Un gesto de sustitución es un acto realizado en lugar de otro que no se puede realizar. Este fenómeno se observa en todos los ámbitos de la vida, sobre todo en política: hacemos lo que sea para no hacer lo que es necesario.
Buen ejemplo de ello es la reciente ofensiva contra el convenio de Schengen. Los Gobiernos francés e italiano quieren restablecer temporalmente los controles en las fronteras entre países europeos en caso de que Europa se enfrente a un flujo masivo de refugiados. Alemania lo aprueba. En la Comisión Europea, Roma y París, en principio, juegan sobre seguro. Su propuesta no genera ninguna objeción.
Nada hace pensar que esta idea ponga gravemente en peligro el principio de la libertad de circulación en Europa. Lo único que ocurre es que esta iniciativa no tiene nada que ver con el auténtico problema por el que Europa huye sistemáticamente de sus responsabilidades. La verdadera pregunta es la siguiente: ¿cómo puede aplicar la Unión Europea una política de inmigración común y solidaria?
Es necesario que los Estados miembros se repartan equitativamente el trabajo de la acogida y la integración de los solicitantes de asilo, independientemente de los acontecimientos puntuales como la reciente afluencia de las decenas de miles de refugiados procedentes de Túnez.
Lamentablemente, Europa sigue sin responder a esta importante pregunta. Los principales obstáculos son Alemania y Austria. No quieren acoger a refugiados que atraviesen el Mediterráneo para huir de la miseria. Políticamente, la posición de Europa se encuentra en punto muerto. Pero Europa se altera. Por principio.