En una serie de reportajes, el programa de televisión italiano Le Iene ha acusado al exactor porno, productor y director Rocco Siffredi de abusos y violencia contra varias actrices que trabajaron con él. Siffredi, de 61 años, ha negado todas las acusaciones y, en una carta a la página web de prensa sensacionalista Dagospia, cuestiona la deontología del programa, la metodología de la investigación y los testimonios de las personas involucradas.
Las acusaciones contra Siffredi, escribe Marina Nasi en Valigia Blu, “han reavivado un debate necesario y a menudo ignorado: el del consentimiento y los límites de la autodeterminación en el contexto del trabajo sexual y la creciente representación de la violencia en la pornografía actual. Hablar de abusos físicos, psicológicos y sexuales en un ámbito laboral como el de la pornografía pone de manifiesto profundas contradicciones y situaciones en las que el consentimiento se da por sentado, se considera implícito o incluso forzado. A esto se añade una dificultad objetiva para denunciar: falta protección legal específica y pesa el estigma que aún hoy se cierne sobre quienes trabajan en la industria del porno”.
Sarah Rost ha cubierto en Voxeurop dos importantes juicios que se están celebrando en Francia, en los que más de 40 mujeres se han unido como acusación civil y 16 hombres (entre productores y actores) están siendo investigados por violación con agravantes, complicidad en violación, explotación agravada de la prostitución, tráfico de seres humanos con fines de violación y difusión de imágenes con contenido sexual violento.
El modus operandi descrito en los dos juicios franceses va en línea con las acusaciones que apuntan a Siffredi. Nasi relata:
“Siempre hay una actriz joven y con poca experiencia frente a Siffredi, es decir, frente a un actor, director, productor o ‘estrella del porno’ famoso y con poder, además de que se trata siempre de un hombre mucho mayor, popular y célebre incluso fuera de su entorno; siempre se exige al menos un acto sexual específico para el que la actriz en cuestión había negado su consentimiento (antes o durante el acto); siempre se produce el momento en el que la mujer cede y se resigna a sufrir aquello a lo que ha intentado negarse en repetidas ocasiones. En algunos casos, se habla de una agresión física a las chicas. La defensa de Siffredi, siempre ante los micrófonos del programa, va desde ‘En el porno, lo consensuado no funciona, desde el punto de vista escénico y de lo que la gente quiere ver’ hasta ‘Quizás en alguna escena podría haber parado antes, haber terminado antes o haber insistido menos’, pasando por ‘Hoy en día, si una mujer te quiere destruir, no tiene más que inventarse todo lo que quiera’”.
En Il Domani, Elisabetta Moro explica que “la investigación está siendo muy debatida porque aborda el tema del consentimiento sexual, pero también el del acoso laboral, además de situarse en un sector profesional que está muy poco regulado en Italia”.
“Cuando ves la película Garganta profunda, estás viendo cómo me violan” – Linda (Marchiano) Lovelace
“Cualquier actriz puede sufrir acoso o presión por parte de un gran productor, pero esto también le puede pasar a una secretaria con un empresario que abusa de su poder. Lo que pasa es que en el porno existe la idea de que, si estás allí, tienes que aceptarlo todo porque tú te lo has buscado”, declara a Domani Sofia Belluci, actriz porno profesional.
“El problema surge cuando se solicita alguna actuación que no había sido acordada o cuando, puede que por incomodidad física o psicológica, la actriz retira su consentimiento otorgado previamente para llevar a cabo una actuación determinada. ‘Puedes decir que no, pero no sabes si te pagarán, si hablarán mal de ti o si te pedirán una indemnización’, añade Bellucci; ‘el nivel de atención al consentimiento se deja al modus operandi de las distintas producciones, también en función del país en el que te encuentres’”. Según Bellucci, “para protegerse, a los intérpretes no les queda más remedio que confiar en el boca a boca sobre producciones o actores fiables, o trabajar de manera autónoma a través de plataformas online”.
En general, la legislación en materia de pornografía es mucho más variable y fragmentada en los países europeos. Y, como explicaba Rost en Voxeurop, en ningún caso se centra en los trabajadores, sino en la protección de quienes consumen la pornografía.
Pero la protección no debería centrarse en los obstáculos para acceder al contenido, sino en la estructura del mismo. En The Guardian, Lucy Knigh recoge una declaración de Caroline Dariant, hija de Gisèle Pelicot, según la cual su madre no habría sido sometida a más de 200 violaciones si no existiera el porno. La cuestión, por supuesto, no es la pornografía, sino una industria que transmite dominación, violencia y sumisión.
En su análisis, Nasi cita un estudio publicado en el British Journal of Criminology, que explica que “uno de cada ocho títulos que aparecen en la página de inicio de los sitios web pornográficos más populares describe una actividad sexual que involucra violencia. El incremento y la normalización de prácticas humillantes, brutales y potencialmente peligrosas para las propias intérpretes conforman una estética de la violencia que, además, parece dar forma no solo al consumo pornográfico, sino también a las expectativas y comportamientos sexuales en la vida real”.
Nasi cita el uso frecuente del verbo “break” tanto en los relatos de quienes han sufrido o presenciado abusos en los set de rodaje, como en los de quienes han reivindicado hacer porno de determinadas maneras. En el prefacio de un libro publicado tras el inicio de los juicios en Francia, la historiadora Christelle Taraud habla de "Capitalismo sexual depredador y ‘porno de matadero”.
Existen muchos casos similares a los descritos: las actrices Leigh Raven y Riley Nixon hablaron de ello en 2018, mientras que los actores Ron Jeremy y James Deen también han sido acusados de violencia y abuso en el set de rodaje.
Un caso famoso es el de Linda (Marchiano) Lovelace, conocida por la película Garganta profunda (Deep Throat, 1972) cuyo éxito fue mucho más allá del “nicho”. Unos años después del estreno de la película, Marchiano hizo una declaración sobre la que no se ha reflexionado lo suficiente: “Cuando ves la película Garganta profunda, estás viendo cómo me violan”.
En 2022, Le Monde relató (con motivo del 50.º aniversario de la película) la violencia a la que Linda Marchiano había sido sometida por parte de su marido y el control que este ejerció en un momento de gran precariedad de su vida.
“El caso Siffredi, sobre el que la justicia seguirá su curso, es solo el síntoma visible de una estructura mucho más amplia y consolidada. Se trata del consentimiento, la representación de la sexualidad, la falta de protección para quienes trabajan en el porno, la ausencia de leyes específicas para los casos de violencia que afectan a un sector tan particular y expuesto como el trabajo sexual. Y se trata, sobre todo, de nuestra responsabilidad —como espectadores, ciudadanos, consumidores— de no cerrar los ojos ante la violencia, incluso cuando se presenta como entretenimiento”, concluye Masi.
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