La democratización no es suficiente

A pesar de la multitud de problemas a los que se enfrenta la Unión Europea, la democratización no los solucionará. En lugar de ello, deben mejorar las élites de la UE y el poder debe pasar de la periferia al centro.

Publicado en 11 julio 2011 a las 14:56

En estos momentos, las élites políticas de Europa ofrecen una imagen lamentable, con sus reacciones contradictorias ante las revoluciones en el mundo árabe y su gestión vergonzosa de la crisis del euro. O apuestan por no hacer nada, o bien pasan de una falsedad a otra, con la esperanza de poder volver a retomar así el control de los mercados.

Ahora que las élites europeas tenían que demostrar la afirmación que sostenían desde hace tiempo de que Europa es uno de los principales agentes en el ámbito político y económico global, lo único que han hecho ha sido intentar mantenerse a flote. Y como se niegan a aceptar esta realidad, celebran cada tropiezo como si fuera la salvación para Europa y el euro. La deplorable imagen que está proyectando Europa actualmente es en gran medida el resultado de la impotencia de sus élites.

En vista del fracaso de las élites, no es sorprendente que se estén realizando nuevos llamamientos para democratizar Europa. De repente, se espera que el pueblo solucione los problemas creados por las élites. Puesto que ya se les está pidiendo que paguen por dichos problemas, son muchos los que creen que el pueblo también debería tener más que decir sobre cómo y quién controla Europa.

La UE nunca ha sido un pueblo europeo

Por razonable que pueda resultar este planteamiento, no tiene ningún sentido como podría parecer a simple vista. Incluso después de la democratización de Europa, las élites de Bruselas y Estrasburgo seguirían al mando. La única opción que le queda al pueblo europeo, en la medida en la que pueda denominarse como tal, sería reaccionar ante el fracaso obvio votando para expulsar a sus líderes del poder y eligiendo a una élite de oposición para que ocupe su lugar. Entonces la pregunta que se plantea es si esto cambiaría algo la situación.

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Europa fue un proyecto de las élites desde sus inicios, pero con la condición de que se produjera la democratización en cuanto hubiera una oportunidad. No es de extrañar que los pocos intentos para aportar más democracia a Europa hayan sido penosos, por no decir algo peor.

Otro factor que ha contribuido a llegar a esta situación ha sido la relativa falta de confianza entre los votantes. Y las elecciones al Parlamento Europeo, elegido directamente por la población europea desde finales de la década de los setenta, han servido de poco para mitigar este escepticismo: el índice de participación de los votantes es claramente bajo y los que votan tienden a favorecer a los populistas de forma desproporcionada. La población europea nunca ha sido un pueblo europeo y aún no lo es.

Las élites mantienen unida a Europa...

Los que están a favor de la democratización exponen que este proceso es la única forma de crear un pueblo europeo. Puede que sea correcto en principio, pero también implica la existencia de condiciones socio-económicas y político-culturales que sin lugar a dudas no existen en este momento, tal y como ha quedado patente en la creciente desconfianza entre los europeos durante la crisis del euro.

Los que apoyan la democratización están reforzando las fuerzas centrífugas en Europa. A pesar de todos los errores e incompetencias, las élites son las que están manteniendo unida a Europa. Entonces, en lugar de pensar en la democratización, ¿no deberíamos plantear formas de mejorar las capacidades de las élites?

El hecho de que un país como Grecia, cuya producción económica equivale a entre el 2 y el 2,5% de toda la eurozona, pueda poner en peligro a la economía europea y arrastrar a la moneda común al borde de la quiebra, pone de manifiesto los graves fallos de diseño en la constitución política.

... pero fracasaron con Grecia

Desde hace tiempo se conocían las quejas sobre las maquinaciones fraudulentas de los griegos durante su adhesión a la eurozona, las deficiencias administrativas de Grecia (el país ni siquiera dispone de una oficina nacional de registro catastral) y la falta de disciplina y compromiso en partes importantes de la población griega. El auténtico problema es que todas estas cuestiones se conocían desde hace 10 años, pero no tuvieron ninguna consecuencia.

Europa se consideraba un éxito que necesitaba poco mantenimiento y que era capaz de encargarse de los griegos. En lugar de prestar atención a los factores realmente importantes, se generó un debate sobre identidad religiosa y cultural, un debate con el que se pudo mantener fuera a los turcos, mientras se permitía a griegos, búlgaros y rumanos que se adhirieran a la UE. Las élites se caracterizan por plantear las preguntas adecuadas. Pero las élites europeas no han cumplido este requisito.

Otro ejemplo del fracaso de las élites europeas fue afirmar que la introducción del euro en el continente no sólo crearía un mercado mayor al de Estados Unidos, sino que además, el euro reunía todo lo necesario para convertirse, junto al dólar, en la segunda moneda de reserva de la economía mundial.

Víctimas de sus explicaciones

Pero se pasó por alto el concepto paralelo a esta idea: la necesidad de disponer de al menos una agencia europea de calificación que pudiera defenderse contra las agencias estadounidenses. Los europeos estaban dispuestos a desafiar el dominio del dólar y todas las ventajas que aportaba a Estados Unidos, pero aún así, situaron al euro en un entorno sin protección. Podría ser atacado en cualquier momento, porque las agencias de calificación estadounidenses podían buscar los vínculos más débiles en el grupo del euro y ejercer presión sobre ellos.

Ahora es cuando los europeos comienzan a pensar seriamente en la creación de una agencia así, pero ahora sus intenciones y la función de la agencia están demasiado claras. Quizás la única explicación del error estratégico sea que las élites empezaron a verse como administradoras de la prosperidad y perdieron la perspectiva de la lucha estratégica por el poder y la influencia.

Es posible que las élites europeas hayan sido víctimas de las explicaciones que dieron a sus propias poblaciones para legitimar el proyecto. Se vieron a sí mismas como una especie de gigante manso y no como políticos que luchan por sus intereses en el extranjero y se imponen en sus respectivos países. En política, confundir legitimación con estrategia es un pecado imperdonable.

Decadencia y desintegración

Sin duda, existen numerosos ejemplos de los fallos graves de las élites a nivel europeo. Pero la cuestión clave es que estos fallos sólo los pueden corregir las mismas élites y que el intento de compensar estos fallos con una democratización forzada produciría la desintegración desordenada de Europa. En la situación actual, la democratización reforzaría la capacidad de las partes anti-europeas y aumentaría en gran medida el número de los que ejercerían el derecho a veto en Bruselas.

En Europa, es poco probable que accedan al poder élites con más capacidad o que las élites existentes cometan menos errores, sean más decisivas y velen por los intereses de los europeos, mientras no se reestructure sustancialmente el marco general del comportamiento de las élites, es decir, de la Constitución europea. Puede que la crisis actual no sea el momento idóneo para la democratización, pero sin duda constituye una oportunidad para modificar el Tratado de Lisboa.

Antes, se decía que el eje París-Bonn o París-Berlín tenía que mantenerse intacto para que Europa progresara. Actualmente, la carga que reposa en este eje se ha vuelto demasiado pesada.

Ahora, la periferia domina al centro

Se espera de los alemanes que aporten más liderazgo, pero en el momento en el muestran el más mínimo liderazgo, se rechaza o se lucha activamente contra él. En Europa, la periferia acumula demasiado poder y el centro demasiado poco. Mientras no cambie esta situación, la UE y el euro no saldrán de la crisis. La redistribución del peso político en Europa puede resultar difícil, pero esto no cambia el hecho de que sea necesaria.

Antes de la ampliación de la UE hacia el este de Europa, se mantenía un debate sobre el futuro desarrollo de la UE, pero se basaba en la alternativa errónea de "la profundización o la expansión". La pregunta debería haber sido hasta qué punto debe ser fuerte el centro para sostener una periferia más grande. Ahora, la periferia domina al centro y dicta su agenda política y el ritmo de sus procesos de toma de decisión.

Aunque Europa lograra abrirse camino a través de la crisis del euro y del derrumbe griego, persistirá este problema subyacente. De hecho, estas crisis se pueden repetir en cualquier momento. Una bancarrota nacional más o menos ordenada en Grecia sería simplemente un pequeño paso hacia la salvación del euro. El paso clave es una reconstitución política de Europa, una reconstitución en la que la democratización sería una opción real y no supondría la amenaza de la decadencia y la desintegración.

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