"El nuevo arte de vivir"- con vistas al propio coche. Detalle del folleto del promotor alemán Karl-Linke-Höfe.

Hogar, dulce hogar (sin pobres)

Vivir tras puertas de seguridad, en un entorno cómodo e idealizado: esta tendencia que ha llegado de África y del continente americano se desarrolla en Europa, en particular en Alemania. Pero no es del agrado de todos.

Publicado en 1 diciembre 2010 a las 12:16
Carloft  | "El nuevo arte de vivir"- con vistas al propio coche. Detalle del folleto del promotor alemán Karl-Linke-Höfe.

Son pocos los transeúntes que reparan en la placa situada debajo del puente de Glienicke en la que se puede leer: "Aquí, Alemania y Europa vivieron separadas hasta las 18 horas del 10 de noviembre de 1989". Veintiún años y dieciséis horas después, nos encontramos ante una barrera eléctrica, a unos cientos de metros de esta placa, delante del número 74-77a de la calle Berliner Strasse.

Hay un interfono, pero no hay ningún nombre encima. Sobre un botón se encuentra grabada la palabra: LLAMADA. Pulsamos el botón. Se activa una cámara y se presenta un vigilante. En el momento en el que encuentra nuestro nombre en su lista de visitantes, la puerta se abre con un ligero zumbido. Entramos en Arkadien, la primera comunidad cerrada de Alemania, la jaula dorada de Potsdam en el barrio de Glienicker Horn.

En el centro de la ciudad pero aislado

Veintiún años después de la caída del muro, se erigen nuevas barreras en Alemania. Estas barreras ya no separan el Este del Oeste, sino a los pudientes de los menos pudientes. Desde Potsdam a Berlín, pasando por Francfort y Leipzig, proliferan las comunidades con puertas cerradas en barrios vigilados. Así la gente vive en el centro de la ciudad, pero de forma separada.

Este tipo de residencias coquetas, rodeadas de vallas y de barreras, vigiladas las 24 horas del día por detectores de movimiento y guardas de seguridad ya las vimos anteriormente en ciudades como Los Ángeles, Sao Paulo o Moscú. Ahora, la tendencia del hábitat protegido desembarca en Alemania.

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Los yates se deslizan a lo largo del Havel, en la orilla, una mamá pato se pasea con sus crías, mientras el sol otoñal envuelve el castillo de Babelsberg con una luz rosada.

Desde la terraza de su ático de 270 metros cuadrados, Uwe Peter Braun permanece en silencio. Ante esta vista, sabe que no hace falta ni hablar. "Lo único que falta son las montañas", comenta con una sonrisa este empresario. "Vamos con frecuencia a Merano [en el Tirol del Sur]. Y queremos tener la seguridad de que todo estará en orden al regresar", añade su mujer, Andrea.

En el hogar de los Braun, podemos ver dibujos de Picasso en las paredes y un escritorio de 1743 en el salón. "Me siento a menudo aquí para escuchar música clásica y pensar en nuevas patentes", explica Uwe Peter, responsable con su mujer de una empresa de redes de innovación. Por la noche, los pilotos rojos de los detectores de movimiento y de las cámaras infrarrojas les aportan tranquilidad.

"En Latinoamérica y en Estados Unidos, las residencias vigiladas son parte del paisaje desde hace tiempo. Aquí ahora también, porque la pobreza se intensifica y aumenta la inseguridad, por eso es importante protegerse", explica Uwe Peter Braun. A los Braun les cuesta cara la protección: 1.300 euros al mes. "He vivido con menos gastos", comenta Braun, pero no le supone un problema.

Bloques al lado de comunidades cerradas

El profesor Georg Glasze estudia el fenómeno de las residencias vigiladas en el mundo. Este investigador del Instituto Geográfico de Erlangen también ha observado un gran aumento del número de residencias cerradas y con videovigilancia en Polonia, sobre todo en Varsovia, donde los bloques de pisos se encuentran contiguos a las comunidades cerradas.

Las residencias vigiladas dividen las ciudades, relegando a los estratos más desfavorecidos de la población a la periferia, explica Glaze. Pero en ciertos barrios, las clases más desfavorecidas de la población prefieren claramente no mezclarse.

Achim Anscheidt se lo ha pensado mucho antes de acceder a hablar con un periodista. Es sábado y discute con su mujer y un arquitecto qué tipo de azulejo van a poner en el cuarto de baño de su loft. Este edificio nuevo, con grandes ventanales, se ha bautizado como Carloft. Ha sido portada de diferentes periódicos y ha demostrado que no todo el mundo es bienvenido en el barrio berlinés de Kreuzberg.

"Bienvenido a la ciudad de los ricos"

En la calle Reichenberger Strasse, el aire está cargado de emanaciones de carbón. Aquí, no todos lo inquilinos tienen calefacción central. Al final de la calle se encuentra una biblioteca antifascista y unas banderolas sujetas a la fachada de un edificio denuncian el aumento del precio de los alquileres. El edificio Carloft no pasa desapercibido en este entorno. A los que viven en él no les preocupa el aumento de los precios del alquiler y mucho menos la falta de aparcamiento en el barrio. Les basta entrar con su coche en un ascensor que da a la calle y con sólo pulsar un botón, acceden en unos segundos al piso de su apartamento y aparcan a dos pasos de su salón.

Lo de los coches en el balcón suscita opiniones diversas. A algunos les gusta la idea. Una cosa es segura y Achim Anscheidt lo explica: "Es sorprendente ver con qué intolerancia ha acogido este concepto un barrio que presume de ser abierto como Kreuzberg". Cuando los propietarios quisieron celebrar el final de las obras, lanzaron sobre su fachada blanca bombas de pintura, quemaron contenedores y una serie de manifestantes invitaron a estos "ricachones canallas" a "pirarse". "Es el eterno debate en Alemania. Desde que se pronuncia la palabra 'vigilante', se cataloga como una vivienda elitista. Por desgracia debo decir que es algo típicamente alemán".

O quizás sea algo típicamente berlinés.

En el barrio de Friedrichshain, otras nuevas formas de vivienda se han encontrado con la misma oposición. Hace ya dos años que 60 familias viven en las residencias privadas del barrio de Prenzlauer Gärten, junto al parque Volkspark Friedrichshain. Aunque hay una verja eléctrica y una caseta de vigilancia, los habitantes acordaron rápidamente dejar siempre la barrera abierta y no contratar a un vigilante.

Y sin embargo, "a veces nos levantamos por la mañana y nos encontramos con graffitis que dicen ‘fuck yuppies’ o ‘bienvenidos a la ciudad de los ricos", explica una joven madre de familia, originaria de Munich. "Allí", comenta, nunca tuvo que enfrentarse "a tanta intolerancia".

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