Nicolas Sarkozy y Angela Merkel en Berlín, el 14 de junio de 2010.

En caso de divorcio, Europa paga el pato

El semanario Die Zeit expone que Angela Merkel y Nicolas Sarkozy no podrían haber elegido un peor momento para enemistarse. Y si los dos grandes actores principales europeos no logran entenderse, toda Europa corre el riesgo de perder su influencia en el mundo.

Publicado en 21 junio 2010 a las 14:11
Nicolas Sarkozy y Angela Merkel en Berlín, el 14 de junio de 2010.

La situación es cada vez más peligrosa. Mientras Europa pasa por una de las crisis más graves de su historia, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy siguen sin ponerse de acuerdo. Es difícil decir qué fue lo más penoso de su malogrado encuentro de hace dos semanas o del espectáculo que ofrecieron en la conferencia de prensa en Berlín el 14 de junio. Lo cierto es que el resentimiento no deja de aumentar por ambas partes.

Algo ha cambiado, aunque los expertos en la historia de la pareja franco-alemana repitan que París y Berlín siempre se pelean para luego reconciliarse y llevarse mejor. En realidad, durante los primeros decenios de la posguerra, siempre fue posible superar las disensiones sobre la moneda, la economía y Europa. La Guerra Fría obligó a los dos países a entenderse. En los años noventa, esta tensión dio paso a las incertidumbres del nuevo orden mundial. Alemania y Francia se miraban a los ojos como diciéndose: "¡no me dejes sola!".

Luego llegó la crisis, que puso de manifiesto las debilidades de los sistemas políticos en los que habían basado sus esperanzas el presidente y la canciller. La máquina de reformas de Sarkozy marca el paso y los socios de Merkel se devoran mutuamente dentro de la coalición del gobierno. Desde entonces, las cosas van de mal en peor. Si nadie actúa, la separación entre los dos países no dejará de aumentar.

Se habla del fin del euro

En Berlín, tienen la impresión de estar ante una conspiración en la que el director del Banco Central Europeo (BCE), el presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el director de la Organización Mundial del Comercio (OMC), todos franceses, son cómplices de Nicolas Sarkozy. Echan pestes contra el "Club Med", formado por Grecia, España, Italia y Francia, que se perdonan mutuamente sus pecados financieros. Pero el objetivo preferido de las críticas sigue siendo este ocupante del Elíseo tan singular y diferente a nosotros. Así se emponzoñan las relaciones entre los dos países. Ante esta situación, no sólo se pierde lo que se había logrado, como los fundamentos simbólicos creados por Charles de Gaulle y Konrad Adenauer y que reforzaron tanto Giscard d’Estaing y Helmut Schmidt como François Mitterrand y Helmut Kohl, sino que también desaparece el futuro.

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También afecta a las obras europeas, es decir, a las políticas de seguridad, energéticas y climáticas. A continuación, se empieza a hablar del fin del euro. No nos engañemos: estas ideas podrían extenderse rápidamente a la mayoría de la opinión pública, sobre todo en Francia. A este ritmo, en breve dos grandes potencias dominarán el mundo: Estados Unidos y China. Europa podrá mandar a paseo su modelo social, su soft power y todo lo que puede ofrecer al mundo. Es posible incluso que se divida en dos: por un lado, el norte y por otro, el sur.

Francia y Alemania, ¿por fin de acuerdo?

Alemania seguiría siendo un peso pesado del continente, pero retrocedería algunos puestos en el ámbito internacional. Por su parte, Francia, privada de Europa, tendría que abrirse a la globalización y se encontraría amenazada de inmediato por la "enanización".

¿Realmente estos dos países han olvidado lo que son? Juntos, producen casi la mitad de la riqueza de la Unión Europea, representan un tercio de la población de la UE y constituyen un 31% de los votos en el Consejo Europeo. A los dos jefes de gobierno se les debe exigir como mínimo que retomen su situación interior y que hagan un llamamiento al orden en Europa. Nos gustaría oírles decir que "basta ya de broncas y de comunicados comunes a la prensa, al presidente de la Comisión, al del Consejo Europeo o a los jefes de Estado del G20. Volvamos a ocuparnos de la política con seriedad".

París y Berlín podrían por ejemplo empezar a ponerse de acuerdo para que, tras treinta años de dejadez, Francia ponga orden en sus finanzas y Alemania vuelva a centrarse en su demanda interior, aunque sea algo que cueste a ambos países. Y luego, podrían proponerse no volver a actuar por su cuenta en ningún ámbito.

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