Después de Toulouse

Publicado en 23 marzo 2012 a las 15:42

El drama en tres actos ha conmocionado a Europa. Primero, el asesinato de tres militares de origen norteafricano en Toulouse y luego en Montauban, al suroeste de Francia, sin que se tuviera la certeza de que los dos actos estuvieran relacionados. Luego el de tres niños y un adulto ante un colegio judío de Toulouse, y el temor a un “lobo solitario”, quizás neo-nazi, que atemoriza a la población. Por último, el largo asedio del domicilio del principal sospechoso y la revelación de que era un islamista de 23 años, un pequeño delincuente convertido en asesino fanático.

Si el recorrido asesino de Mohamed Merah ha tenido tanta repercusión es porque combina los elementos inherentes a nuestras sociedades modernas: la fascinación por el asesino en serie, el viejo espectro del antisemitismo y el nuevo de la islamofobia, la mediatización de los sucesos, la voluntad de controlar a la sociedad para impedir actos de terror, la búsqueda de referencias comunes entre las poblaciones de pura cepa y las surgidas de la emigración del último medio siglo y por supuesto, en plena campaña electoral, la utilización política de este tipo de acontecimientos.

Teniendo estos aspectos como referencia, a corto plazo, habrá que observar cómo va a continuar la campaña en Francia y a largo plazo, qué medidas se adoptarán. Porque la izquierda francesa ya está acusando a los servicios de inteligencia de no haber sido capaces de detener a Merah y el presidente Nicolas Sarkozy propone tipificar como delito la consulta de sitios web extremistas.

Al igual que Le Monde, normalmente comedido, los responsables políticos parecen estimar que el recorrido asesino de Merah plantea la pregunta de la amenaza terrorista y en particular la de Al Qaeda. Sin embargo, aún no hay pruebas de que el joven de Toulouse, a pesar de sus viajes a Afganistán y a Pakistán, formara parte de una célula terrorista organizada. Su trayectoria más bien demuestra la persistencia de una franja radicalizada de jóvenes musulmanes, nacidos en Europa pero en desacuerdo con la sociedad europea y que pasan a la acción por motivos aleatorios y por lo tanto difícilmente previsibles con seguridad.

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Por lo tanto, se vuelve a plantear la cuestión de lo que los británicos denominaron los “home grown terrorists” tras los atentados de Londres de 2005, y de los medios que deben aplicarse para impedir los actos terroristas alimentados por ciudadanos que a veces evolucionan fuera de los círculos terroristas clásicos.

La primera cuestión requiere un debate abierto, tolerante pero franco sobre cómo las sociedades europeas deben aceptar el islam, una religión que ocupa un lugar en Europa, rechazando al mismo tiempo los comportamientos extremistas que fomentan el recelo y el odio. Pero este debate debe incluir el reconocimiento de las desigualdades que sufren muchos de los descendientes de inmigrantes (y por lo tanto ciudadanos europeos) en el colegio y para acceder a un trabajo. También debe incluir la forma de luchar contra el racismo y la violencia de extrema derecha. Los valores europeos imponen que seamos intransigentes del mismo modo con lo que La Stampa denomina nuestras “pesadillas opuestas”.

La segunda cuestión requiere mantenerse alerta y coherente con respecto a las libertades individuales. Alerta porque la vigilancia de las comunicaciones y de la navegación por Internet no es más aceptable hoy que tras el 11 de septiembre. Coherente, porque no se puede defender por un lado las libertades individuales y por otro exigir la omnipotencia de los servicios de inteligencia.

El debate sobre la protección de los datos personales causa furor desde hace varios años entre ciertos Estados, sus sistemas judiciales, la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y las organizaciones de internautas y de defensa de los derechos humanos. No debe detenerse por una amenaza terrorista real pero vaga.

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