Cambiar las bombillas, una idea con pocas luces

El uno de septiembre, las bombillas de más de 40 vatios desaparecen del mercado. El Dagens Nyheter se plantea quién ha propiciado ese cambio que afectará a la vida cotidiana, puesto que la medida ha sido muy mal recibida en Suecia.

Publicado en 31 agosto 2011

A partir de mañana [1 de septiembre], las bombillas de 60 o 75 vatios estarán prohibidas en Suecia y en toda la Unión Europea. Su uso no se vetará, pero las bombillas no podrán ser "puestas en el mercado ", según la jerga burocrática. Muy pocas veces una decisión de la Unión Europea tiene consecuencias tan papables en la vida cotidiana de los ciudadanos. En Suecia, como en otros países próximos al Círculo polar, su impacto se dejará sentir especialmente cuando las noches sean todavía más lúgubres que de costumbre, iluminadas por la pálida luz de las bombillas de bajo consumo energético.

Además, es lícito preguntarse si es juicioso ordenar la desaparición de las bombillas clásicas para comercializar, en su lugar, las que consumen menos energía pero que pueden contener mercurio, un elemento químico peligroso. No hace falta ser un experto para prever que con esta decisión se corre el peligro de plantear nuevos problemas medioambientales. Sorprende también que estas decisiones de gran relevancia se tomen sin que exista un debate público. Porque los políticos no han decidido la suerte que correrá la bombilla clásica – sino que ha quedado en manos de funcionarios de Bruselas. He aquí cómo ha sido.

A finales del verano de 2003, Margot Wallström, que en aquel momento era comisaria europea de Medio Ambiente, presentó una nueva directiva sobre la "eco-concepción". Manifestaba sus deseos de que una ley impusiese la puesta en marcha de alumbrados que consumiesen menos energía en el conjunto de la Unión Europea, pero la directiva no entraba en detalles. En aquel momento, la proposición de Margot Wallström tuvo una acogida bastante favorable.

El hermético círculo de decisiones europeas

Tras las negociaciones en el Consejo de Ministros y la votación en el Parlamento Europeo, la legislación comunitaria sobre la eco-concepción se adoptó (en 2005) antes de ser traspuesta en el derecho sueco (en 2008) y en el derecho del resto de los Estados miembros..

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Hasta entonces, los políticos habían sido tomado parte y se mostraron de acuerdo. Pero son las pequeñas cosas las que hacen que todo deje de funcionar. ¿Qué flujo luminoso, qué potencia y qué umbrales debía fijar la Unión Europea para las bombillas? ¿Cómo organizar la eventual desaparición de los productos prohibidos? Todas estas preguntas, en apariencia técnicas pero realmente muy políticas, se confiaron a un comité compuesto por funcionarios de los Estados miembros, que se reunía en Bruselas.

Unos años después, los funcionarios llegaron a un acuerdo. Un reglamento (el 244/2009), que estipulaba hasta los más mínimos detalles de las normas aplicables a las bombillas en el seno de la Unión, se aprobó con efecto inmediato sobre el conjunto de la UE. Durante el proceso de negociación en Bruselas, la autoridad de la energía convocó una serie de reuniones, seminarios y de comparecencias.

Es necesario que los ciudadanos participen en el futuro

La decisión se tomó en un círculo cerrado. La cuestión de las bombillas parece concernir únicamente a los expertos, a las empresas y a los grupos de presión. No hubo ningún debate público que hubiese permitido reflexionar y sopesar las ventajas y los inconvenientes de dicho cambio. Multitud de leyes han seguido un proceso similar en Europa. La "comitología", que implica que los funcionarios son quienes gestionan la Unión, fue objeto de duras críticas ese año.

Esperemos que en el futuro el proceso legislativo sea más abierto. El Tratado de Lisboa prevé algunas evoluciones bien encaminadas – ¡ya era hora! Porque tras las bombillas, hay otras normativas a la espera. Los aspiradores, los ventiladores, las cafeteras, las secadoras y toda una retahíla de productos que deben llevar la etiqueta de "eco-concepción" de la UE.

Si no queremos que la llama de la democracia vacile a su paso por la UE, es necesario que los ciudadanos participen en la toma de las decisiones que repercuten en su vida cotidiana y sobre el propio futuro de la Unión.

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