Hace cinco años que centenares de inmigrantes subsaharianos trataron de acceder a la UE a través de las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla. Unos acontecimientos que situaron a las ciudades autónomas en el foco global de la atención informativa y en los que fallecieron 11 inmigrantes y muchos resultaron heridos. Henk van Houtum y Xavier Ferrer-Gallardo señalan en un artículo de El Paísque "los sucesos evidenciaron de forma cruda que, en plena era de la globalización, grandes cantidades de personas persiguen entrar en otros países en búsqueda de refugio y/o de una vida mejor, pero no lo consiguen" y que "lo ocurrido marcó el inicio de un nuevo ciclo en cuanto a la política de fronteras exteriores de la UEse refiere", con puestos fronterizos intensamente vigilados a través de la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores (FRONTEX).
Organizaciones como United Against Racism o No Borders estiman que el número de muertos desde el cierre de las fronteras exteriores del espacio Schengen en 1993, ronda los 13.000. Cada vez más, "el régimen fronterizo de la UE combina la liberalización de la movilidad laboral para los ciudadanos de la Unión en las fronteras interiores con la selección estratégica de inmigrantes de fuera de la UE, dando la bienvenida preferiblemente solo a los que añaden valor económico". De esta manera, la Unión "adopta el perfil de una comunidad cerrada, un complejo residencial en el cual, impulsados por el miedo al crimen y la percepción de una potencial pérdida de bienestar e identidad cultural, los acaudalados se atrincheran, separándose del resto de la sociedad". De esta manera, Europa no contribuye a reducir las diferencias de desarrollo, sino que las incrementa.