Para el autor de Aux frontières de l´Europe (En las fronteras de Europa, no traducido al español), el alma del Viejo Continente únicamente existe en ciertos países ex-comunistas y a lo largo de la frontera exterior de la UE.
¿Cómo se le ocurrió recorrer de arriba abajo la frontera oriental de la Unión Europea?
PAOLO RUMIZ: Quería buscar una frontera que todavía lo fuese. Provengo de Trieste, soy hijo de la frontera. Nací exactamente el mismo día en que se fijó la frontera alrededor de Trieste, el 20 de diciembre de 1947. Esa frontera se derribó el día de su sexagésimo aniversario [con la entrada en el espacio Schengen de numerosos países de Europa oriental], que coincide con mi sexagésimo cumpleaños. Esa noche, mi compañera polaca [la fotógrafa Monika Bulaj] y yo, nos miramos y nos dijimos: "Tras haber pasado sesenta años queriendo que se eliminasen las fronteras, ¿qué vamos a hacer ahora que la frontera ya no existe?". Era una gran invitación a viajar: ¿Dónde sigue estando presente el sentido del misterio que tenía la frontera? Ese día, un poco ebrios, un poco eufóricos, mientras rebasábamos la vieja barrera de la frontera yugoslava, en mitad de un bosque del valle de Rosandra, dónde se encontraba el último hostal italiano antes de entrar en Yugoslavia, decidí partir en busca de esa verdadera frontera: un enclave en el que encontrar verdaderos guardas fronterizos.
¿Los encontró?
¡Y de qué manera! ¿No se dan cuenta? Si hubiese hecho este viaje hace veinticinco años, [a la vuelta de Eslovenia], no hubiese tenido que enseñar mi pasaporte, porque hubiese permanecido en el espacio del Pacto de Varsovia y de la extinta URSS. En esta ocasión, por el contrario, las continuas entradas y salidas del espacio Schengen y de la Unión Europea (UE) han hecho que me topase —especialmente entre Noruega y Rusia y entre Letonia y Rusia — con fronteras de una rigidez increíble, mucho más que antes de la caída del muro. Yo quería ver qué había detrás de esa barrera, de ese límite. Uno se da cuenta rápidamente de que no existe ninguna diferencia entre un lado de la frontera y el otro, a pesar de estas barreras absurdas, y que en realidad la línea fronteriza de la UE transcurre a lo largo de una serie de regiones transfronterizas con nombres magníficos, como Curlandia [Lituania] o Botnia [Escandinavia] o incluso Dobruja [Rumanía/Bulgaria], que existían antes de la gran fiebre nacionalista del siglo XIX y que constituyen el verdadero corazón del continente.
Se dice que el centro geográfico de Europa queda en algún sitio al Oeste de Ucrania…
Europa tiene muchos centros: uno en Lituania, uno en los Cárpatos, uno en Polonia… Depende de cómo se mida Europa. Lo que es cierto es que es más larga que ancha. Por el momento, el centro de Europa no es más que una vaga imitación de Occidente, incluso aunque se encuentren grandes rastros de Oriente. Esa mezcla de ser eslavo y de judaísmo que es el alma profunda de Europa, la he encontrado únicamente en estas regiones fronterizas. Para mí, ahí es dónde late el corazón de Europa, tal y como yo lo entendía y lo buscaba: una cierta feminidad maternal, grandes cauces navegables, los he encontrado en Rusia, en Ucrania, en Polonia.
Sus relatos emanan un amor casi incontrolado por el espíritu eslavo y el estilo de vida de las personas con las que se ha encontrado. Y un cierto hastío frente a ciertos aspectos de Europa Occidental. ¿Cuál es su problema?
Es un mundo más homogéneo, más falso, en celuloide, donde el tiempo corre cada vez más rápido y se consumen con inusitada rapidez correos electrónicos y mensajes de texto, donde se ha perdido el contacto con la tierra – "zemljia", en ruso; un nombre que junto con "voda", agua, me ha acompañado a lo largo de mi periplo.
En su libro, elogia la autenticidad de los habitantes de las regiones fronterizas. Sin embargo, muchos de ellos tienen solo un deseo, vivir como en Europa Occidental o, al menos, adoptar su estilo de vida.
Hay que tenerlo presente, por supuesto. Sin querer decir que se meten el dedo en el ojo, en cualquier caso, se les puede recordar que tampoco es todo del color de rosa en este lado de la frontera. Los ancianos son conscientes de ello: se dan cuenta de que la solidaridad que marcaba las relaciones entre las personas ya no existe entre los jóvenes occidentalizados.
Evoca con frecuencia el "alma eslava" en su libro. ¿Cómo la definiría?
Los eslavos son conscientes de no ser el cerebro del continente, sino, en cierta manera, las tripas. Dejan que sus instintos salgan a la luz y eso puede desembocar en una agresividad increíble, pero también, en otras circunstancias, en una ternura inolvidable. En mi libro, recojo una escena en Minsk, donde un grupo de mujeres se acerca a un acordeonista y le dicen: "Venga, Igor, haznos llorar". Un occidental nunca lo hubiese hecho. Hubiese pedido una cancioncilla para anestesiar su vida demasiado rápida, demasiado carente de sentido. Lo que me gusta de los eslavos es que comparten esa zona tenebrosa de su vida, de la melancolía.
¿Ha cambiado Europa con la adhesión de una decena de países ex-comunistas?
Sí, porque han aportado una inyección de nacionalismo notable: bajo este punto de vista, los polacos son un desastre. Esa sensación de que son un pueblo mártir, que ha resistido a un moloch comunista. Han redescubierto el nacionalismo tras el fin del nacionalismo. En Polonia, es patológico. Es un mundo centrado en sí mismo. Lo que se originó con el avión del presidente Lech Kaczynski [que se estrelló en Smolensk en abril de 2010] es ejemplar: ¡No era cuestión de quedar como imbéciles frente a los rusos!
En su libro, parece que lanza reproches contra Europa y sus instituciones…
Reprocho a Europa y a Italia dormirse en los laureles y no darse cuenta de que las fuerzas nacionalistas y centrífugas la avasallan. No hemos aprendido la lección de los Balcanes: basta con que se señale un enemigo ante una población sin reparos para que ésta lo considere como tal. Hoy, una clase dirigente fracasada que quisiera transformar un pulso político en un pulso étnico no tendría ningún problema para hacerlo. Ya no tenemos los anticuerpos antifascistas, pero tampoco tenemos los anticuerpos de la crítica. Desde este punto de vista, Italia – así como Bélgica – es una zona de riesgo. Existe una victimización regionalista exasperada. Una clase de rencor de la periferia hacia el centro.
Declaraciones recogidas por Gian Paolo Accardo.
Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.
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