Lee la primera parte: El Eldorado rumano
Ana Haţegan se encuentra en una carretera muy transitada, rodeada de ruidosos camiones articulados cargados con enormes troncos de árboles que se dirigen a las puertas de Kronospan. De sus chimeneas salen densas humaredas que se elevan al cielo. Aquí es donde la compañía produce formaldehído, utilizado para pegar los tableros de aglomerado. Si se sobrepasa una cierta concentración, la OMS considera el compuesto químico como cancerígeno.
“Nuestro grupo militante lleva luchando durante más de diez años: organizamos manifestaciones en las que participó la mitad de la ciudad. Estamos en un área residencial, donde viven muchos niños, y no tenemos razones para confiar en las medidas oficiales”, explica Haţegan. Además, añade que se concedió la autorización a Kronospan para construir su fábrica, que produce 30 000 toneladas de formaldehído al año, sin ningún tipo de estudio de impacto ambiental. Cuando el Tribunal de Justicia de la UE sentó en el banquillo a Rumanía debido a este incumplimiento, en un principio lo tomamos como una pequeña victoria. Sin embargo, Kronospan anunció después que iba a doblar la producción de formaldehído en Sebeș. “La calidad del aire ya era pésima antes, así que volvimos a las calles. Presentamos demandas y exigimos medidas independientes”.
Lo que nos describe Haţegan es la agotadora batalla de los ciudadanos de a pie contra un problema global respaldado por los políticos locales. Nos muestra documentos del hospital del distrito; estos parecen indicar que se ha producido un aumento de casos de afecciones respiratorias y que una gran proporción de los residentes de la zona están afectados. Asimismo, nuevas investigaciones han revelado que Sebeș cuenta con más casos de cáncer que la media del distrito. “Sigues luchando, accedes a documentos,” dice la pequeña Ana Haţegan, “te informas sobre todo para al menos tener la oportunidad de empezar trámites complejos, y aun así no obtienes ningún resultado. Me comunicaron que necesitarían el importe de un año entero de medidas independientes, es decir, 10 000 euros. ¿De dónde voy a sacar todo ese dinero?”
“Te mataremos”
Mientras Haţegan hablaba, Matthias Schickhofer ha estado observando la entrada de la fábrica de Kronospan y está horrorizado. Se ha formado una gran cola de camiones articulados, todos ellos cargados con gruesos troncos de haya y roble, destinados al enorme almacén de la empresa. “Seguro que todos estos troncos proceden de bosques antiguos, probablemente vírgenes”, explica. “Kronospan afirma que no usan madera procedente de bosques vírgenes o áreas protegidas, pero este almacén me hace sospechar. Un conductor me acaba de decir que las grandes hayas de su camión proceden de las montañas Tarcu, un área protegida por la Red Natura 2000”.
Para hacerse una idea de la escala de tala ilegal de árboles, vale la pena echar un vistazo a las cifras inéditas filtradas, a las que los activistas pudieron acceder a finales de 2018. Estas proceden del inventario forestal clasificado rumano y muestran que entre 2014 y 2018 se recolectaron unos 38,6 millones de metros cúbicos de madera. La cantidad legal que los planes de explotación forestal permiten era de 18 millones de metros cúbicos. Por lo tanto, la cantidad total de madera obtenida duplicó el límite legal, y esos 20 millones de metros cúbicos suplementarios proceden de lo que únicamente puede ser definido como una mafia de la madera.
Necesitamos encontrar a alguien que pueda contextualizar esto. Alguien que conozca el sistema desde dentro. Entre los árboles nos espera un hombre alto, desgarbado y con gafas. Se trata de Mihail Hanzu, un cualificado ingeniero forestal que trabajó como inspector forestal en un distrito cercano a Sibiu. Lo que vivió en el puesto es la historia de los bosques de Rumanía: “A los dos meses empecé a sospechar, a los cuatro estaba seguro y a los seis recibía amenazas de muerte”. ¿El error de Hanzu? Destapar el mayor secreto del gremio: cómo convertir los árboles talados ilegalmente en madera legal, y cómo las personas involucradas pueden ganar millones haciéndolo.
“Había toda una red montada, desde el alcalde hasta mis compañeros en el departamento forestal. Encontré más de 50 maneras diferentes en las que cometían fraude. La más habitual era infravalorar deliberadamente las medidas. Primero marcan un árbol para talar y en los documentos escriben que mide 18 metros, aunque en realidad mida 40; y que tiene un diámetro de 25 centímetros, aunque en realidad tenga 50. Hay una cantidad enorme de dinero en esa diferencia, y ese dinero se desvía a su sistema. La municipalidad expide una licencia para talar, a continuación las empresas venden la madera a intermediarios, que la guardan en sus almacenes y después la envían a los aserraderos junto con todas las declaraciones legales necesarias”.
Cuando Hanzu se dio cuenta de la dimensión del fraude, se sintió horrorizado. Se adentró sigilosamente en los bosques, tomó medidas y descubrió áreas de gran extensión que habían sido despejadas ilegalmente. Al final, se negó a continuar firmando los documentos que encubrían la estafa. “Mi jefe, otro inspector forestal, un policía local y yo estábamos en el bosque, delante de unos árboles talados ilegalmente. Les dije que ya no quería seguir involucrado”. Su compañero se volvió hacia él y le dijo entre dientes: “Si no lo haces, mandaré a dos gitanos a que te maten en el bosque”.
A estas amenazas le siguieron otras. Hasta que, finalmente, Hanzu presentó su dimisión y acudió a las autoridades para destaparlo todo y poner fin al sistema, que habría malversado ocho millones de euros en una década tan solo en este distrito. En su despacho, los investigadores tenían una cámara que grababa todo. De repente, una mujer entró y les pidió que continuaran el interrogatorio en otro despacho. En el pasillo, Hanzu y el policía estaban solos y sin vigilancia. En ese momento el policía le dijo “¡Lárgate!”.
“Si esto no es una mafia, ¿qué es?”
De casualidad, Hanzu vio una carta anónima dirigida a la ministra de Bosques en la que se le difamaba al más puro estilo de la Securitate [policía secreta que existió durante la época socialista del país]. Se le acusaba de ser “un enfermo mental” y “un peligro para la sociedad”. Tiempo después, se comprobó que todo lo que Hanzu había afirmado era cierto.
Cuando le preguntamos si este sistema es solo un ejemplo aislado, hace una breve pausa antes de responder: “Se trata de una red de crimen organizado que está destruyendo extensas áreas de bosque, está ganando muchísimo dinero en el proceso y la oportunidad de ponerle fin ya ha pasado. Si esto no es una mafia, ¿qué es?”. Mihail Hanzu es el denunciante que ha destapado todo por amor al bosque. Cuando le preguntamos acerca del papel que las empresas austríacas desempeñan en este sistema, Hanzu se muestra escéptico ante sus declaraciones. “Son las que están inyectando dinero en este sistema. Aunque quisiesen, no podrían parar, pero estas empresas sabían lo que sucedía cuando se establecieron en Rumanía”.
Cualquiera que suponga una amenaza a este sistema tiene que prepararse para lo peor, ya se trate de un activista medioambiental, de un inspector forestal, o incluso de una ministra del gobierno. A principios de enero de 2018, la ministra de Bosques rumana, Doina Pană, dimitió de manera inesperada. Hasta ese momento había intentado tomar medidas estrictas contra el negocio de la tala ilegal.
La ministra envenenada
Se comentaba que había enfermado de repente, pero más tarde la exministra explicó que, durante el otoño de 2017, su salud había ido empeorando, sufría palpitaciones y los médicos no habían logrado encontrar una explicación. Tras su dimisión, las pruebas exhaustivas y los informes toxicológicos revelaron un veredicto insólito: lo más probable es que alguien hubiese estado envenenando a la ministra con altas dosis de mercurio durante un largo periodo de tiempo.
En una entrevista con la plataforma en línea Ziar de Cluj, la política, ya totalmente recuperada, afirmó que la mafia de la madera estaba detrás del intento de asesinato. Las nuevas condiciones que había impuesto dificultaban aún más la tala ilegal y, como resultado los cárteles habían sufrido “grandes pérdidas”. También hizo alusión a la ley sobre el monopolio, aprobada en un intento de frenar a Schweighofer: “Este cambio le suponía un gasto de 150 millones de euros anuales, pero seguí adelante con las medidas, a pesar de que estaban utilizando todos los medios a su alcance para desacreditarme. Sin embargo, nunca pensé que llegarían a esos extremos”. Schweighofer respondió a Addendum que sus acusaciones eran “absurdas” y que se reservaban el derecho de emprender “acciones legales”. Las investigaciones siguen en curso.
Mientras tanto, los gigantes austríacos presentes en Rumanía tienen un problema: la madera se está acabando. Schweighofer sostiene que ahora mismo debe importar más de la mitad de la madera que necesita, y acusa de ello a la burocracia rumana. Sin embargo, los activistas sospechan que la verdadera razón es que la presión mediática, las normativas más estrictas y las investigaciones policiales en curso están dificultando que Schweighofer continúe obteniendo la madera de diversas fuentes. Sea como sea, ahora la materia prima se importa en grandes cantidades de países como Eslovaquia o la República Checa.
La mafia de la madera y la UE
“No obstante, el sistema de localización creado por Schweighofer para Rumanía no sirve de nada para las importaciones, lo que significa que, una vez más, es prácticamente imposible conocer el origen de la madera. Es un dato preocupante, ya que en Eslovaquia también se está talando de manera intensiva”, advierte Johannes Zahnen, un experto forestal de la WWF. No entiende por qué el reglamento de la UE relativo a la comercialización de la madera de 2013 aún no ha tenido ningún efecto, dado que debería haber puesto fin al comercio ilegal de madera en toda la Unión Europea. “Varias ONG proporcionan muchos soplos, pero a pesar de ello, se hace muy poco. Los Estados miembros implementan el reglamento de manera muy desigual”.
Hasta hace relativamente poco, también se consideraba a Ucrania como un importante país proveedor. Las vías de la línea ferroviaria ucraniana prácticamente llegan hasta las puertas de Schweighofer, y Egger opera en Rădăuți, situado al norte de Rumanía. La organización medioambiental Earthsight descubrió que Schweighofer recibía a diario suministros de 80 vagones de ferrocarril llenos madera. La familia Kaindl ha inaugurado hace poco una nueva fábrica de tablones de aglomerado en Hungría, justo en la frontera con Ucrania.
Pero ahora también hay extensas áreas deforestadas en los Cárpatos ucranianos. La autoridad forestal del país está resultando ser igual de corrupta que la rumana. El anterior director era especialmente creativo aceptando sobornos. “Para mantener la madera bien por debajo de su precio de mercado, las empresas extranjeras estaban dispuestas a hacer los pagos a sociedades pantalla a nombre de su mujer registradas en Belice y Panamá”, afirma Tara Ganesh de Earthsight. “El director de la autoridad forestal está acusado de haber aceptado sobornos de cuatro empresas madereras que ascendían a 13,6 millones de euros entre 2011 y 2014”.
Debido a la presión pública, Ucrania impuso una prohibición a la exportación de troncos. Esto generó una gran cantidad de problemas a los compradores, que respondieron contratando a lobbies para presionar a Kiev y a la UE para que levantasen la prohibición a la exportación. Unos “trenes fantasma” con documentación falsa y repletos de troncos encontraron la manera de pasar la frontera con Rumanía por la noche. Asimismo, se sorprendió a un director forestal con las manos en la masa ofreciendo a policías 10 000$ a modo de “tributo” para que hicieran la vista gorda a sus actividades ilegales de tala de árboles. Puesto que solo la leña y la madera aserrada ucraniana están exentas de la prohibición, este tipo de exportaciones están creciendo drásticamente, y maderas de mejor calidad, se están declarando a propósito como una madera legal de peor calidad. Las estructuras criminales que sustentan estas actividades son tan poderosas que necesitan cómplices en todos los niveles, desde abogados hasta banqueros, pasando por directores forestales y oficiales de aduanas y ferrocarril.
Destrucción continua
Quien quiera comprobar las consecuencias de todo esto en Rumanía no tiene más que pedir un paseo en un Dacia Duster que le adentre a un valle a través de caminos estrechos. Es una carretera con muchos baches, y los arcenes están llenos de botellines de cerveza de plástico: “De los leñadores”, dice el pelirrojo Horea Petrehus, silvicultor. Él y sus amigos suelen hacer la ruta hasta el valle y después caminar a través del último bosque de abetos hasta llegar a lo que ellos llaman el apocalipsis.
Desde donde nos encontramos, vislumbramos una extensa área deforestada. Hasta donde alcanza la vista, no quedan más que matorrales y tocones de árboles. “¿Esto es lo que Herr Schweighofer entiende como “sostenible”?”, pregunta Horea, y nos cuenta lo que ha presenciado aquí: “Nos encontramos en las montañas Apuseni, en el valle de los osos. Pero los osos se fueron hace mucho tiempo. La excusa fueron los estragos causados por una tormenta hace ocho años. Aparecieron hombres adinerados, y pronto les siguieron los leñadores. Al final, había miles de camiones, todos en dirección a Schweighofer. Esto es lo que dejaron. Ni siquiera se ha limpiado ni reforestado la zona después de todos estos años”, afirma Horea.
Horea nos ha traído aquí después de que Michael Proschek-Hauptmann hubiese alabado las políticas de sostenibilidad de Schweighofer durante nuestra visita a la fábrica. En el lugar donde una vez los bosques absorbían el agua de lluvia como una esponja y la devolvían de manera constante al suelo, ahora abundan las inundaciones repentinas. Cientos de habitantes que se ganaban la vida recogiendo y vendiendo setas han perdido su fuente de ingresos. “Afirmar que no saben lo que está ocurriendo es una postura inmoral por parte de empresas como Schweighofer”. No hay ni un ápice de falsedad en el enfado de Horea. Es el enfado de un hombre que conoce los bosques y que está viéndolos desaparecer ante sus ojos. “Aunque Schweighofer ahora afirme haber cambiado, yo no he visto absolutamente ninguna prueba de ello. Deberían empezar por restaurar lo que han destruido, ya que hay cientos de lugares como este en Rumanía”. Ante estas acusaciones, Proschek-Hauptmann afirma que una gran proporción de la zona ha sido reforestada por la autoridad forestal local.
El último bosque virgen
Al día siguiente, el activista Matthias Schickhofer camina a través del valle de Arpasul, en las montañas Făgăraș, con un grupo de científicos internacionales que están asistiendo a una conferencia sobre la protección de bosques vírgenes. Es un área en la que el hombre nunca ha intervenido y que ha permanecido intacta durante miles de años. Científicos de la Universidad de Praga llevan investigando este valle mucho tiempo, como parte del proyecto de investigación más extenso sobre los bosques vírgenes en Europa. Pretenden entender cómo estos bosques intactos lidian con fenómenos como el viento o la sequía, unas cuestiones importantes para una época de cambio climático.
Solo una parte de este valle salvaje está protegida, y los científicos temen por sus lugares de investigación. Los procesos ecológicos complejos en los bosques naturales aún no se comprenden del todo, y los bosques vírgenes en los que pueden estudiarse están desapareciendo de Europa. “Aquí, todo está interconectado. Cada árbol caído, cada rama y cada seta tiene su función en un ecosistema complejo. Los árboles antiguos absorben grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera, por lo que estabilizan nuestro clima. Los poderosos árboles de los Cárpatos son los pulmones verdes de Europa”, explica Schickhofer.
Tanto él como los científicos están intentando catalogar rápidamente el mayor número de bosques vírgenes posible, con el fin de garantizarles un estatus de protección. Pero es una carrera a contrarreloj: mientras tanto, el servicio forestal nacional puede otorgar licencias de tala en cualquier momento para esta área, y es precisamente lo que pasa a diario en los parques nacionales de Rumanía y las áreas de la Red Natura 2000, donde solo unas pequeñas zonas de bosque están estrictamente protegidas. Ahora mismo, el catálogo de los bosques vírgenes cubre unas 30 000 hectáreas, ni siquiera un 0,5% de los bosques rumanos. Los científicos se quejan de las trabas burocráticas y del desinterés por parte del Ministerio de Bosques. Ningún otro país de la Unión Europea posee una riqueza forestal comparable.
En el camino de vuelta nos queda claro el porqué de la preocupación de los científicos. Pronto se vislumbra en el camino un rastro de excavadoras, aparecen almacenes de madera, enormes cabrestantes se pierden en lo alto de las montañas, y el suelo está cubierto de grandes troncos de árboles. También aquí los leñadores han marcado su territorio.
Fin. Lee la primera parte: El Eldorado rumano
👉 Artículo original en Addendum.

En colaboración con European Data Journalism Network.
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