Entrevista Eurowhiteness

Hans Kundnani: “Una Europa poderosa no tiene por qué ser una gran civilización”

A lo largo de la pasada década, Europa ha comenzado a verse a sí misma como una civilización amenazada por influencias externas. Este giro en materia de civilización, alentado por sucesos tales como la anexión de Crimea en 2014 y la crisis de los refugiados en 2015, está impulsado por una noción específica de la identidad europea, razona Hans Kundnani en su libro Eurowhiteness: Culture, Empire and Race in the European Project.

Publicado en 2 julio 2024 a las 17:46
Hans Kundnani Voxeurop

Hans Kundnani es miembro asociado del Programa Europa en el Real Instituto de Asuntos Internacionales (Chatham House) de Londres y miembro visitante del Instituto Remarque de la Universidad de Nueva York. Es autor de Utopia Or Auschwitz: Germany's 1968 Generation and the Holocaust [Utopía o Auschwitz. La generación alemana de 1968 y el Holocausto], The Paradox of German Power [La paradoja del poder alemán] y Eurowhiteness: Culture, Empire and Race in the European Project  [Euroblanclura: cultura, imperio y raza en el proyecto europeo].

Green European Journal: En su libro Eurowhiteness, analiza el giro civilizacional de Europa. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Cuándo empezó y cuándo se hizo evidente?

Hans Kundnani: No está del todo claro cuándo empezó. Puede que incluso ahora no sea aparente, al menos para muchísimas personas. Empecé a cavilar acerca del giro civilizacional allá por 2020 y 2021. Pero, echando la vista atrás, el punto crítico se dio con la crisis de los refugiados en 2015. En las dos décadas transcurridas entre el final de la Guerra Fría y 2010, la UE se ha mantenido en un modo expansivo y ofensivo. Era optimista y tenía sus miras puestas en el exterior, imaginando un mundo que casi se podría rehacer a su imagen y semejanza.

La frase que mejor capta esto es el título de un libro de Mark Leonard del Consejo Europeo para Relaciones Exteriores, Why Europe Will Run the 21st Century[Por qué Europa va a dirigir el siglo XXI]. Este período arrogante y optimista llegó a su fin con la crisis de la Eurozona, la Primavera Árabe en 2011 y luego la anexión rusa de Crimea en 2014. Europa comienza a verse a sí misma a la defensiva.

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Así pues, el cambio ya se produjo en la primera mitad de la década de 2010, pero luego, con la crisis de refugiados de 2015, esta actitud defensiva cobra una forma diferente. La UE no sólo se ve rodeada de amenazas sino que, después de 2015, también las percibe en términos de civilización.

Ese es el giro civilizacional, cuando las amenazas ya no se ven de manera ideológica, geopolítica o realista, sino en el contexto de un "choque de civilizaciones" Huntingtoniano (donde los conflictos se producen entre bloques civilizacionales unidos por la cultura), como amenazas contra una civilización europea que debe ser protegida.

Argumenta en su libro que la “Euroblancura” es lo que subyace en este giro. ¿Qué es la Euroblancura y de dónde procede este término? 

Tomé prestado este término de un sociólogo, József Böröcz. Lo usa de una forma muy particular para analizar la jerarquía interna dentro de lo que él denomina la “estructura de la blancura”. Diferencia, a grandes rasgos, a los europeos occidentales de los europeos centrales y orientales y meridionales, que aspiran a ser completamente blancos. Yo lo uso de una manera algo diferente.

Para mí, la euroblancura es una idea étnica/cultural de Europa. Mi razonamiento es que hay unas corrientes de ideas étnicas/culturales y cívicas de Europa que se remontan, al menos, hasta la Ilustración. En particular, hablo de la euroblancura para dar a entender que Europa y la blancura tienen algo que ver la una con la otra, la cual no deja de ser evidente cuando uno se pone a pensar en ello, aunque sea algo de lo que la gente prefiere no hablar. La idea de una identidad europea posterior a la guerra, centrada en la UE, es aquella que muchos proeuropeos quieren creer que no tiene nada que ver con la blancura. Pero yo argumento que la versión étnica/cultural de la identidad europea persistió después de la Segunda Guerra Mundial, e influyó e informó la integración europea en sí misma.

¿En cuál de las actuales políticas de la UE ve usted el giro civilizacional? 

En la política de migración es donde resulta más visible. Desde 2015, Europa ha estado efectivamente levantando un muro en el Mediterráneo. En otras palabras, no es tan diferente de la política que Trump aplicó mientras fue presidente de EE. UU., excepto que en vez de una frontera terrestre con México, aquí se trata de una frontera marítima con el norte de África. La organización Human Rights Watch [Observatorio de Derechos Humanos] manifiesta que la política de migración de la UE se puede resumir en tres palabras: “Dejad que mueran”. Desde 2014, [casi 30 000 personas han muerto o desaparecido] en el Mediterráneo. Más de [3000] en 2023. El Mediterráneo es la frontera más mortífera de todo el mundo.

Desde que Ursula von der Leyen fue nombrada presidenta de la Comisión Europea en 2019, ha habido un Comisario Europeo para “promover nuestra forma de vida europea”. En su origen se trataba de “proteger nuestra forma de vida europea”. Existía en el Parlamento Europeo un estúpido debate en torno a ese verbo, pero el auténtico problema no está en el verbo, sino en la frase “nuestra forma de vida europea”. El cometido del Comisario para Promover nuestra Forma de Vida Europea es, al menos en parte, mantener a los inmigrantes fuera. Muy explícitamente afirma que la migración no es solamente un problema de política muy difícil de gestionar, sino una amenaza para la forma de vida europea. 

Esta forma de hablar de la civilización también se está infiltrando en la política exterior europea. La extrema derecha tiende a dar la tabarra a cuenta de la amenaza que la migración representa para la civilización europea, pero el centro derecha cada vez usa más el mismo lenguaje para analizar la política exterior europea. En todos los debates relativos a la soberanía europea, la autonomía estratégica y la Europa geopolítica, subyace este sustancial sentido de que Europa necesita defenderse de las amenazas que percibe en términos civilizacionales. […] Mi temor es que la extrema derecha y los centristas piensan cada vez más de la misma manera.

Las discusiones sobre razas nos retrotraen al colonialismo. En las décadas inmediatamente siguientes a la Segunda Guerra Mundial, los Estados fundadores de la UE eran, todos ellos, imperios europeos blancos que se asociaron al ver que estaban perdiendo sus colonias. ¿Por qué se olvida tan frecuentemente la parte postimperial de la historia de los orígenes de la UE?

Hay una respuesta empática y otra más cínica. Permítame empezar por la respuesta cínica. La UE ha creado su propia mitología parcialmente como una estrategia consciente de lo que yo denomino “construcción regional”, que es análogo a la creación nacional en el siglo XIX. El mito tiende a ser un relato reconfortante y positivo acerca de la historia, pero que pasa por alto algunas de sus realidades. Después de que las historias colonialistas de Francia o los Países Bajos llegaran a su final, ambos países las lanzaron a un “agujero negro de la memoria”, tal como lo expone el historiador Tony Judt. Siguieron adelante y trataron de olvidar aun dolorosa y difícil historia de humillación. El colonialismo era algo de lo que sencillamente querían alejarse.

Pero tengo una interpretación algo diferente y menos cínica de la razón por la que se va olvidando. Desde la década de 1960 en adelante, el Holocausto empezó a ser un recuerdo colectivo crucial dentro de la UE y para los proeuropeos. Tony Judt escribe que el reconocimiento del Holocausto es “nuestro billete de entrada a Europa contemporáneo”. La desconexión entre el recuerdo del Holocausto y el olvido del colonialismo es sorprendente y me atrevo a pensar que hay una dimensión estructural en esa desconexión.

El Holocausto y la Segunda Guerra Mundial encajan muy bien en el relato existente de la UE como proyecto de paz. Esto es lo que los proeuropeos cuentan acerca de lo que ha hecho la UE, desde el plan de Schuman para pasar por alto los siglos de conflicto entre Francia y Alemania que culminaron en la Segunda Guerra Mundial. Lo que ese relato hace es alentar a los europeos a pensar en sus historias casi exclusivamente en relación de unos respecto a los otros. Es la historia de Europa como una historia interna de la forma en que los países europeos interactúan unos con otros, olvidándose completamente del resto del mundo. También se han borrado de un plumazo las lecciones externas de la historia europea, lo que los europeos hicieron en el resto del mundo, pero también a la inversa la influencia que el resto del mundo tuvo en Europa, en particular África y Oriente Medio.

Pensar en la historia de Europa como un sistema cerrado agrupa a los europeos. Les permite pensar en sí mismos como una “comunidad de destino”. Pero cuando se empieza a incluir la historia del colonialismo europeo, se produce un efecto casi contrario. Empieza a separar a los europeos. Por ejemplo, Francia tiene que pensar en su historia en Argelia, África Occidental y Central e Indochina [hoy en día Camboya, Laos y Vietnam]. Si uno empezara a pensar en su historia como parte integrante de una comunidad con un destino diferente, la de sus antiguas colonias, uno se sentiría responsable ante ellas. […] Interesarse por la historia del colonialismo alentará a los europeos a pensar en términos de comunidades de destino alternativas.

¿Piensa usted que la respuesta a la invasión a gran escala que Rusia ha perpetrado contra Ucrania también se ha producido en términos civilizacionales?

Creo que está bastante claro que la guerra se ha enmarcado de una forma totalmente civilizacional. El contraste entre la forma en que se trata a los refugiados ucranianos y a los refugiados de otras partes del mundo es muy chocante. Al inicio de la guerra, von der Leyen dijo “Ucrania nos pertenece”. Ese lenguaje nunca se usó respecto a Argelia, Marruecos o Siria. También creo que Rusia está siendo interpretada como una “alteridad” civilizacional contra la que se define Europa, y hay mucho que decir a propósito de esa idea.

No obstante, hay otras formas de observar la guerra: de una forma realista o incluso una forma ideológica, neoconservadora; esto es, como parte de una confrontación global entre la democracia y el autoritarismo.

¿Se puede establecer una separación entre, por ejemplo, el apoyo a la soberanía europea y los discursos excluyentes? ¿No se puede apoyar la autonomía estratégica europea y tal vez incluso un ejército europeo sin caer en la defensa de unas políticas fronterizas racistas? 

Hay, cuando menos, dos formas alternativas de pensar en una Europa geopolítica, y puede que haya otras, como no. La primera es muy realista. En un mundo de enorme competición por el poder, Europa también necesita ser una gran potencia continental junto con China, Estados Unidos, Rusia, etc. Puede resultar difícil para los proeuropeos pensar de esa manera porque les exige abandonar el elevado plano moral, el de la superioridad moral pro-europea, por así decirlo. Pero no hay nada malo en ese encuadre realista.

También existe un marco ideológico libre de connotaciones étnicas, religiosas o civilizacionales. Esta es una forma de pensar respecto a la lucha global entre autoritarismo y democracia, por la que se inclinan los partidarios de las líneas más duras en el Reino Unido y Estados Unidos. No estoy de acuerdo con esa lectura, pero al menos el elemento civilizacional no está presente. Una Europa poderosa con una política exterior europea coherente y eficaz no tiene por qué ser una gran civilización.

👉 Artículo completo en Green European Journal 

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