Amsterdam, el 11 de Agosto del 2010 : final del ayuno en la fiesta del Ramadán.

Por la libre circulación de los Dioses

Ante la proliferación de las religiones y sus símbolos, la mayoría de Estados eligen prohibirlos. Pero de este modo acabarán estancándose, según opina Die Zeit, que además aboga por la tolerancia y el pluralismo.

Publicado en 13 agosto 2010 a las 14:32
Leonard Faustle  | Amsterdam, el 11 de Agosto del 2010 : final del ayuno en la fiesta del Ramadán.

Armenia, Bulgaria, Lituania, Malta, Rusia, San Marino y Chipre comparecen ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. La cuestión es determinar si es necesario prohibir los crucifijos en las aulas italianas, bajo el pretexto de que constituirían una infracción del deber de neutralidad del Estado. Los países que se sienten directamente amenazados se han posicionado del lado del acusado, en este caso, Italia, y están representados por Joseph Weiler, eminente jurista europeo y judío practicante.

Esta situación es la muestra de hasta qué punto el paisaje ideológico europeo actual es al mismo tiempo diverso y paradójico: las religiones no sólo compiten, sino que también se ayudan entre sí y de este modo, un judío acude en defensa del símbolo de la fe cristiana y los ortodoxos búlgaros apoyan a la Italia católica. La globalización y sus fronteras abiertas mezclan de manera conflictiva las diversas fes y sus contrarios. Es cierto que el conflicto interminable que afecta en toda Europa a todo lo que sea musulmán, que vuelve a ser actualidad por el islamófobo neerlandés Geert Wilders, es la expresión dramática de las nuevas líneas de fractura ideológicas. Pero las cuestiones que se esconden tras este conflicto van más mucho más allá: ¿cuál debe ser la relación adecuada entre la religión y el Estado en la Europa del siglo XXI?

Analfabetismo religioso

Es evidente que el debate sobre el islam no es sólo una discusión sobre religión. La postura antimusulmana se ha convertido en la forma de expresión más destacada del miedo al extranjero en la Europa moderna, una especie de racismo aparentemente razonable, e incluso sabio, pues se opone al fanatismo y al “oscurantismo medieval”.

Esto no impide que la religión se encuentre en el núcleo de esta confrontación. Y los europeos de 2010 no cuentan con los recursos necesarios para responder al desafío de la religión. Europa es la región menos religiosa del mundo, una zona sosegada de laicismo en un planeta que sigue ardiendo con fervor devoto. El cristianismo, una religión histórica en Europa, actualmente se llega a considerar un elemento intruso. Entre los ejemplos de su rechazo se encuentran hechos como el de la compañía aérea British Airways, que despidió a una azafata que se negaba a desprenderse de su cruz, o la Constitución (fracasada) de la UE, en la que Dios no tenía ninguna posibilidad ni siquiera de mención. Se podría hablar de analfabetismo religioso, de la incapacidad de reconocer en la fe una fuerza legítima del presente. Con esta realidad de fondo se debería comprender el temor que suscita el islam en Europa, un temor doble, por una parte porque es una religión extranjera y por otra, porque conlleva una intensidad que al continente le resulta desconocida.

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De todas las conciliaciones posibles con el Cielo, a menudo parece que lo más indicado es una política hostil hacia la religión, como el laicismo practicado en Francia. Por lo tanto, se puede prohibir tranquilamente el velo musulmán en los centros educativos, ya que de todos modos, los crucifijos también deben desaparecer. Es decir, la ley es la misma para todos, con la misma sospecha, el mismo control, la misma represión.

Cooperación entre iglesia y Estado

Pero en este caso, Europa se confunde de dirección. Europa no debería tener como fin la ausencia de esencia y de gusto religioso, sino más bien la diversidad. Al igual que en el ámbito económico y tecnológico, Occidente no tiene el monopolio de la política ideológica correcta. Ya no puede simplemente declarar, imponiendo su autoridad al resto de la humanidad, que Dios ha muerto, o en todo caso que es un anciano y que por consiguiente se le debe mantener al margen de los asuntos terrenales.

En la Vieja Europa el laicismo no es la única filosofía de Estado. Encontramos ejemplos de cooperación entre iglesia y Estado en la versión alemana, que funciona manifiestamente bien. También tenemos la indiferencia condescendiente de los británicos con respecto a las cuestiones de confesión (sí, el policía que pertenece a la comunidad religiosa de los sij lleva un turbante, So what? [¿Y qué ?]), mientras que, al mismo tiempo, la jefa de la iglesia de Estado curiosamente es la reina. En Italia, los asuntos religiosos se siguen regulando bajo la influyente sombra del Vaticano, que sin embargo produce una sorprendente placidez cultural: el velo no es lo que corre el riesgo de afectar al que está acostumbrado al espectáculo de las sotanas y de las religiosas con hábitos.

La religión, fuerza de resistencia

Estos modelos encubren los recursos que necesita Europa, en términos de distensión y tolerancia, para aspirar a un futuro religioso pluralista. Las mujeres musulmanas con velo, a las que se prohíbe el acceso a los colegios públicos, encuentran refugio en las instituciones católicas privadas, donde las prendas relacionadas con las confesiones no plantean ningún problema. Es una alternativa al laicismo: las diferentes religiones se alían contra la hostilidad hacia ellas. También constituye el fin de este Occidente cristiano al que aún se aferran algunos conservadores.

El hecho de que la mayoría de la población turca sea musulmana no podría justificar el rechazo a su candidatura a la UE. El hecho de que disponga de una ideología de Estado o de una monocultura religiosa, sí. Un país donde resulta imposible construir una iglesia sin enfrentarse a problemas vulnera la europeidad. Y lo mismo ocurre con los que prohíben los minaretes.

Es verdad, la religión es peligrosa. Se ha derramado mucha sangre en su nombre. Pero también puede ser una fuerza de resistencia contra las veleidades de dominación y la voluntad de conformidad del Estado o la sociedad. En los países musulmanes, la llamada al islam es una forma de reclamar justicia contra los regímenes dictatoriales, como en Egipto. Una política inteligente sabe que los creyentes representan un desafío beneficioso, que es el argumento a favor de la presencia de la religión en el espacio público. Cada una de las cruces en lo alto de las iglesias en las ciudades europeas está ahí para recordarnos que las circunstancias que vivimos no son la única realidad posible. Y lo mismo ocurre con la media luna sobre una mezquita.

Proposición

Eid el-Fitr, día festivo para todos

Ahora que los musulmanes comienzan el ramadán, Selahattin y Bahattin Koçak, dos intelectuales neerlandeses de origen turco, plantean en De Morgen que la fiesta del Eid el-Fitr, que marca el fin del mes de ayuno, se declare día festivo."La mejor solución es que esta fiesta se convierta en un día festivo para todos, ya que la aceptación del otro sólo se logrará tras su integración", escriben."*No se respeta nuestro sentido de la igualdad porque, simbólicamente, la fiesta del fin del ramadán es similar a la Navidad.Cuando éramos pequeños, pensábamos que Papá Noel era racista porque traía regalos a nuestro vecinito Frankie [nombre típico flamenco] y a nosotros nunca.De igual modo, la aceptación del islam no puede depender exclusivamente de la buena voluntad de los vecinos y las empresas", que toleran el ayuno "mientras no afecte al ritmo de trabajo"."Admitamos que ya no vivimos en la época en la que teníamos pleno conocimiento de nuestras culturas y religiones mutuas.*Actualmente, la integración del islam como parte integral de nuestra sociedad es un desafío que nos permitirá avanzar juntos".

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