El primer ministro Mark Rutte (a la izda.) y el líder laborista Diederik Samsom, antes del debate del 6 de septiembre de 2012 en la Universidad Erasmo (Rotterdam).

Europa aviva el debate electoral

La austeridad y la precarización de la sociedad holandesa refuerzan el sentimiento antieuropeo y la voluntad de no pagar más por otros Estados miembros, en vísperas de las elecciones legislativas.

Publicado en 11 septiembre 2012 a las 15:32
El primer ministro Mark Rutte (a la izda.) y el líder laborista Diederik Samsom, antes del debate del 6 de septiembre de 2012 en la Universidad Erasmo (Rotterdam).

Peter tiene el cabello rubio y más bien largo; su traje oscuro es impecable. Buen padre de familia, lleva todas las mañanas al colegio a su hija, que se pone de pie sobre el portaequipajes de la bicicleta. Acto seguido, se dirige silbando a su trabajo, una sociedad de negociación de activos financieros en el centro de Ámsterdam... Un trabajo estresante desde donde ve pasar la crisis de cerca. "Cuando leo que los Países Bajos son un oasis de felicidad, un país feliz con la tasa de paro más baja de Europa, me río", dice. Tras la tarjeta postal está la realidad: la crisis financiera de finales de 2008 prosiguió convertida en la de la zona euro. Si el contribuyente holandés se lamenta tanto de tener que echar mano a su bolsillo para salvar a Grecia o a España, es porque la crisis tiene efectos tangibles en su vida diaria. "En Ámsterdam no verá a gente durmiendo en la calle, como en París, pero eso no quiere decir que no haya nadie con el agua al cuello", afirma Peter.

Las desigualdades se ahondan y la precariedad se extiende de manera imparable por el mercado de trabajo. Al menos 370.000 empleados, de los 9 millones de activos, viven por debajo del umbral de la pobreza. Los sindicatos denuncian la tendencia al flexwerk, el trabajo precario, contra el que no pueden hacer gran cosa. "Se habla, se habla, pero la dirección no quiere saber nada y no hay quien vea un contrato indefinido", se lamenta Farid, de 20 años, empleado en Albert Heijn. En esta cadena de supermercados tres cuartas partes de los asalariados tienen menos de 23 años. Se les paga conforme al salario mínimo interprofesional con contratos temporales a tiempo parcial.

Nostálgico del florín

Unas cifras elocuentes: en 2011 solo firmaron un contrato indefinido 2.000 personas, frente a las 83.000 del año precedente... Mientras los contratos temporales se convierten en la norma, el número de empresas de un solo empleado se ha multiplicado por dos, con lo que en 2011 había ya 750.000 autónomos, a los que no protege ningún convenio colectivo. Todo ello, con el plan de austeridad como telón de fondo, acompañado de una pérdida de poder adquisitivo estimada en un 7% para 2012 y 2013. Los jubilados, por su parte, pagan los riesgos que asumieron en los mercados financieros las cajas que gestionan sus ahorros. Al evaporarse una parte de sus fondos a finales de 2008, sus pensiones complementarias se han reducido.

De golpe, el islamismo y los emigrantes han desaparecido. Estos temas, centrales en las campañas de 2006 y 2010, han cedido su sitio a una campaña centrada en Europa, a la que se acusa de precipitar el fin del Estado del bienestar. En este país que, como Francia, votó masivamente no al referéndum de 2005 sobre el tratado constitucional europeo, lo de pisar el freno a fondo en lo que se refiere a la UE viene de lejos. Los cristianodemócratas y los liberales, en el poder durante estos últimos diez años, están en contra de la entrada de Turquía y de la admisión de Rumanía y de Bulgaria en el espacio Schengen, pero sobre todo se oponen a que se reflote hasta el infinito a los países del sur que gestionan mal sus finanzas.

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Los miles de millones de euros entregados a los fondos de rescate son polémicos porque vienen acompañados de recortes claros que se dejan sentir en todos los campos: cultura, educación, salud, jubilaciones. "Nuestros viejos no quieren pagar por los defraudadores griegos", proclama el populista de derecha Geert Wilders, que dirige el PVV, la tercera formación política del país.

Este nostálgico del florín, la antigua divisa del país, preconiza una salida pura y simple de la UE que le costaría a la economía nacional la bagatela de 90.000 millones de euros, según sus cálculos. Agita también los temores derivados de la llegada de trabajadores polacos tras la apertura de las fronteras con la Europa del Este en 2007. "Hay 200.000 tipos venidos del Este que al aceptar empleos mal pagados lo convierten todo en un mercadillo", deplora Martijn, de 39 años de edad, contable al que despidieron en febrero por culpa de la recesión, y no de los polacos, pero dispuesto de todas formas a votar a Wilders.

Reconstruir el puente

El viento también sopla a favor del populismo de izquierda, con un Partido Socialista (SP), antes maoísta, al que desde el mes de mayo le va bien en los sondeos, por atacar los designios de Bruselas. "La norma europea del 3% del déficit del Estado no debería impedir a los Países Bajos desviar sus cuentas como entiendan que deben hacerlo para relanzar el crecimiento con grandes obras", asegura Emile Roemer, el candidato del SP...

¿Hay que llegar a la conclusión de que en uno de los seis países fundadores de la Europa de posguerra existe una eurofobia profunda? Se debe matizar la respuesta. Según Adriaan Schout, responsable de estudios europeos del Instituto Clingendael, las discusiones sobre Europa son intensas, pero sin dejar de ser perfectamente "sanas y normales". "Wilders ha hecho que el debate ganase en madurez: ha venido con cifras y afirmaciones, lo que ha permitido que los demás partidos pudiesen contradecirle. Es verdad que hay problemas y que no queremos pagar más por Grecia. Pero ningún partido desea acabar con la integración europea", explica este investigador.

¿La prueba? El Partido Laborista (PVDA) de Diederick Samsom, proeuropeo, adelanta ahora al SP en los sondeos y sigue de cerca a la formación liberal (VVD) del primer ministro saliente Mark Rutte. ¿Qué propone? "Reconstruir el puente" de una sociedad más igualitaria, mientras los liberales se quedaban mirando cuando la crisis lo destruía y las aguas se lo llevaban. "¡Basta, ya basta!", ruge por su parte Mark Rutte refiriéndose a la ayuda a Grecia, con lo que se gana más críticas que alabanzas, puesto que su Gobierno ha aceptado todos los planes de rescate presentados por la UE:

Un hecho nada frecuente: la patronal, mayoritariamente liberal, ha hecho un anuncio de televisión para defender a Europa, y así se ha arrojado a la campaña. En un vídeo difundido desde principios de septiembre por las grandes cadenas de televisión públicas, la Federación de Empresarios e Industriales de los Países Bajos (VNO-NCW) hace desfilar a directivos de empresas, pequeñas y grandes, que exponen cuánto se benefician los Países Bajos de la UE. "Sin Europa no habría aeropuerto de Schiphol o puerto de Rotterdam", afirma uno de ellos. El mercado común hace que se ingresen 180.000 millones de euros al año, gracias al comercio exterior y a las inversiones. Hay que hacer la cuentas, con un compromiso máximo de 90.000 millones de euros para los fondos de rescate del Banco Central Europeo (BCE)...

Repliegue del país sobre sí mismo

El problema, para ciertos analistas, no se trata tanto del euroescepticismo que flota en el ambiente como del repliegue del país sobre sí mismo. Una paradoja, habida cuenta de la inserción del reino en la economía mundial. La mayor parte de los partidos no aspiran a nada en materia de política exterior, señala también el Instituto Clingendael.

Ahí gira de nuevo todo alrededor de cuestiones de dinero: las reducciones del presupuesto de Defensa y de las ayudas públicas al desarrollo, pero también la contribución de los Países Bajos a la UE. "¿Qué queremos con Grecia, el euro, Serbia?", se pregunta Pieter Feith, veterano diplomático holandés que representa a la UE en Kosovo. "Ya no se puede contar con una política coherente al cien por cien en La Haya. Puede ocurrir que un país cambie en ocasiones de política, pero el nuestro lo hace a toda velocidad en todas las direcciones", escribe en el periódico NRC Handelsblad. Al final, ¿qué queremos tener que ver con Europa? Esa es la cuestión, central, que se plantean los Países Bajos.

Visto desde los Países Bajos

Un viejo malentendido

El euroescepticismo holandés no es un fenómeno nuevo. Sus dudas se remontan hasta los años cincuenta, recuerda el historiador Mathieu Segers en el NRC Handelsblad. En 1951, el país se adhirió a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) por motivos comerciales, dada la “dura realidad material”: la ayuda del plan Marshall quedaba vinculada a la integración europea.

Los Países Bajos querían operar en una nueva gran zona de libre comercio, en la que no perdían soberanía [...] No se trataba de nada político, para eso ya estaba la OTAN [...] Por consiguiente, a los Países Bajos la CECA les pilló desprevenidos, era un proyecto político: los Estados debían ceder competencias a una ‘autoridad’ europea [...] Instintivamente, en el fondo, los Países Bajos no quería formar parte de esta Europa.

Con la crisis económica actual, parece que este escepticismo regresa, señala el historiador:

Hoy, el sentimiento de que ‘no pintamos nada aquí’ ha vuelto. La crisis en la zona euro ha hecho que la Europa política vuelva a ser un tema candente. ¿Y qué Estados no forman parte de la eurozona? Reino Unido y los países escandinavos: aquellos de los que nos sentimos tan próximos.

Desde luego, Europa nunca había dominado tanto la campaña electoral. Pero el debate sigue siendo superficial, asegura Mathieu Segers:

El debate se ha visto secuestrado en parte por los extremos del ámbito político [los populistas del PVV de Geert Wilders y los radicales de izquierda del Partido Socialista]. Los Países Bajos necesitan lo que el sociólogo Raymond Aron califica de un 'debate ideológico': un debate fundamental, que transcienda más allá de los partidos más importantes. Pero estos últimos temen este debate.

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