Desde su llegada al poder en 1994, el líder bielorruso Alexandr Lukashenko se ha descrito a sí mismo felizmente como un “presidente de las mujeres”. Detrás de esta denominación se esconde una estrategia electoral perfeccionada, dirigida a un electorado femenino a menudo en situación precaria y dependiente del Estado, señala Nasta Zakharevitch en New Eastern Europe. El apoyo femenino al régimen, por parcial que sea, “simplifica la tarea” de las autoridades, prosigue, porque “el apoyo espontáneo de incluso una fracción limitada del electorado permite reducir los esfuerzos necesarios para ocultar los fraudes electorales denunciados por los observadores internacionales”.
Cinco años después de las protestas sin precedentes de 2020, que estallaron tras otro fraude electoral masivo, la represión continúa, explica el sociólogo Henadz Korshunau en el mismo artículo. Lukashenko también es responsable de la frase “la Constitución no está escrita para las mujeres”, ilustración de un paternalismo que se manifiesta en las leyes laborales y en la restricción de los derechos reproductivos. Las mujeres son más “unidades estructurales cuya finalidad es mejorar la situación demográfica que sujetos políticos”, y a la vez, la Unión Bielorrusa de Mujeres sigue mostrando su apoyo al régimen: “Somos el equipo de nuestro presidente”, proclaman.
Según Zakharevitch, el apoyo de las mujeres a Lukashenko se debe menos a su adhesión al régimen autoritario que a una “socialización basada en el género dentro de una sociedad patriarcal”. Animadas a valorar los aspectos positivos y a ignorar los abusos, las mujeres depositan su confianza en las “fuertes manos del presidente”. Los colegios electorales suelen situarse en escuelas. Las personas que se ven obligadas a amañar los resultados son, en su mayoría, mujeres (profesoras en una situación vulnerable). En una instancia en la que una profesora se negó a rellenar las urnas, la directora que presidía el colegio electoral le dijo que “no [debía] ser despedida, sino [...] ejecutada”.
Sin embargo, como señala Nasta Zakharevich, en 2020 las mujeres fueron las que encabezaron la protesta. Pasaron de ser “piernas de la oposición” a representar el rostro de las manifestaciones, con Svetlana Tijanóvskaya, María Kolésnikova y Veronika Tsepkalo en primera línea. Las autoridades respondieron con arrestos y encarcelamientos masivos, amenazas y violencia contra las presas políticas.
En las cárceles, “en violación de la ley, no tienen derecho a colchones, mantas, almohadas ni sábanas”, y algunas salen estériles. En enero de 2025, una comisión de expertos independientes en derechos humanos, encargada por la ONU, condenó las condiciones de detención de las mujeres en estas colonias penales, identificando, entre otras cosas, un sistema punitivo “de naturaleza inhumana y degradante”.
En 2020 las mujeres fueron las que encabezaron la protesta. Pasaron de ser “piernas de la oposición” a representar el rostro de las manifestaciones
Mientras que Svetlana Tijanóvskaya y Veronika Tsepkalo lograron refugiarse en el extranjero, no puede decirse lo mismo de María Kolésnikova, detenida en septiembre de 2020 y condenada a once años en una colonia penal un año después.
Es una de los 1177 presos políticos en Bielorrusia contabilizados hasta la fecha por la ONG de derechos humanos Viasna, entre ellos 178 mujeres y unos 40 periodistas de todos los géneros. El 21 de junio, el régimen liberó a 14 presos políticos, entre ellos Serguéi Tijanovski, esposo de Svetlana Tijanóvskaya, por “razones humanitarias”, tras una visita a Minsk del representante especial de Donald Trump, Keith Kellogg. Se reunió con su esposa en Vilna, Lituania.
“Bielorrusia, una de las mayores prisiones del mundo para los periodistas, destaca por el elevado número de mujeres periodistas entre rejas. Algunos ejemplos son Katsiaryna Andreyeva, condenada primero a dos años de cárcel, en febrero de 2021, por filmar una manifestación no autorizada, y después a ocho años, en 2022, por “alta traición”; y Maryna Zolatava, redactora jefa del principal medio de comunicación independiente, Tut.by”, señala Reporteros Sin Fronteras. Esta es una evolución que “marca el final de una cierta indulgencia patriarcal tradicional por parte de las autoridades bielorrusas, sorprendidas por el papel predominante desempeñado por las mujeres en los movimientos de protesta poselectorales”.
Para muchas reclusas, la cárcel representa un doble castigo, sobre todo para las que aún están en edad de procrear: En Zerkalo, Zlata Tsvetkova recopiló conmovedores testimonios de varias de ellas, que temen que ahora sea demasiado tarde para formar una familia y rehacer su vida social una vez salgan en libertad.
“Las chicas de mi grupo, que tenían entre 25 y 27 años y a las que aún les quedaban diez años de cárcel por cumplir, temían que una vez en libertad les resultara difícil formar una familia feliz: no es fácil dar a luz a un hijo cuando aún tienes que encontrar a alguien con quien tenerlo”, dice Darya, que pasó tres años en la colonia penal. Tatyana, que pasó dos años y medio en prisión, explica que “en Bielorrusia, el tema de las mujeres en prisión suele ser tabú. Si acabas en la cárcel, te conviertes automáticamente en una presa que no puede ser una buena madre, una buena persona, y es como si no tuvieras derecho a una familia ni a la felicidad personal”. Como señala Zlata Tsvekova, se trata de un verdadero perjuicio generacional: muchas mujeres que llegan a la cárcel aún fértiles corren el riesgo de salir de ella sin poder ser madres.
Una vez fuera de la cárcel, las mujeres son víctimas de un régimen que, según Novy Chas, “después de encarcelarlas, deja morir a las que ha destrozado”.
Entre ellas, continúa el periódico independiente, se encuentra la antigua presa política Anna Kandratsenka, que murió el 5 de febrero a la edad de 39 años en la indigencia total a raíz de un cáncer que había desarrollado en la colonia penal femenina de Gomel. En un artículo publicado por Mediazona Belarus, tres antiguas presas políticas relatan su vida en la misma colonia, donde, a pesar de las estrictas prohibiciones impuestas por la administración penitenciaria, forjaron vínculos vitales para su supervivencia.
Como señala el periódico, estos vínculos, basados en gestos de apoyo y solidaridad desde el ingreso a la cárcel, “se perciben como amenazas dentro del régimen penitenciario, donde la solidaridad se rompe mediante la dispersión forzosa de las reclusas” y la prohibición de todo intercambio: comida, objetos, apoyo.
Los lazos forjados en prisión son tan fuertes que las antiguas reclusas siguen manteniéndolos tras su puesta en libertad, intercambiando mensajes codificados, haciendo visitas de apoyo y compartiendo ayuda material. Por ende, no es de extrañar que el régimen las considere poderosamente subversivas, una “resistencia silenciosa” empapada por la cárcel, algo que la periodista y antigua reclusa Ksenia Lutskina, ahora en el exilio, describe en Gazeta.by como “el ejército más temible del mundo”.
¿Tendrá que rendir cuentas el régimen bielorruso por estos abusos? Este es uno de los objetivos de la Fundación de Mujeres Bielorrusas, que lucha contra la violencia de género y por una respuesta política femenina a los abusos de poder respaldados por Lukashenko, y que trabaja para apoyar a las presas políticas que siguen en prisión. Esta fundación, radicada en Riga, Letonia, busca registrar los numerosos testimonios de abusos de presas y antiguas presas con la esperanza de que puedan utilizarse en futuros enjuiciamientos ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
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