Mientras el fantasma de la desglobalización ronda la economía mundial, ganan terreno el proteccionismo, las barreras comerciales y el sentimiento antiinmigración, como escribe el economista Moisés Naím en un comentario para El País, en respuesta al ambiente de la cumbre de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales celebrada en Washington a finales de octubre.
“Durante mucho tiempo se dijo que los socios comerciales acabarían convirtiéndose en amigos. Hoy está claro que es más probable que los amigos se conviertan en socios comerciales”, escribe Aloysius Widmann en el diario vienés Die Presse. Desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, ha surgido una nueva geografía comercial: los flujos comerciales dentro de los bloques políticos aumentan mientras que el comercio entre bloques se reduce. Las empresas occidentales eligen cada vez más los productos más caros de sus aliados, frente a las gangas de los países de la órbita de Pekín o Moscú. Esta gran reconfiguración de las cadenas de suministro (denominada “friendshoring” o deslocalización a países aliados) puede resultar beneficiosa para las economías europeas, a pesar de las dificultades que presenta.
Según Luis Alberto Peralta, director del diario económico Cinco Días, España puede beneficiarse de la actual oleada de desglobalización, una tendencia avivada por una confluencia de factores como tensiones geopolíticas, la pandemia de la COVID-19, el aumento del proteccionismo, el sentimiento nacionalista y los avances tecnológicos. El país ya está cosechando los frutos de los esfuerzos de deslocalización de la industria textil y de la confección, impulsados por el deseo de minimizar la distancia entre la producción y el consumo y la mayor demanda de flexibilidad en el sector. Inditex, la empresa matriz del minorista de moda Zara, produce ahora la mitad de sus artículos en España y tres países vecinos.
Por otro lado, el gigante de los semiconductores Broadcom anunció el año pasado sus planes de invertir unos 920 millones de euros en una nueva fábrica de semiconductores en España, en consonancia con la estrategia más amplia de lograr autonomía en este sector crítico.
En un signo revelador de la cambiante dinámica global, Portugal, que tradicionalmente no es una potencia industrial, ha surgido como el destino más atractivo del mundo para las nuevas inversiones en el sector de la fabricación, según el índice de deslocalización de proximidad Savill’s Nearshoring Index 2024. The Portugal News informa de que el atractivo del país ibérico no reside en su patrimonio industrial, sino en sus activos modernos: independencia energética basada en energías renovables, estabilidad política, mano de obra cualificada, sólidas credenciales medioambientales y una posición estratégica entre Europa y América.
Italia también ve una oportunidad en el cambiante entorno comercial global. La posición estratégica en el Mediterráneo de la península en forma de bota demuestra ser crucial en dos frentes, como escribe Carlotta Scozzari en La Repubblica. Sirve tanto a las rutas tradicionales de contenedores Asia-Europa (donde la influencia china sigue siendo fuerte, como demuestra la participación de Pekín en puertos como Savona) como a las emergentes cadenas de suministro más cortas. La primera ministra Giorgia Meloni, de extrema derecha, pretende aprovechar esta ventaja geográfica a través de su estrategia mediterránea, con especial atención al peso económico de África en expansión. La pregunta es si Italia puede transformar su afortunada situación en una ventaja comercial duradera.
Mientras el brillo de la globalización se desvanece, Europa Central percibe una oportunidad. El economista Jaroslav Vybíral señala en Hospodářské noviny que, en medio de las frías relaciones entre EE. UU. y China y de un léxico cargado de conversaciones sobre aranceles, las empresas de Europa Occidental se están replanteando las cadenas de suministro. Las lecciones aprendidas en la pandemia con los suministros médicos han provocado una reevaluación más amplia sobre dónde ubicar la producción. Los inversores sopesan ahora la estabilidad normativa, las infraestructuras y la alineación política junto con métricas tradicionales como los costes de la mano de obra y energéticos. Hungría es un ejemplo de este nuevo cálculo: aunque su postura política atrae la inversión china (desde los coches BYD hasta las baterías de NIO), también echó por tierra los intentos húngaros de adquirir a la española Talgo, considerada demasiado arriesgada en el actual clima geopolítico.
“Somos la China de Europa. ¿Nos convertiremos también en Taiwán?” se pregunta Zbigniew Bartuś en Forsal.pl. La pregunta es un reflejo de la metamorfosis industrial de Polonia. El país, conocido antes como el taller de Europa por su destreza en la fabricación de todo tipo de productos, desde lavavajillas hasta piezas de automóvil, aspira a desempeñar una función más ambiciosa: convertirse en el centro neurálgico de los semiconductores del continente. Mientras las empresas mundiales se replantean las cadenas de suministro en medio de tensiones geopolíticas, Polonia se encuentra en el nexo de dos tendencias: la glocalización (la adaptación de productos globales a los mercados locales) y el nearshoring, es decir, la deslocalización de la producción más cerca de los mercados nacionales.
El espectacular aumento del interés por trasladarse a Europa (el 67 % de los inversores potenciales se plantea ahora la posibilidad de hacerlo, frente al 27 % en 2020) ha situado a Polonia en segundo lugar como destino preferido, solo por detrás de los mercados nacionales de las empresas. La planta de semiconductores de Intel cerca de Breslavia, valorada en 4600 millones de dólares, señala este cambio de la fabricación básica a la producción de alta tecnología. Pero la transformación de Polonia se enfrenta a vientos en contra, con presiones salariales, trámites burocráticos y una lenta transición ecológica que obstaculizan sus ambiciones. Lo más revelador es que el 60 % de las empresas locales siguen rezagadas en lo que respecta a los criterios ASG (medioambientales, sociales y de gobernanza) en un mercado cada vez más consciente de la sostenibilidad.
“La fase de la globalización que se centraba principalmente en China está llegando a su fin” comenta Alexander Börsch en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, que expone que esta evolución (junto a neologismos que hasta hace poco carecían de significado, como desglobalización, friendshoring, desacoplamiento y derisking) brinda una gran oportunidad gracias a la diversificación de la cadena de suministro, iniciando potencialmente una nueva y más compleja fase de globalización que integra nuevos mercados y países. Contrariamente a las afirmaciones de que la desglobalización empuja a las empresas a volver a casa, estas están trazando un rumbo diferente. Para potencias de la exportación como Alemania, la retirada no es una opción. En lugar de ello, las empresas alemanas están apostando por nuevos mercados y regiones, lo que podría dar paso a una fase más diversificada del comercio mundial.
Karl Haeusgen y Jeff Rathke, que escriben en el mismo diario, echan un jarro de agua fría al entusiasmo por el “friendshoring”, es decir, la reorientación de las cadenas de suministro hacia aliados políticos y económicos. Puesto que las democracias solo representan dos tercios del PIB mundial, una política comercial tan discriminatoria sería una receta para el autoempobrecimiento. Los autores abogan por un enfoque más matizado: restringir el comercio solo en los sectores más sensibles y con los verdaderos Estados delincuentes, manteniendo abiertos los mercados en el resto. Exponen que el objetivo debería ser mejorar la seguridad económica a través de asociaciones estratégicas, no rechazar absolutamente a los socios comerciales no democráticos.
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