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Hace falta una tercera vía para Europa

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Si bien el método intergubernamental institucionalizado por el Tratado de Maastricht no permite superar las divisiones que reinan entre los Estados miembros, la solución del federalismo radical que algunos proponen es aún menos viable. Para llegar a un equilibrio se impone el compromiso.

Publicado en 4 septiembre 2013

Se ha tomado por lo general conciencia de ello: la Unión Europea ha fracasado en su cita con el porvenir. A una crisis económica de magnitud inusitada, los dirigentes políticos de la Unión responden de un modo técnico, rayano, cada vez más, en el esoterismo. Nunca jamás habían sido tan fuertes las divisiones entre los ciudadanos europeos (entre los del Norte y los del Sur, pero también, dentro de los Estados miembros, entre quienes sufren las consecuencias de la crisis y quienes, por el contrario, se benefician de ella). Sin embargo, los dirigentes políticos se obstinan en perseguir sus objetivos a corto plazo.

Mientras aumenta el desempleo, las desigualdades crecen y Europa cuenta cada vez menos en el escenario internacional, el futuro de la Unión Europea depende de los resultados de tal o cual elección nacional. [[En vez de recuperar el sentido político de la integración, los gobernantes siguen echándose las culpas los unos a los otros]].

En el Sur, el sentimiento que prevalece hoy es que Europa vive como le marca Alemania; en el Norte, que Europa está demasiado condicionada por los países del Sur. En un artículo publicado hace unos días, el ministro alemán de Economía [Wolfgang Schäuble] recordaba que el BCE, la Comisión Europea, la OCDE y el FMI "[estaban] dirigidos respectivamente por un italiano, un portugués, un mexicano y una francesa". Es el tipo de debate que está minando a la Unión Europea. Hay que ponerle fin y volver a los fundamentos: ¿qué Unión necesitamos?

Hasta el momento, la respuesta ha sido sobre todo: la unión intergubernamental institucionalizada por el Tratado de Lisboa en materia de política económica y monetaria. Tal unión es el fruto del compromiso alcanzado en Maastricht en 1992, según el cual se podían transferir a Bruselas las áreas que afectan de cerca a la soberanía nacional (como las políticas económica y presupuestaria) con la condición, eso sí, de que se encargasen de ellas colegiadamente los Gobiernos nacionales.

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Una estructura tecnocrática compleja

Lo cierto es que una unión intergubernamental acentúa la influencia de algunos (los países mayores y económicamente fuertes) y redimensiona la de otros (los países menores y económicamente débiles). Para oscurecer esta realidad contundente, la unión intergubernamental ha terminado por engendrar, a fin de administrar la zona euro, una estructura tecnocrática compleja que no hace sino alejar la gestión y prevención de las crisis de los intereses y peticiones de los ciudadanos. Asombra que un responsable político de la categoría de Wolfgang Schäuble parezca tan poco consciente de que la unión intergubernamental no tiene ningún futuro.

Pero las dificultades a las que hemos de enfrentarnos derivan igualmente de las debilidades de la otra solución propuesta, según la cual la Europa que necesitamos es un Estado federal en su forma tradicional, articulado alrededor del Parlamento Europeo y donde se supone que la Comisión Europea se convertiría en la expresión de la mayoría política que hubiese en aquél. Y, de hecho, los grandes partidos se dedican ya a preparar sus candidatos a la presidencia de la Comisión Europea, en vista de las elecciones venideras (en 2014) al Parlamento Europeo. Si la unión intergubernamental ha limitado el circuito de las decisiones a la relación entre el Consejo Europeo (los jefes de Estado y de Gobierno) y el Consejo (de sus ministros), la unión parlamentaria pretende limitarlo a la relación entre el Parlamento Europeo y la Comisión Europea.

En la primera perspectiva, a los ciudadanos se les olvida por el camino; en la segunda, a los Estados es a los que se les quiere dejar en la cuneta. Sin embargo, una Unión de 28 donde los Estados miembros presentan profundas disparidades geográficas, culturales y lingüísticas aparte de las económicas y políticas, ¿puede tomar la forma de un Estado parlamentario?

[[Europa le debe el fracaso de su cita con el porvenir a la debilidad de las dos estrategias de integración]]. No se puede elegir entre la tecnocracia y la utopía. Conviene partir de nuevo de los hechos para redefinir una estrategia de integración capaz de generar un equilibrio más satisfactorio entre los intereses de los Estados y los de los ciudadanos. Europa necesita responsables políticos que vayan más allá de esas dos estrategias y sean conscientes de que una unión intergubernamental nunca será una unión política, pero también de que una unión federal no es lo mismo que un Estado federal.

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