Campo de maíz en la Toscana, Italia.

La energía limpia que devora el campo

Los agricultores italianos, afectados por la crisis, recurren al cultivo intensivo del maíz para producir biogás, pues resulta más lucrativo. Pero de este modo se ponen a merced de los especuladores y ponen en peligro la biodiversidad, tal y como denuncia el fundador del movimiento Slow Food.

Publicado en 18 agosto 2011 a las 13:52
Campo de maíz en la Toscana, Italia.

Agricultura industrial. Analicemos este oxímoron [nota de la redacción:combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido -RAE-] . El hombre ha creído poder producir en su nombre alimentos sin agricultores y ha acabado por excluir a estos últimos de los campos.

Actualmente, incluso llegamos a pensar que puede haber campos cultivados sin que se produzcan en ellos alimentos: una agricultura sin alimentos. Una agricultura que, desde el momento en el que se basa únicamente en el beneficio y en las especulaciones, acaba estropeando lo que podría ser bueno: los alimentos, los terrenos fértiles (cada vez más escasos), pero también la energía limpia y renovable. Como la energía fotovoltaica, como el biogás.

Ya hemos hablado sobre cómo la energía fotovoltaica puede convertirse en una máquina devoradora de terrenos y de recursos alimentarios. Ahora es el turno de las centrales de biogás, que explotan las biomasas, es decir, los residuos de la ganadería, las siegas y otros vegetales. Estas instalaciones serían ideales para acabar con los residuos, un problema recurrente de los ganaderos, y otros residuos biológicos al mejorar sus ingresos gracias a una producción energética que puede utilizarsebien para la explotación agrícola, bien para venderse.

Pero si se mezcla el mercantilismo, si la los inversores no les importa lo más mínimo que la agricultura produzca alimentos y que lo haga lo mejor posible e intuyen un buen negocio y acuden en masa para sacar partido, entonces el biogás puede convertirse en una maldición. Es lo que está ocurriendo en muchas regiones de la llanura del Po, sobre todo donde existen grandes concentraciones de ganadería intensiva.

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Obreros del sector energético

¿Qué está ocurriendo? Muchos agricultores, desesperados por la crisis generalizada del sector, se convierten en productores energéticos y dejan de producir alimentos. De hecho, se limitan a cultivar maíz de forma intensiva para llenar los "biodigestores", los generadores del biogás. Los inversores les ayudan y a veces les explotan. Existen granjas de ganadería en las que los constructores de las instalaciones para el cultivo del maíz pagan a los agricultores, de forma que se convierten en obreros del sector energético y dejan de ser campesinos.

Todo comenzó en 2008, cuando se introdujo un nuevo certificado ecológico "agrícola" para la producción de energía eléctrica con instalaciones de producción de biogás a partir de biomasas. "Pequeñas" instalaciones de una potencia eléctrica que no superaban 1 Mw. Pero 1 Mw, es mucho: con esto se fomentó el negocio, porque se pagaba una tarifa de 28 céntimos/kWh a los que producían, es decir, tres veces el precio que debían pagar para por la energía producida "de forma normal".

De esta forma, con el sistema de subvenciones, al que se añaden las de la Unión Europea para la producción de maíz, la construcción de instalaciones importantes y costosas (de hasta cuatro millones de euros) resulta muy rentable, sobre todo porque su coste se puede amortizar en unos años. Sólo en la región de Cremona [al norte de Italia], en 2007 había cinco instalaciones autorizadas y hoy son ya 130. Se estima que el maíz destinado al biogás ocupa el 25% de las tierras cultivadas actualmente. De aquí a 2013 deberían existir 500 instalaciones en toda la región de Lombardía.

Cinco consecuencias graves

De este modo, corren peligro tanto el medio ambiente como la misma agricultura. Analicemos algunas constataciones (y perogrulladas).

Primero: se dejan de producir alimentos para producir energía.

Segundo: el monocultivo intensivo del maíz es perjudicial para los terrenos porque implica grandes cantidades de abonos químicos y consume mucha agua, extraída de las capas freáticas, cada vez más escasas y más contaminadas. Sin la rotación de las parcelas, se pone en peligro su fertilidad y se facilita la difusión de parásitos, que se eliminan a continuación añadiendo productos antiparasitarios.

Tercero: los que producen energía cultivando maíz pueden permitirse pagar alquileres mucho más altos por los terrenos, de hasta 1.500 euros por hectárea, lo que crea una competencia desleal con respecto a los que necesitan los terrenos para la ganadería. Es el mismo fenómeno que se observa con los parques voltaicos, por lo que se repite el mismo error.

Cuarto: las instalaciones de 1 Mw constituyen estructuras de grandes dimensiones y para construirlas se sacrifica sin duda terreno agrícola.

Quinto: ya se oyen rumores sobre el nacimiento de un mercado negro de residuos biológicos, como los residuos de la carnicería, que se venden de forma ilegal para fabricar biogás. No deberían utilizarse nunca como biomasa, porque los restos de la "digestión" se extienden por los campos para fertilizarlos y este tipo de residuos no sólo podría contaminar, sino también propagar enfermedades.

Cuando el biogás deja de ser bueno

Se trata de un problema a gran escala. En sí mismo, el biogás procedente de biomasas no tendría ninguna pega. Pero si se produce con fines especulativos y se sobredimensiona, si se intensifica la producción de maíz con la única finalidad de alimentar la instalación, si hace subir los precios del terreno, lo agota y lo contamina, entonces habrá que renunciar a él. Ni más ni menos.

Sin duda, estos problemas deberían plantearse y debatirse en las conversaciones sobre la nueva Política Agrícola Común (PAC) que se han iniciado estos días en Bruselas. Tarde o temprano, las subvenciones se acabarán. Los biogases con grandes instalaciones son un remedio ineficaz para nuestra agricultura enferma y podría ser perfectamente el golpe de gracia.

Sería muy difícil dar marcha atrás: los terrenos fértiles no se pueden recuperar, las capas freáticas están contaminadas, la salubridad se esfuma, los que se esfuerzan por mantener una agricultura beneficiosa se ven obligados a desistir, ante la competencia despiadada e insostenible. ¿Agricultura industrial? ¡Menudo oxímoron!

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