El tiro por la culata del canon danés

Hace cinco años, el gobierno danés realizó un listado de obras que pretendían definir la cultura nacional frente a la inmigración y la mundialización. Hoy, según constata la prensa, este canon cultural está un tanto olvidado.

Publicado en 27 enero 2011 a las 15:33

Desde enero de 2006, los daneses se han provisto de un canon. Un [canon cultural](http:// http://www.kulturkanon.dk/) establecido por un Gobierno liberal-conservador y destinado a afirmar y dar a conocer la herencia cultural nacional. Literatura, cine, música, teatro, arquitectura, diseño, bellas artes y arte infantil: diversas comisiones creadas por el ministro de Cultura de la época, Brian Mikkelsen, seleccionaron 108 obras, entre las cuales se encuentran La Sirenita, de las novelas cortas de Karen Blixen, la película Los idiotas de Lars von Trier, el Lego, los barcos vikingos e incluso el Pato Donald, que al parecer nació de la imaginación de un danés.

Tras haber lanzado el canon en forma de un libro en el que se describían todas estas obras, Brian Mikkelsen afirmó que esta iniciativa formaba parte de la lucha contra las tendencias antidemocráticas de algunos círculos de la inmigración musulmana.

Orgullosos de ser daneses

Cinco años más tarde, el intenso debate que acompañó esta operación ha caído en el olvido. “Si el lanzamiento del canon cultural ha tenido alguna importancia”, [señala Berlingske](http:// http://www.berlingske.dk/ledere/stolthed-og-fordom), “no ha sido por su contenido, sino por el hecho de que haya sido un Gobierno no socialista el que se haya atrevido a hacer aquello que, durante décadas, se había considerado de mal gusto: decir, alto y claro, que algunas cosas son mejores que otras; señalar que, aunque seamos una sociedad moderna en un mundo globalizado, tenemos muchos méritos como nación y, por consiguiente, el derecho de sentirnos orgullosos de ellos sin correr el riesgo de que se tache dicho sentimiento de chovinismo o romanticismo nacional”.

De hecho, constata el diario, “pensar en términos de canon ya no es tabú”. Sin embargo, hoy “puede ser que el canon cultural deje de leerse y utilizarse. En cualquier caso, resulta difícil medir sus efectos, pero se trataba de una oferta, no de una exigencia. Y, en la actualidad, simboliza esta nueva época en la que nos hemos atrevido una vez más a no avergonzarnos de nosotros y a aceptar nuevamente que existe una diferencia entre lo bueno y lo menos bueno”.

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“Que los ciudadanos del país tengan la posibilidad de estudiar las obras nacionales más relevantes no es ni nacionalista ni una obligación estatal, sino sentido común”, [considera, por su parte, Kristeligt Dagblad.](http:// http://www.kristeligt-dagblad.dk/kategori/79?authorid=210) El diario protestante añade que “en los cinco años que han pasado desde el lanzamiento del canon, la presión de la industria del ocio ha crecido, y las tendencias factor X [programa de televisión en el que personas anónimas pueden terminar convirtiéndose en estrellas] se han multiplicado. Para poder luchar contra esto, el canon no es la peor de las armas”.

A vueltas con la multiculturalidad

Afirmar esta “danesidad” cuando la inmigración suscita tensiones y el Gobierno sólo tiene mayoría en el Parlamento si cuenta con el apoyo de la extrema derecha, sigue siendo, no obstante, objeto de polémica. En Politiken, la cronista Rushy Rashid se dirige directamente a Brian Mikkelsen, en la actualidad ministro de Economía y Trabajo: “La lucha cultural y de valores que tratas de establecer con tu canon cultural no ha hecho sino agrandar las distancias [entre daneses y no daneses] e intensificar el clima de amenazas y enemigos en nuestra sociedad”.

“¿Por qué debatimos aún acerca de si somos o no una sociedad multicultural?, se pregunta la periodista. ¿Por qué no podemos constatarlo únicamente a través de nuestros actos?”. Para Rushy Rashid, Dinamarca debería seguir el ejemplo de Gran Bretaña, Suecia o Francia, cuyas gentes se sienten orgullosas de la novelista Zadie Smith, de madre jamaiquina, el novelista Jonas Hassen Khemiri, de padre tunecino, y la historietista de origen iraní, Marjane Satrapi.

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