¿Será la izquierda reformista una de las numerosas víctimas de las políticas de austeridad adoptadas por varios países europeos? La pregunta merece ser planteada. Por un lado, los tres principales países entre los siete aún gobernados por la izquierda en la Unión Europea, es decir, Grecia, España y Portugal, han anunciado duros planes de austeridad que sólo se diferencian en los márgenes con respecto a los aplicados en Alemania, Italia, Reino Unido y Francia, países gobernados por la derecha o el centro derecha.
Por otro lado, allí donde la izquierda se encuentra en la oposición, a veces da la impresión de estar de acuerdo con la filosofía que sustenta las medidas adoptadas por los gobiernos, criticando al mismo tiempo algunas de sus disposiciones sociales y sugiriendo de forma subliminal que sería mejor aplicar una auténtica política de saneamiento financiero. Pero aunque, tal y como exponen los promotores, se supone que el rigor tendrá resultados económicos favorables a largo plazo, también tendrá temibles consecuencias inmediatas.
La izquierda penalizada desde su propia base
Estos planes ya están provocando fuertes tensiones sociales, pues el primer objetivo de los políticos son las categorías más pobres y frágiles, como los que ocupan puestos de trabajo precarios, las mujeres, los jóvenes, la población de edad avanzada y los jubilados, o incluso los funcionarios, es decir, la población que constituye el electorado tradicional de la izquierda. Los sindicatos griegos, españoles y portugueses se oponen a sus gobiernos, lo que perjudicará a los partidos de izquierda. Por ello podría intensificarse la antipatía por la política, lo que se traducirá sin duda entre las poblaciones más afectadas en un gran desamparo al aumentar la abstención y en un mayor repliegue hacia el ámbito privado.
O a la inversa, puede que aumente el voto de protesta para los extremistas, más de derecha que de izquierda, que señalan a chivos expiatorios fácilmente identificables, como los inmigrantes, para que sean objeto de la venganza popular, además de que también pueden producirse acciones violentas. Por último, podría exacerbarse el sentimiento ya extendido de que ya nada diferencia a la derecha de la izquierda. En el momento en el que la izquierda radical la acusa más que nunca de traición y afila sus críticas contra el capitalismo, la izquierda reformista debe aclarar sus posiciones sobre cuatro aspectos esenciales que alimentan sus debates internos.
En primer lugar, y en estos momentos es la mayor preocupación, su posición sobre las políticas económicas y sociales que se van a promover. La Tercera Vía de Tony Blair de los años noventa había significado, entre otros aspectos, una asimilación parcial del liberalismo económico y una voluntad de aprovechar las oportunidades generadas por la globalización, atenuando al mismo tiempo los perjuicios sociales que provoca. Comienza en todos los ámbitos una vuelta hacia el keynesianismo y la intervención de los poderes públicos, incluido el partido laborista y además, casi toda la izquierda está de acuerdo en trabajar en el desarrollo sostenible con la "green economy". Pero este consenso no podrá ocultar las divergencias.
La división de la izquierda reformista
Algunos partidarios de la izquierda que ponen en tela de juicio la política monetaria, defienden el aumento de los déficits públicos para reactivar las inversiones y el crecimiento. Otros aceptan el imperativo de saneamiento, pero piden la imposición de mayores impuestos para los ingresos más altos y para las transacciones financieras, así como medidas sociales. Sobre el contenido de éstas últimas, se enfrentan los defensores de una política de apoyo y atención a los más desfavorecidos para paliar su sufrimiento, la política denominada de care (de asistencia) que reivindica la secretaria del PS francés, Martine Aubry, y aquellos que prefieren ofrecer a los individuos los medios para reaccionar, crear y desarrollarse.
En tercer lugar, se plantea la pregunta sobre Europa, mientras las opiniones dudan cada vez más sobre su pertinencia y eficacia. La izquierda se divide entre aquellos con la tentación de replegarse hacia el ámbito nacional, minoritarios aunque influyentes, y los partidarios de un auténtico poder político europeo capaz de dirigir la economía, de coordinar las políticas sociales y fiscales y de regular la competencia entre Estados. Por último, en una coyuntura que podría revelarse como una amenaza para la democracia, la izquierda pretende reactivar ésta última, lo que lleva a algunos de los suyos a insistir más sobre la renovación de las estructuras clásicas de la democracia representativa y a otros a explorar las vías de la democracia participativa.
¿Se encuentra dividida la izquierda reformista? Sí, pero en cierto sentido, poco importa que exponga sus polémicas ante la opinión si al final vuelve a convertirse rápidamente en una fuerza de propuestas e iniciativas que haga que se escuche una voz original a la altura de los retos planteados por la presente coyuntura. En cualquier caso, nada es peor que el silencio ensordecedor que caracteriza al PD. Sin embargo, este partido nació de la voluntad de generar una fuerza inédita que se situara por encima de la división que oponía no tanto a la izquierda y a la derecha, sino a los reformistas de diversas sensibilidades y los conservadores de todas clases.
Esta idea original se ha ido perdiendo en las extenuantes batallas entre oligarcas dispuestos a quedarse en su sitio. El PD se ha hundido en el fango de los compromisos con el pretexto de no enfadar a nadie ni en sus filas, ni en el centro, ni siquiera en la derecha. Pero ¿dónde ha ido a parar la izquierda italiana, impotente políticamente pero tan inventiva de los años 60 y 70 que, en su diversidad, tanto en el PCI, como en el PSI y en los sindicatos, inspiraba al resto de la izquierda europea?