Muchos refugiados no sabían qué esperar de su país vecino. Es cierto que compartimos algunas páginas de historia, pero no habíamos leído mucho sobre el otro en el pasado reciente. Unos 80 000 refugiados (de los más de 770.000 que buscaron refugio en Rumanía) se han encontrado con las puertas abiertas de los rumanos. Sin embargo, agradeceríamos más ayuda oficial.

Según la Inspección General de Inmigración de Rumanía, menos de 5.000 ucranianos que cruzaron la frontera en los últimos dos meses han obtenido el estatus oficial de refugiado. Muchos no quieren solicitarlo. "No penséis que los ucranianos confían en las autoridades más que nosotros'', explica Elena Calistru, presidenta de Funky Citizens, una ONG que participa en iniciativas cívicas en Rumanía y que ahora se dedica a organizar el transporte de ayuda humanitaria para Ucrania.
Generar confianza no es fácil cuando no hay hechos en los que apoyarse. Y cuando se trata de ayuda oficial, "las cosas están bastante mal. Lo que difiere esta crisis de refugiados de otras, es que ahora la mayoría de ellos están viviendo en casas privadas. Es muy difícil contactar con ellos, incluso para las autoridades", cuenta Elena Calistru.
El mes pasado el gobierno rumano prometió ayudas financieras a cada refugiado, que proporcionarán a través de las autoridades locales, después de haber recibido las solicitudes de los anfitriones. Sin embargo, ningún anfitrión o refugiado ha recibido nada todavía. El departamento nacional para las situaciones de emergencia es el responsable de distribuir los 70 RON (14 euros) diarios (20 para comer, y 50 para el alojamiento). "El dinero llegará la semana que viene", afirma el oficial de prensa del departamento en Cluj-Napoca, la ciudad más cara de Rumanía. A pesar de la incertidumbre reinante, la solidaridad sigue.

Es una bonita tarde de primavera y comienza el juego de la espera en la centralita de la organización "Medical International Rescue Association" situada en Cluj-Napoca. Cluj-Napoca es la segunda ciudad más grande del país, y por donde miles de refugiados han pasado en los últimos dos meses. La asociación, (normalmente, un servicio de ambulancias privado) tiene una línea directa para refugiados. Hoy, Ion y Mihaela se encargan de contestar al teléfono. Ion es un estudiante de ingeniería de Moldavia que se encarga de traducir, Mihaela es paramédica.
Mientras Mihaela escucha una conversación con una familia que llegará a Cluj-Napoca esa misma noche, empieza a llorar. "Una pareja quiere dejar a una señora mayor en Rumanía y seguir hasta Francia sin ella. Han dicho que está muy enferma para seguir viajando," cuenta Mihaela. En lo que respecta al peso que tienen las conversaciones entre refugiados y voluntarios, los traductores están entre los más afectados porque se enteran de casi todas las historias. "Recuerdo una madre con dos hijos que solo tenía doscientos dólares. No sabía adónde ir. No supe qué decir", cuenta Ion.
Andrei Bonțidean, el director de la asociación, es paramédico desde hace diez años. Lo encontramos en su oficina, cansado, y conversamos sobre su motivación para seguir ayudando después de dos años sin tomarse un descanso del trabajo; trabajó todos los días durante la pandemia. "Creo que lo mejor de esta experiencia es que hemos empezado a sentir de nuevo. Nosotros, los profesionales sanitarios, tenemos un problema: ya no sentimos nada. Esta misión nos ha hecho humanos de nuevo", cuenta Andrei Bonțidean.
Victoria se ofrece como traductora entre refugiados y voluntarios en la estación de tren. Originaria de Transnistria, una región separatista de la República de Moldavia, estudia piano en Rumanía. Durante las primeras semanas de guerra se sentía impotente. Algunos parientes lejanos están en Ucrania, cerca de Kiev. Para deshacerse del sentimiento, condujo a la frontera y presenció la desesperación de miles de refugiados. También había cientos de rumanos dispuestos a ayudar, pero que necesitaban a Victoria para entender cómo hacerlo.

Victoria volvió a su universidad un domingo por la mañana y quería dormir, pero el teléfono empezó a sonar: unos refugiados que conoció en la frontera necesitaban ayuda en la ciudad. Desde entonces, es una de las voluntarias en la estación de tren de Cluj-Napoca, pero no más de tres días a la semana. "Me temo que no puedo hacerlo más a menudo por el peso emocional, me cuentan su historia y empiezan a llorar", cuenta Victoria.
Rumanía y Ucrania tienen muchas cosas en común: desde los trajes tradicionales o la comida hasta la historia que conecta a los dos pueblos. Pero también tienen algo que los diferencia: el idioma. A principios de marzo de 2022 "The Grammar School", un proyecto educativo para hacer la gramática más accesible para estudiantes y jóvenes en Rumanía, tuvo una idea. Corina Popa, la fundadora del proyecto, decidió enseñar rumano gratis a los ucranianos que quisieran aprender. No sabía cuántos podrían estar interesados, y se sorprendió de ver a 700 personas intentando asistir a la primera clase por Zoom. "Había incluso una mesa con diez personas asistiendo con un mismo teléfono. Niños, gente mayor y jóvenes escuchando atentamente", cuenta Corina.
En el tercer sábado de los cursos de rumano, la mayoría de los participantes son mujeres jóvenes. La lección incluye dos preguntas en rumano: "¿Dónde estás ahora?" y "¿De dónde vienes?" Aunque no sean más que unas pocas palabras, las respuestas revelan mucho. Dos participantes llaman desde Chisináu, Moldavia, donde también se habla rumano. El resto participa desde ciudades de toda Rumanía. "Vives en el Sector 3, como yo", dice la profesora a una de las participantes que ahora llama a Bucarest su casa.
Una carcajada rompe la seriedad de la clase cuando la profesora explica cómo contestar si nos preguntan "¿qué tal?" en rumano: foarte bine (muy bien), bine (bien) y așa și-așa (así así). Așa și-așa es lo que causa la risa. Más voces se unen para repetir la frase y las risas se contagian. Nadie explica por qué, pero se siente. Es la respuesta que muchos van a dar, en voz baja, mientras omiten como se están realmente: fatal.
Los refugiados ucranianos en Rumanía se alojan principalmente en la capital, en grandes ciudades o cerca de la frontera. El campo no es la primera opción para aquellos que buscan una cierta independencia. Aunque hay excepciones.
Unos cálidos rayos de sol caen sobre Tatiana mientras un caballo la rodea en las suaves colinas de Transilvania. El viento aparta su bufanda multicolor y revela una chaqueta militar con la bandera ucraniana pegada con velcro en la manga. "Echo de menos el campo ucraniano", cuenta. Tatiana y su amiga Olga viajaron durante cuatro días desde Odesa con cinco caballos y un poni y pararon en la República de Moldavia cuando uno de los animales enfermó.

"Claro que queremos volver a casa". Las mujeres dirigían una escuela de equitación en Odesa, pero se vieron obligadas a buscar refugio en el campo de Ucrania, lejos de los bombardeos rusos.
Ahora su casa se encuentra en un pueblo en el centro de Rumanía. Iulian Docea, quien trabaja sin descanso para reconstruir Rachis, el pueblo abandonado de sus abuelos, les ofreció alojamiento allí. El empresario, radicado en Cluj, está renovando 14 casas desde 2008 en el pueblo. No tenía pensado crear un oasis de seguridad para gente con traumas, pero se ha convertido en uno.
"La ayuda que proporcionamos proviene de la comunidad, no de las instituciones", afirma Daniel David, profesor de psicología y rector de la Universidad Babeș-Bolyai de Cluj-Napoca. "Estamos trabajando con afán, y principalmente exploramos nuestras redes existentes".
"Somos conscientes de que la organización y la disciplina no son exactamente una costumbre de nuestra sociedad ni de nuestras instituciones", admite David. "Rumanía nunca ha tenido instituciones fuertes. Así que la gente tiene que tomar las riendas. Pero cuando no hay organización, no saben cuándo dar un paso atrás y dejar que otro se ocupe. Les consume el agotamiento, el estrés y la frustración".
