Análisis Los europeos y el COVID | Bulgaria

“Con la muerte, no podemos hacer trampas como con las instituciones europeas”

Tras haber escapado a la primera ola de la pandemia gracias a un confinamiento rápido y marcial, los búlgaros han hecho frente a la segunda ola mucho más relajados. Según relata Alexandre Lévy desde Sofía, en este momento les está afectando de lleno, entre protestas contra el Gobierno y la desconfianza ante las vacunas.

Publicado en 23 diciembre 2020 a las 10:34

Hace solo unos días, en pleno veranillo de San Miguel, los búlgaros aún podían disfrutar de la “vida de antes”. Los bares y los restaurantes estaban abiertos, al igual que las discotecas, por no hablar de los centros comerciales; los alumnos asistían al colegio y los trabajadores, a la oficina. Se podía viajar por todo el país, incluso prácticamente por toda la Unión Europea y solo era obligatorio llevar mascarillas en espacios cerrados. En comparación con otros países europeos, casi se vivía bien en esta Bulgaria en la que, según las palabras del primer ministro Boiko Borissov, no se iba a “encerrar a las personas”, en la que la economía debía seguir en marcha a pesar de la pandemia y en la que la “salud psíquica” de la población era tan importante como la física. 

Sin embargo, la segunda ola de la COVID-19 era ya una realidad, con una cifra en continuo aumento de personas infectadas, hospitalizadas y fallecidas. Los desbordados hospitales empezaron a dar la voz de alarma, lo que obligó a las autoridades a decretar medidas más estrictas desde el 27 de noviembre. A partir de entonces, se cerraron los colegios, las universidades, los bares, los restaurantes y los centros comerciales. Pero, para muchos, ya era demasiado tarde: en solo cuestión de meses, Bulgaria, que dio ejemplo de buena gestión en la primera ola, se ha convertido en uno de los países en los se han registrado más muertes por habitante debido a la COVID-19.

Con la muerte, no podemos hacer trampas como con las instituciones europeas”, escribía el pasado 1 de diciembre el novelista Gueorgui Gospodinov (autor de Física de la tristeza) en un texto enviado a los medios de comunicación para denunciar la falta de acción de las autoridades. “No podemos ser primeros en todo, en pobreza, corrupción, contaminación del aire, fallecimientos por accidentes de tráfico, teorías de complot y no ser los primeros en esta pandemia”, añadía. 

A principios de diciembre, Bulgaria registraba 142 486 casos de coronavirus, con 3814 fallecimientos y una media de 4000 infecciones y 150 fallecimientos diarios. Con una población de 7 millones de personas, el país se sitúa así en lo alto del triste palmarés europeo del número de muertos por habitante. Con la introducción de estas últimas medidas, que se mantendrán hasta el 21 de diciembre, las autoridades esperan que los búlgaros puedan pasar las fiestas de fin de año en “buenas condiciones”.

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Pero ¿bastará con estas medidas? En los últimos días, los medios de comunicación locales han publicado historias desgarradoras de personas de edad avanzada que han muerto en sus casas, de pacientes que han ido de hospital en hospital buscando una cama libre (dos de ellos fallecieron ante las cámaras, en las escaleras de una clínica de Plovdiv) y de centenares o incluso millares de sanitarios infectados. 

Estos últimos, que han hecho frente a la pandemia en primera línea, han denunciado lo exhaustos que estaban, agotados y sin equipos suficientes ante esta catástrofe, por no hablar de su escasa remuneración. Incluso las autoridades constatan la cruel falta de profesionales sanitarios en Bulgaria, ya que gran parte de sus médicos y del personal de enfermería emigra a países más ricos de la Unión. “Se nos acusa de no habernos preparado desde la primera ola de la primavera pasada. Pero ¿podemos sustituir en unos meses a todos esos médicos y al personal de enfermería que no responden al llamamiento?”, se defendía Kostadin Anguelov, ministro de Sanidad. 

“No podemos ser primeros en todo, en pobreza, corrupción, contaminación del aire, fallecimientos por accidentes de tráfico, teorías de complot y no ser los primeros en esta pandemia.”

Gueorgui Gospodinov

Durante la primera ola de la COVID-19, Bulgaria fue, efectivamente, uno de los países menos afectados por la pandemia. A mediados de mayo, mientras la mayoría de países europeos iniciaban su confinamiento tras una grave crisis sanitaria (con hasta 600 fallecimientos al día en Francia), Bulgaria registraba unos 1500 casos y alrededor de sesenta fallecidos. ¿Qué milagro se estaba obrando para que le fuera tan bien al país más pobre de la UE, con un sistema sanitario claramente deficiente? 

Si tuviéramos que resumir lo que hizo que Bulgaria superara la primera ola sin demasiados daños, podríamos decir que se debió a una combinación de un poco de suerte, de medidas muy estrictas adoptadas a tiempo (y sanciones severas para los que las incumplían) y, al menos entonces, el cumplimiento a rajatabla de la política del Gobierno por parte de una población que tenía mucho miedo a este nuevo virus. Tal y como explicó entonces Ventsislav Mutaftchiyski, el médico militar al frente del gabinete de crisis, Bulgaria tuvo la suerte de haber decretado una cuarentena incluso antes de que el virus llegara (con el cierre de colegios y medidas de protección concretas en los hospitales) por la gripe invernal, que todos los años causa estragos en el país. 

Entonces, este hombre con uniforme de general con dos estrellas y con tono marcial encarnaba la lucha búlgara, totalmente militar, contra el nuevo virus. Fue él quien convenció al primer ministro de optar por un confinamiento muy estricto, combinado con medidas disuasorias para los que pretendieran saltárselo, así como un seguimiento físico, casi policial, de los primeros casos de contagio. Aterrados por lo que veían en la pequeña pantalla que sucedía de Europa Occidental, los búlgaros siguieron el juego, conscientes de que, si a países desarrollados como Italia, España y Francia les costaba en este punto controlar la epidemia, ¿qué le podría suceder a la pequeña Bulgaria?

Después, los búlgaros acabaron por “desconfinarse” ellos mismos sin haber conocido realmente el virus, llegó el verano y, con él, las largas vacaciones en las playas del mar Negro y del Egeo. Pero, a falta de crisis sanitaria, Bulgaria entró entonces en una zona de grandes turbulencias políticas, marcadas por revelaciones de corrupción y de conflictos de intereses a gran escala y por manifestaciones diarias que exigían la dimisión del Gobierno. Durante un tiempo relativamente largo, a nadie le preocupaba este virus que, además, parecía haber desaparecido en buena parte de países de Europa. 

Mientras, surgían conspirólogos y otros adeptos de las teorías de complot, con lo que Bulgaria se convirtió en uno de los países objetivos de las “fake news” procedentes de la UE sobre la cuestión, según el doctor Mikhail Okoliïski, representante de la OMS en Sofía. Por ejemplo, más de la mitad de búlgaros no se plantean vacunarse contra este virus “por temor a que se les implante un microchip”, que les “programen el cerebro” o les “modifiquen genéticamente”, explica hoy. Sin duda, el Gobierno actual ha tardado tanto en adoptar medidas en esta segunda ola porque quería contentar a este público. Y, en comparación con las de otros países europeos, dichas medidas siguen siendo relativamente flexibles e incluso liberales, como ha precisado el general Ventsislav Mutaftchiyski, que ha retomado su función, si bien esta vez vestido de civil.


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