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...y con Nicolas Sarkozy como líder.

Cómo salvar el euro (sin Alemania)

A pesar del aparente entendimiento franco-germano en las recientes conversaciones, la visión que ambos tienen sobre Europa dista mucho de parecerse. Alemania es ahora el principal obstáculo en el camino hacia la integración, opina el diario The Times: ahora toca que Francia asuma el liderazgo y deje a su socio detrás.

Publicado en 18 agosto 2011 a las 14:19
...y con Nicolas Sarkozy como líder.

Conforme el “destino federal” de Europa se acerca, se empieza a apreciar un segundo defecto del proyecto europeo, mucho más allá de la contradicción entre las políticas monetaria y fiscal de los Estados de la Eurozona. Todos comparten que Europa se enfrenta a una clara elección: abandonar el euro o dar un gran salto adelante hacia un “verdadero gobierno económico europeo”, tal y como lo expresa el presidente Sarkozy tras la reunión en París del 16 de agosto.

En la práctica, esto se traduce en dos cuestiones. La primera, una sustitución parcial de la deudas de los Gobiernos nacionales a través de los así llamados eurobonos, avalados conjuntamente por todos los Estados de la Eurozona y sus contribuyentes. Esta medida ha sido fuertemente criticada por Alemania, Austria y otros Estados acreedores, y la canciller alemana Angela Merkel la volvió a postergar durante la reunión, aunque la resistencia se está debilitando.

La segunda condición, exigida como quid pro quo por los Estados acreedores, será el control centralizado sobre los impuestos y los gastos estatales por parte de un ministerio federal de Finanzas europeo con derecho de veto sobre la política fiscal de todos los Estados miembros. Por supuesto, Grecia, Italia, España y otros Estados deudores se han opuesto firmemente a esa posición, pero su resistencia también se está debilitando. Aunque poner a Herman Van Rompuy, el Presidente de la UE, al frente de un nuevo comité no era la clase de paso en esa dirección.

Una salida federal vista desde dos ángulos

En cualquier caso, el primer defecto fundamental del proyecto europeo — la contradicción entre una moneda única y una multiplicidad de políticas fiscales nacionales divergentes — puede que eventualmente se resuelva a favor de una salida federal. Ésta fue siempre la intención última de los padres fundadores del euro, François Mitterrand y Helmut Kohl.

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Ahora Europa afronta el segundo defecto — que las concepciones alemana y francesa de una Europa federal sean mutuamente incompatibles. No es que únicamente las dos naciones tengan dos teorías muy diferentes sobre la centralización del gobierno y el traspaso de competencias, sino mucho más simple, sus visiones de una Europa federal son eminentemente incompatibles en términos estrictamente políticos.

Los alemanes creen que son la superpotencia económica europea, por lo que tienen derecho a gestionar la Eurozona según su propio modelo. Los franceses están igualmente convencidos de que históricamente su nación ha sido la líder diplomática, intelectual y burocrática y se ven como los gestores naturales de todas las instituciones europeas. La cuestión verdaderamente fundamental que debe resolverse si el euro pervive no es si es necesaria una Europa federal, sino si la federación venidera la dirigirá Alemania o Francia.

¿Por qué no expulsar a Alemania?

Por el momento, se supone que Alemania es la predominante, puesto que es la sufragadora de la crisis del euro; pero si Sarkozy juega bien sus cartas puede demostrar que ese razonamiento es completamente erróneo.

Supongamos que reacciona ante la última, e inconclusa, cumbre con una modesta propuesta. Podría esgrimir que Alemania ha rechazado apoyar al euro en esta crisis. Berlín ni ha consentido en emitir eurobonos avalados conjuntamente, ni ha permitido que el Banco Central Europeo refinancie a Italia, a España o a Grecia comprando sus bonos. Los políticos alemanes defienden que los países que no pueden pagar sus deudas deben ser expulsados del euro — pero, ¿por qué no darle la vuelta a este planteamiento y expulsar a Alemania?

Dada su falta de solidaridad con otros países de la Eurozona, se le puede pedir educadamente a Alemania que la abandone. O la decisión puede desencadenarse por una revuelta política o por una decisión judicial relativa a Alemania, si el resto de los Estados de la zona euro hacen caso omiso de sus objeciones y obligan al BCE a comprar grandes cantidades de deuda italiana y española. Alemania emitiría entonces un nuevo marco y otros Estados tendrían una elección sencilla: seguir el camino de Alemania y salir del euro o continuar formando parte de un grupo más reducido liderado por Francia, similar al de la Unión Monetaria Latina que vinculó a Francia, España, Italia, Grecia y Bélgica de 1866 a 1908.

Un elenco de ventajas sin Berlín

La retirada voluntaria de Alemania plantearía menos problemas legales e institucionales que una ruptura del euro provocada por la expulsión por la fuerza de Grecia, Italia o España. Se podría conceder una derogación del Tratado de Maastricht a Alemania, similar a la que disfrutan Gran Bretaña y Dinamarca. Los tenedores de bonos alemanes no se opondrían, puesto que sus participaciones se convertirían a una divisa más fuerte, el nuevo marco.

El BCE continuaría como antes, pero sin directores alemanes (ni holandeses, ni austriacos). Sin el veto alemán, el BCE tendría libertad para comprar de manera inmediata y sin límites gran cantidad de bonos españoles, tal y como ha hecho tanto el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de Estados Unidos respecto a sus propios bonos estatales. Con el tiempo, el resto de los Estados de la zona euro negociarían un nuevo tratado, crearían un ministerio federal de Finanzas encargado de emitir bonos garantizados por el conjunto y administrando políticas fiscales comunes.

Para todos los Estados latinos, incluyendo a Francia, esto ofrecería enormes ventajas y ningún inconveniente real. Recuperarían el control de su divisa y podrían utilizarla para cancelar las deudas estatales. Podrían devaluarla a su antojo, sin provocar guerras comerciales con sus vecinos latinos. En el caso de Francia, los beneficios geopolíticos serían aún mayores: ya no se vería condenada a seguir desempeñando un papel secundario con respecto a Alemania y no perdería su personalidad nacional al tratar de parecer más alemana que la propia Alemania.

"Le jour de gloire est arrivé"

Los países de Europa Central se congregarían para adherirse al euro liderado por Francia, puesto que la alternativa sería disponer de divisas sobrevaloradas. Y, más importante aún, Polonia y Hungría preferirían verse como países europeos en pos del liderazgo francés que como colonias económicas alemanas. Lo mejor para Francia, que la elite burocrática francesa volvería a la líder incuestionable del proyecto federal europeo.

Mientras tanto, los exportadores y los bancos alemanes sufrirían el mayor shock deflacionario de la historia — de tal manera que Alemania tendría que volver arrastrándose con el rabo entre las piernas, pidiendo permiso para volver a formar parte de la unión monetaria dirigida por Francia.

En definitiva, la diplomacia francesa tiene ahora, de una vez por todas, la oportunidad de establecer su superioridad sobre la Alemania industrial, de situarse como la fuerza dominante de Europa. Allí donde Clemenceau y Napoleón fracasaron, Sarkozy todavía podría salir victorioso. Le jour de gloire est arrivé! [Ha llegado el día de la gloria].

Ideas

No hay tiempo para el protocolo de Bruselas

El analista de Financial TimesMartin Sandbu defiende que el único impedimento de los Gobiernos europeos a la hora de respaldar los eurobonos es Alemania – y que puede que la solución sea dejar de lado a Berlín.

"Tomemos la Eurozona sin Alemania y eminentemente se trata de socios con pareceres similares – los Países Bajos, Austria, Finlandia y Eslovaquia. Si se excluye también a Grecia, los once países restantes pueden crear un mercado de bonos de 3,5 billones de euros con cifras macroeconómicas ligeramente inferiores a las de la Eurozona en su conjunto.

Si un subgrupo de la Eurozona lo estableciese por cuenta propia sería hacer caso omiso de Bruselas. Pero que una recalcitrante Alemania lo retrase, contraviene igualmente el espíritu de Europa de quienes pretenden hacer un fondo común de soberanía para proteger su bienestar. Estaría justificado si Berlín tuviese que correr con los gastos del proyecto – pero la cuestión es que no tendría que hacerlo.

¿Cómo afectaría esa jugada a Alemania? Económicamente, si los inversores aprecian que el denominado mercado de eurobonos es más grande y económicamente más atractivo, Berlín podría ver erosionada su ventaja en la obtención de préstamos. Políticamente, los votantes temen más incluso que la integración europea les ignore de lo que temen convertirse en sufragadores de Europa. Si es así, el poder realmente recae en las manos de los otros miembros de la Eurozona. Deberían hacer uso del mismo".

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