Parada de autobús en Kaliningrado. (Imagen: Rrrtem)

La kosmopolita Kaliningrado

Intercalado entre Lituania y Polonia, Kaliningrado, el una vez prohibido enclave ruso, se beneficia ahora del dinero federal y de los ingresos del petróleo. Cafebabel.com hace el relato de una ciudad que ofrece a la vez aquella mezcla familiar de basura y destello de Moscú.

Publicado en 20 noviembre 2009 a las 14:24
Parada de autobús en Kaliningrado. (Imagen: Rrrtem)

“¿De dónde eres?” pregunta Irina, una rica moscovita, “¿y por qué has venido a Kaliningrado?” Es normal que lo pregunte, pues sin ningún McDonald’s ni ninguna despedida de soltero a la vista, Kaliningrado es un destino inusual para un inglés que pasa por la región báltica. Este enclave ruso situado entre Lituania y Polonia, que actualmente consta de una población de medio millón de habitantes, fue cedido a la Unión Soviética en 1945. Kaliningrado fue reconstruida sobre las ruinas de la antigua Königsberg y ha tenido mala prensa desde la Perestroika, como vestigio sombrío de la época soviética. Hoy en día, la ciudad constituye una zona económica especial de la Federación Rusa. Asimismo, Kaliningrado recibió un trato especial durante la presidencia de Vladímir Putin: de hecho, su esposa es originaria de esta ciudad. Gracias a los ingresos generados por el petróleo y al dinero federal, ha experimentado un bum en la construcción y ofrece en la actualidad la mezcla familiar de lo descuidado y lo llamativo que dio a conocer a Moscú. Las playas de las inmediaciones hacen la oferta más atractiva, en las que tan solo ahora se está empezando a reformar los antiguos centros turísticos costeros alemanes.

El Singapur del Báltico

La sucursal de la moderna cadena First Coffee está situada en la plaza de la Victoria, punto de encuentro en el que se cruzan modelos esqueléticas de talla cero con los nuevos metrosexuales rusos. Es el lugar ideal para sentarse y ver la gente pasar, mientras se saborea un capuchino por el módico precio de 80 rublos (1,84 euros), una ganga respecto a los precios de Moscú. En una mesa, una empresaria habla frenéticamente sobre los precios de los vuelos para San Petersburgo, mientras que en otra se sienta de repente una joven madre atractiva para un rápido almuerzo en solitario. En el centro del establecimiento sumergido de humo, varios hombres de negocios conversan acaloradamente. En la terraza exterior, un estudiante turco se encuentra con un amigo italiano.Kaliningrado es una ciudad que apuesta fuerte por el futuro. Sus habitantes la comparan a Estados Unidos, Australia o Singapur. Se trata de un crisol de nacionalidades y orígenes, un patata caliente en asuntos de política que goza de un puerto libre de hielo durante todo el año. “Cada vez que preguntas a alguien de dónde es”, comenta Marina, una profesora de Kirguistán, “hay una historia detrás. Siempre te responden que son ‘de aquí’ y es entonces cuando les preguntas: ‘¿y de qué otro lugar?’” Cuando expulsaron a los últimos alemanes que quedaban en 1946, llegaron personas de todos los rincones de la Unión Soviética, sobre todo de Asia central.

Llama la atención cuánta gente hoy en día sigue eligiendo esta ciudad para asentarse. A Kaliningrado no le faltan atracciones turísticas, a pesar de que parte de su encanto reside en sus contradicciones flagrantes. Se puede observar, por ejemplo, una vieja casa alemana en ruinas, eclipsada por bloques de edificios soviéticos, y encontrarse a pocos metros de ella con la construcción del ‘Pueblo de los pescadores’, una evocación del antiguo Köningsberg que poco tiene que ver con el original. Muy cerca de la plaza de la Victoria se encuentra el antiguo cuartel general de la Gestapo, ocupado en la actualidad por el infame FSB (Servicio Federal de Seguridad rusa). “Solo se le podía dar ese uso”, sonríe Sergei, un guía turístico de la ciudad. “Debe ser el estilo arquitectónico”. Un poco más lejos el Palacio de los Sóviets preside un aparcamiento abandonado, mientras que al lado se están excavando los cimientos del desaparecido Castillo de Königsberg. Kaliningrado representa una amalgama de lo antiguo, lo nuevo, lo reconstruido y lo imaginado: estatuas de Karl Marx, fuentes, jubilados obstinados y automóviles todoterrenos con las ventanillas opacas.

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Una playa inscrita en el patrimonio mundial de la Unesco

El pasado de Kaliningrado se está transformando en un negocio, en el que se ofrece servicios tanto para el interés local como para los cientos de alemanes nostálgicos que visitan la ciudad cada año. El museo que está situado cerca de las Puertas de Friedland ofrece un tour virtual por el Königsberg alemán, mientras que en un búnker al lado de la universidad se puede visitar la sala en la que los nazis entregaron la ciudad en 1945. Un pequeño museo dentro de la catedral restaurada de la ciudad honra la memoria de Immanuel Kant, filósofo alemán enterrado cerca de aquí.

El Istmo de Curlandia constituye la piedra preciosa de toda visita. Esta extensión de arena en el mar Báltico, que pertenece a la Unesco y que se encuentra a tan solo una hora de la ciudad, recuerda más el calor del Sáhara que el frío del noroeste de Europa. En una parte de esta península se extienden kilómetros y kilómetros de enormes dunas de arena, mientras que en la otra parte las infinitas playas resultan ser un destino popular entre los turistas procedentes de la ciudad. En el istmo se han plantado grandes cantidades de árboles para favorecer al medioambiente. Actualmente alberga también el ‘Bosque Danzante‘, un terreno misterioso de bosque en el que los árboles crecen enroscados e incluso algunos de ellos están perforados. De hecho, ningún científico ha podido explicar este fenómeno. La ciudad está cambiando rápidamente. Sin embargo, los únicos testigos de esta transformación acelerada de Kaliningrado son un restringido grupo internacional de inversores.

Ed Saunders, traducción de Olivia Gerber Morón

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