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“¿Cuáles han sido las elecciones más importantes?”, preguntábamos el 7 de mayo, al día siguiente de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas y de las (primeras) elecciones legislativas griegas. La ironía del calendario electoral y del ritmo de la crisis ha hecho que las segundas legislativas griegas (convocadas porque no se pudo formar ningún Gobierno en mayo) tuvieran lugar este 17 de junio, el mismo día que la segunda vuelta de las legislativas francesas. Pero esta vez la respuesta es evidente: Grecia es quien ha acaparado las portadas de la prensa europea, mientras que la (nueva) victoria de la izquierda en Francia ha quedado relegada al rango de acontecimiento político, como cualquier otro.
Lo que se jugaba en las urnas helenas era mucho más incierto y crucial para Europa: el mantenimiento de Grecia en la eurozona, y por consiguiente, la supervivencia de la moneda única en sí misma, con todas las consecuencias imprevisibles que podrían acarrear estos acontecimientos. Al situar a los conservadores de Nueva Democracia por delante de Syriza, la Coalición de Izquierda Radical, los electores griegos, tal y como ha titulado con alegría el diario The Guardian, “han dado una oportunidad a Europa”.
Ahora queda por ver si se aprovecha esa oportunidad. Y de momento, no se sabe muy bien cómo. Desde hace más de dos años, las famosas cumbres de las últimas oportunidades en las que se salva al euro y a Grecia no han logrado solucionar la crisis. Grecia sigue estando fuertemente endeudada y discapacitada por un Estado en decadencia y una clase política anclada en sus costumbres. Y ahora más que nunca, España e Italia parecen estar destinadas a caer en la espiral infernal de la deuda.
Por lo tanto, las soluciones de urgencia no funcionan. Por ello, en toda Europa se escucha que ya va siendo hora de aplicar soluciones a largo plazo. Esto es lo que estará en juego en el Congreso Europeo de los días 28 y 29 de junio. Y ahí es donde vuelven a recobrar importancia las elecciones francesas. Porque parecen enfrentarse dos tipos de proyectos: el presidente François Hollande, consolidado ahora por una mayoría absoluta en el Parlamento, aboga por una política de crecimiento para complementar el rigor impuesto en Europa y como condición previa a una integración económica y política más afianzada; por su parte, la canciller Merkel desea establecer una unión económica y política para acentuar el control de las políticas presupuestarias en Europa, como condición previa a las medidas de crecimiento y a una posible mutualización de las deudas. La ruptura con “Merkozy” está clara y nadie sabe si Hollande, que haencontrado un aliado en la persona de Mario Monti, podrá modificar el equilibrio de fuerzas en la que siempre ha prevalecido la voluntad de Merkel.
Así que hemos llegado a este punto: para salir de la crisis, la Unión debe ver más allá de la urgencia y definir un horizonte político (lo que incluye el ámbito económico), pero si desatiende la urgencia perdiéndose en discusiones bizantinas, cualquier proyecto será en vano. Los Veintisiete deben presentar una respuesta en los dos niveles temporales. Y desde este punto de vista, las elecciones griegas no dan ningún respiro.
