Manifestantes disfrazados de nazis, durante la visita de Angela Merkel a Atenas el 9 de octubre de 2012.

La culpa es siempre del otro

La visita de Angela Merkel a Atenas el 9 octubre dio lugar a una serie de manifestaciones en las que se caracterizó a la canciller como Hitler. Un periodista francés expone que se trata de excesos que rozan la estupidez y que impiden a los griegos asumir su propia responsabilidad.

Publicado en 10 octubre 2012
Γκάελ /Flickr  | Manifestantes disfrazados de nazis, durante la visita de Angela Merkel a Atenas el 9 de octubre de 2012.

Alrededor de 25.000 griegos se manifestaron contra la visita de la canciller Angela Merkel a Atenas, la primera desde el inicio de la crisis de la eurozona. Para estos manifestantes no cabe duda: la responsable de su situación dramática es Alemania, ese nuevo Reich acusado de desangrar a su país. Los manifestantes agitaron banderas nazis e incluso algunos llevaron los uniformes de la Wehrmacht.

Esta manifestación, que no es la primera desde el estallido de la crisis griega (a Merkel la han caricaturizado a menudo como Hitler), es interesante porque revela una mentalidad muy concreta. Porque por mucho que busquemos en los demás países con dificultades financieras, ya sea en Portugal, Irlanda, España, Italia o Chipre, no encontramos en ningún lugar estas manifestaciones de germanofobia delirantes.

Los griegos tienen que pagar la cuenta

Es lo que distingue radicalmente a Grecia de sus socios: parte de población, sin duda animada por sus políticos, prefiere echar la culpa de sus problemas al extranjero en lugar de cuestionar su propio comportamiento. Es cierto que la expresión "chivo expiatorio" procede del griego antiguo "chivo de Azazel". Y así, en la primavera de 2010, el viceprimer ministro griego, el socialista Theodoros Pangalos, recordó que Alemania nunca llegó a pagar sus deudas de guerra tras la ocupación nazi en el país. El diciembre del mismo año, el secretario de Estado de Finanzas, Filippos Sahinidis, cifró la deuda alemana con respecto a su país en 162.000 millones de euros. En resumen, que Alemania debe pagar para ayudar a Grecia, porque es el país deudor.

Después de tres años de crisis, una parte de la sociedad griega se niega a admitir que los griegos son los únicos responsables de su situación. Nadie impuso a los griegos uno de los Estado más corruptos del planeta. Nadie les obligó a incurrir en esos gastos militares delirantes, a exonerar de impuestos al clero y a los armadores, a dejar que la mayoría de la población cometiera fraudes fiscales, a mentir para poder formar parte del euro, a endeudarse hasta la saciedad, a dejar que los sueldos se fueran a la deriva, a no aprovechar los tipos de interés bajos de su deuda para invertir en su economía, y así un largo etcétera. Sin duda podemos reprochar a los europeos que hicieran la vista gorda ante estas desviaciones por todos conocidas. Pero los griegos no son unos niños grandes.

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Ahora que los mercados han acabado con todo lo que amaban, los griegos tienen que pagar la cuenta. Es desagradable, eso nadie lo niega. Tampoco nadie cuestiona que la poción administrada no sea amarga, pero la eurozona no tiene experiencia en este tipo de situación y sin duda ha cometido errores al exigir demasiado a un país sin Estado. Al igual que Alemania, que accedió a regañadientes a ayudar a Grecia al inicio de la crisis y también contribuyó a que se agravara.

Un puñado de cretinos

Pero la eurozona y Alemania al final respondieron: 240.000 millones de euros de ayuda (en forma de préstamos) que permitieron a Grecia pagar sus plazos, a los que se añaden 50.000 millones en obligaciones griegas compradas por el Banco Central Europeo, la mayor reestructuración de deuda de toda la historia moderna, 15.000 millones de euros de ayuda financiera en dos años, una asistencia técnica (europea y bilateral por parte de Alemania) sin precedentes para ayudar a construir un Estado moderno, etc.

¿Cuál sería la alternativa? No sería menos dolorosa. La gran mayoría de griegos no desea salir de la eurozona, pues saben que una quiebra pura y simple sería infinitamente más dolorosa que el tratamiento al que se están sometiendo.

Con su visita a Atenas, haciendo un gesto espectacular, la canciller alemana reconoce los esfuerzos realizados por el Gobierno de Samaras y afirma que no desea (¿ya no?) la salida de Grecia de la eurozona, aunque la opinión pública alemana así lo exija. Por lo tanto, agitar banderas nazis no sólo es un gesto indigno, sino también estúpido y lo único que consigue es agravar la situación: a los alemanes, cuya democracia es una de las más ejemplares del mundo, sin duda no les va a agradar que un país que no es un ejemplo de democracia les recuerde de nuevo el nazismo.

Nos tranquiliza el hecho de que al final sólo hubo 25.000 manifestantes y un puñado de cretinos que blandieron las banderas nazis (en un país que ha enviado a un grupúsculo neonazi al Parlamento, qué irónico). Al menos esto debería animar a Grecia a dotarse de una legislación que castigue este tipo de incitación al odio.

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