cruda realidad: “Porque mucha gente blanca y pobre cree que les vais a quitar el trabajo, reducir su salario y acabar con su cultura”]].

Se quedan un tanto sorprendidos. Ibrahim dice: “Pero ellos vinieron a mi país y respaldaron al presidente, ese gilipollas que lo está destruyendo y haciéndonos la vida imposible”. Saben el racismo que tendrán que afrontar si llegan a Europa, pero dicen que allí es peor. Para la mayoría no es la persecución, sino la penuria lo que les impulsa a emigrar al norte. También existe el efecto llamada. Mustafá y Josui son albañiles de Dakar. Tienen un primo en Limoges, Francia, y creen que podrán conseguir trabajo si logran llegar hasta allí. Después de que el año pasado 78.000 emigrantes entrasen en Europa ilegalmente, tienen derecho a creer que pueden conseguirlo.

Es lógico que Europa incremente la capacidad de Marruecos para supervisar su lado de la frontera. Es un Estado semipolicial, pero displicente: cada pocos kilómetros hay controles de policía, eso sí, lo bastante lejos como para permitir el contrabando en las estaciones de gasolina y entre los fumadores de hachís. Pero no es lógico que Europa tolere el abuso de los derechos de los emigrantes, a menos, por supuesto, que haya decidido tomar las mismas medidas enérgicas contra el derecho de asilo que se han implantado en Grecia, y todo esté diseñado para desobedecer abierta y masivamente el compromiso oficial con el trato legal y humano, y disuadirles de emprender el viaje. Cuanto mejor funciona Frontex, mayor presión se ejerce en países como Marruecos, donde hay poca consideración por los derechos humanos y un grave problema de pobreza entre su población autóctona. La diferencia es que, cuando se está al otro lado de esa valla espinosa, la responsabilidad, y la posibilidad de informar de los hechos, desaparece.

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