Estamos a mediados de agosto, el momento álgido del tráfico de inmigrantes en el Mediterráneo. Y aún así, no están llegando miles de africanos y asiáticos deshidratados a las costas de las Islas Canarias, del sur de España, de Sicilia y de otras islas italianas.
Es cierto que siguen llegando algunos. Hace dos semanas, 40 norteafricanos afligidos aumentaron la población del islote italiano de Linosa en casi un 10%. La organización benéfica y católica Cáritas afirmaba que la inmigración por vía marítima estaba aumentando. Pero las cifras de la Agencia de Seguridad Fronteriza de la Unión Europea, FRONTEX, demuestran que tan sólo llegaron 150 personas a Italia y Malta en el primer trimestre del año, en comparación con los 5.200 del mismo periodo el pasado año. Sólo cinco personas desembarcaron en las Islas Canarias en un periodo de tres meses hasta marzo, una cifra que ascendía a decenas de miles de africanos hace unos años. ¿Adónde han ido todos los inmigrantes?
En parte, la respuesta es que los gobiernos de Europa del Sur han aplicado diplomacia (y dinero) al problema. España ha establecido acuerdos con países del noroeste africano que han desplazado los puertos de salida de los inmigrantes hacia el sur, con lo que el trayecto hasta Canarias resulta más peligroso y costoso. Más polémica ha sido la iniciativa del gobierno de Silvio Berlusconi en Italia, que ha llegado a un entendimiento con los libios, por el que las patrullas italianas pueden devolver a los inmigrantes interceptados a Libia, donde quedan a merced de la policía del Coronel Gadafi antes de tener la oportunidad de pedir asilo.
Una mentira descarada
Sin embargo, el flujo hacia Europa no lo determina únicamente la eficacia de las medidas adoptadas para limitarlo. También influye el número de personas dispuestas a arriesgar sus vidas y sus ahorros en un intento de franquear las fronteras de la UE. Existen dos factores determinantes. El flujo de solicitantes de asilo depende en parte del nivel de inestabilidad en las áreas más conflictivas del mundo. Puesto que Somalia, Irak y los territorios palestinos han conocido peores años que 2009, puede que el acuerdo de Italia con Libia haya entrado en vigor justo cuando el volumen de inmigrantes que llegaban a la costa norteafricana estaba empezando a disminuir.
El otro factor es la crisis económica en Europa, cuyos efectos pueden notarse con más crudeza en España. En este país, la crisis económica podría incluso invertir la dirección de la inmigración. El número de residentes extranjeros disminuyó el segundo trimestre de este año en un 2%. El mayor descenso se registró entre los latinoamericanos, cuyo número se redujo en 100.000 personas.
Esto apunta a otra área de confusión o directamente de mendacidad. Los ecuatorianos y los colombianos de España no han llegado en pateras. Tampoco los filipinos ni los moldavos de Italia. La inmigración llegada por mar sirve de temática para el drama televisivo. Pero no representa la mayoría de llegadas.
Un cartel de la Liga Norte de Italia muestra un barco lleno de rostros negros y en él alardean “Hemos detenido la invasión”. Pero no es cierto. Las llegadas a Italia por mar tan sólo representaron una quinta parte de la cifra total estimada. Y la “invasión” puede que no se haya detenido, o al menos no del todo. La retirada de Estados Unidos de Irak, la recuperación en Europa y otra serie de condiciones podrían perfectamente volver a elevar el número de personas dispuestas a probar suerte.
El verdadero problema de la inmigración
Si la economía de Europa realmente prospera y cientos de miles de personas logran llegar hasta su territorio ¿realmente les importará a los gobiernos europeos? Quizás la distorsión más importante de todo el asunto es que les importa. Los gobiernos nacionales parecen pasar de la complacencia a la hostilidad en función del estado de la economía y las encuestas de opinión. En el contexto europeo, los Estados miembros nunca han acordado medidas para ayudar a países pequeños que actúan como puntos de entrada, como Malta.
Lo cierto es que Europa también necesita a los inmigrantes para contrarrestar su bajo índice de natalidad y para realizar los trabajos sucios que desprecian sus propios ciudadanos. Este verano, la agencia de empleo en Cataluña ofrecía trabajos para recoger fruta a 7.800 personas desempleadas. Aceptaron menos de 1.700. Y muchas de ellas eran de origen extranjero.